A diez años de su publicación y a partir de pequeños fragmentos, hoy te recomendamos “Lengua madre” (Penguin Random), un imprescindible de la escritora cordobesa María Teresa Andruetto.
Una bella, dolorosa, luminosa novela que invita a observar presencias y ausencias en el vínculo entre tres generaciones de mujeres.
Publicado en 2010 y cerrando una especie de trilogía compuesta por “Tama” (2003) y “La mujer en cuestión” (2009), “Lengua madre” sigue siendo un libro que se presenta como eterna novedad. También como puerta que abre el deseo de sumergirse en la literatura de Andruetto, autora cordobesa de referencia mundial, y como una punta de ovillo que comienza a tirar de la historia oral argentina e invita a la reflexión y la (re)construcción personal.
Narrado desde diferentes voces: una joven que regresa al país de la infancia tras la muerte de su madre, un hilo de cartas intercaladas entre hija, madre y abuela, y una tercera persona que es observadora en el tiempo de todo lo ocurrido, “Lengua madre” es una novela intensa, dolorosa pero también profundamente luminosa que retrata la vida de tres generaciones desde la dictadura de 1976 a la actualidad.
¿Alguna vez se han preguntado qué ocurría (ocurrió) con la vida íntima de cientos de miles que debieron (sobre)vivir ausencias durante la última dictadura militar? ¿Cómo fue esa cotidianeidad de resistir y aceptar el exilio o autoexilio tanto para víctimas como familiares, y cómo los ecos de ese dolor perduran aún en el presente?
Andruetto, con palabras exactas, reflexiones certeras y personajes reales, lo responde. Y al hacerlo, nos invita también a volver a nido, a animarse a mirar hacia atrás en el reflejo de los rostros femeninos que nos observaron desde que somos niñas para intentar, así, descubrir nuestra propia identidad, nuestra lengua madre.
A diez años de su publicación, elegimos siete frases de este hermoso (y necesario) libro, que sirven –al mismo tiempo- para contar parte de la historia.
“La letra de su madre, la letra y la inicial de su nombre al pie de la letra, pero ¿por què estaba esa carta de su madre en la caja, cuando las cartas están hechas para ser enviadas?” En Lengua Madre todo comienza y termina a partir de mensajes escritos en un papel. Alguno de ellos con mensajes urgentes, otros hechos con más paciencia, narrando situaciones especiales o incluso describiendo emociones que sólo se dijeron esa vez, en una hoja, y nunca más se repitieron. Cartas de retratan un momento puntual en la vida de alguien o mensajes secretos, sino que retratan el todo de una sociedad en tiempos violentos. Cartas que dicen mucho, pero también esconden aquello que está prohibido decir, social y personalmente.
“Su madre es como una mancha que no alcanza a tocar: estira el brazo en la oscuridad y el brazo sigue inmóvil. Ella es esta que no puede alcanzar a su madre. Para alcanzarla debería recorrer la mitad del espacio que las separa, pero su madre ya no vive para avanzar la otra mitad”. Una joven que vive en Europa debe volver al sur de Argentina para participar de los rituales funerarios de su madre. Una madre que pocas veces vio, ya que su nacimiento y crianza estuvieron atravesados por la dictadura militar de 1976. Una madre que fue más sombra que presencia y que ahora, ya muerta, se vuelve una presencia agobiante. Antes de morir sólo le dejó un último deseo, que lea un puñado de cartas acomodadas y que guardó durante más de 30 años, sabiendo que allí encontrará las respuestas a las preguntas que todavía no es capaz de hacerse.
“La lectura de las cartas es ya el centro de su vida, el cauce de una historia que no puede ignorar”. La literatura de Andruetto es muchas veces una afirmación que se multiplica en cientos de interrogantes. ¿Podemos vivir ignorando esa raíz que nos sostiene por más oculta que parezca debajo de nuestro pies? ¿Somos capaces de elegir mirar para otro lado cuando la memoria se vuelve agua que inunda nuestro presente? ¿Cuánto tiempo podemos estar a la deriva antes de llegar al eje?
“Ha descubierto que no está registrada –no tanto como hubiera querido- en las cartas de su abuela. Sin embargo, o tal vez por eso mismo, sabe que esas cartas son ella. No tanto, por lo datos que ahí aparecen sobre su madre, sobre su padre, sobre sus abuelos, sino porque son un relato del mundo en el que han vivido quienes hicieron de ella lo que es… un mundo narrado por su abuela a su madre, el mundo en el que sus padres vivieron cuando eran jóvenes”. Tal como dijimos, en “Lengua madre” hay un narrador omnisciente que es capaz de ver en perspectiva y al mismo tiempo que describe, es capaz de deducir y reflexionar. Es una voz poderosa, que nos ayuda a ir atando todos esos cabos sueltos que va dejando ese relato familiar y personalísimo que se lee en las cartas. Una voz que, al mismo tiempo, va tejiendo los espacios vacíos que quedaron incluso entre abuela, madre e hija cuando aquello que se decía no bastaba para acortar una distancia infinita.
“Desde que puede recordar y aun desde antes, desde el comienzo mismo de su vida, ha tenido dificultad para ponerles un signo a los hechos. Ha necesitado y rechazado a sus dos madres. Dos carriles, los de ella: el deseo la descalificación. También los personajes literarios que le gustan descalifican lo que desean”. Como una constelación, las decisiones, acciones y pensamientos de las tres mujeres que habitan esta novela se cruzan unas con otras y se conectan generando una energía vital entre ellas. Una madre oculta del infierno da a luz a una niña y la salva enviándola lejos para que cuide de ella su abuela. Se desangra en esa decisión que, sabe, permanecerá como castigo durante toda su vida. Esa abuela, que se resiste a la ideología de su hija, es capaz de criar sin castigos a su nieta como si fuera su propia madre. Esa hija, que crece entre dos madres (una ausente, la otra presente), se aleja buscando algo que le permita descubrirse como un todo. Las tres están escindidas entre el amor y el hastío, entre la salvación y el abismo, entre la vida y la muerte.
“Ya no cree en venganzas ni en perdones. La memoria es la venganza. Y el perdón”. Los días, semanas, años y décadas que van narrando las cartas de “Lengua madre” son golpes que uno va sintiendo a medida que se avanza en la lectura y que generan al mismo tiempo un vacío que parece no llenarse con nada. La vida de tres mujeres, que representan las de miles, muchas veces no encontró consuelo y ese inmenso dolor se siente como propio a pesar de las distancias. Sin embargo, cuando el relato comienza con un punto ciego, con una muerte anunciada desde el inicio, las palabras van prendiendo luces e invitan al encuentro de la memoria. A ese estado de serenidad donde el tiempo parece responder todo lo que quedó suelto en el viento.
“Un viaje es con frecuencia una excusa para regresar, para verificar un recuerdo, para completar una experiencia; para entregarse a revelaciones que devastan”. Ser y estar, ir y volver son verbos que Andruetto conjuga de forma convencional, pero también de manera simbólica para preguntarse si somos esas que habitamos. “¿Ahí? ¿Aquí?” se cuestionan los personajes en un pasaje del relato para saber en qué lugar están, y los interrogantes quedan latentes cuando el pasado regresa como futuro. Vamos, muchas veces, al lugar del cual nunca nos fuimos. Entonces ese ir es volver en realidad, y todo cobra un nuevo sentido.