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Ricardo Irastorza: “El tiempo juega siempre, y si no lo hace, nos observa desde la tribuna”

Hace algunas semanas, en Córdoba se presentó la novela “El orden de los actores”, del escritor y docente Ricardo Irastorza, libro que pertenece –a su vez- a la colección “El Llavero”, de Comunicarte. En la sección entrevistas, hoy te dejamos una charla con el autor de Bell Ville, quien nos cuenta sobre este relato a cuatro voces, de personajes que son retrato de dos épocas históricas y políticas mundiales, y que viajan en el tiempo para interpelarnos por lo que significa la memoria, el destierro y el exilio.

 

 

 

 La nueva historia de Ricardo Irastorza tiene movimiento. De principio a fin. Sus personajes se mueven, juntos y por separado, de un lado a otro del mundo, y nosotros como lectores, los vamos siguiendo en cada paso que dan, tratando de entender lo que ellos tampoco entienden a medida que se van moviendo, que van siendo.

Fermina y José, Gina y René son los cuatro protagonistas de esta novela, “El orden de los actores”, que hace algunas semanas se presentó en la ciudad de la mano del cordobés Ricardo Irastorza. Ellos construyen dos relatos, y a su vez muchos más, porque su pasar por el mundo es justamente moverse o entender que muchas veces las coordenadas donde estamos ubicados implican necesariamente que nos vayamos moviendo, aunque no lo queramos.

 

Los cuatro personajes son protagonistas de dos historias que –a simple vista- no tienen conexión entre sí ya que el tiempo y la geografía los separa. Sin embargo, hay algo que los une, como si fueran notas que pueden sonar lindas separadas, pero que unidas bajo una tonalidad le dan cuerpo a una bella canción y crean otros significados. Eso, “El orden de los actores” es como una canción, y la comparación no  es del todo casual, ya que su autor eligió introducirnos al relato recordando la bella melodía de jazz “Nauges”, de Django Reihardt.

 

Sobre las historias reales de inmigrantes y exiliados que hay detrás de esta ficción, de la conexión de la novela con sus anteriores trabajos y del tiempo como variable de todo, Irastorza charló con Babilonia, y nos contó un poco más sobre su reciente trabajo en esta charla:

 

– En esta novela nuevamente haces foco en historias mínimas, de personas que son parte de un paisaje social, político y cultural macro, pero que sus pequeñas existencias nos permiten reconocer el todo. ¿Qué te seduce de esos pequeños retratos individuales para contar lo general de un tiempo o una época?

– Son las historias de la gente que iluminó mi vida y la llenó de cosas para decir. Durante mucho tiempo creí que yo no escribía sobre mi tiempo o mi época. Ahora que después de muchos años me he puesto a releer mis cuentos anteriores, me doy cuenta de que pese a que apunto más a lo fantástico –aunque no es el caso puntual de esta novela–, no he hecho otra cosa que testimoniar eso.

 

– El tiempo es una variable que juega un papel fundamental en el relato planteando movimientos pero también continuidades, ¿qué importancia le diste vos como protagonista en sí al paso del tiempo?

– El tiempo siempre juega un papel fundamental, siempre es protagonista, en la ficción o en la vida real, ya sea restañando, reconstruyendo, induciendo al olvido o, por qué no, a la confusión. En El orden de los actores, los protagonistas cruzan fronteras, determinantes en la vida de ellos; es el transcurrir del tiempo el que le da ese carácter determinante, no la geografía. No es nuevo para mí: también tuvo un papel fundamental en El modo exacto de estar en el mundo, mi anterior novela.

Por otra parte, hay una temporalidad del momento de la escritura, un momento preciso y –creo yo– único e irrepetible. Hace poco escuché la lectura en voz alta de un párrafo de El orden de los actores y me resultó casi novedoso, como si no fuera propio… Podría decirse que el tiempo juega siempre, y si no lo hace, nos observa desde la tribuna.

 

– Aquello que queda suspendido, lo que no se resuelve, también es lo que genera un peso en la historia, ¿crees que en literatura las ausencias son tan importantes como las presencias?

– Sí, claro, como los silencios en la música, los trazos discontinuos en el dibujo, o los tantos recursos que existen en la pintura para decir sin mostrar. O acaso para no decir nada y dejar un lugar para que cada uno haga con esa supuesta ausencia lo que quiera o pueda. Incluso irse de la obra y volver al tiempo hecho otro.

 

– Fermina y José, Gina y René, ¿qué quisiste reflejar en cada una de estas parejas, de sus encuentros y desencuentros?

– El libro tiene dos partes bien definidas, que parecen inconexas y terminan relacionándose. Las dos parejas viven dos lugares y dos momentos de conflicto, y cada uno de sus integrantes asumen una posición ante esos conflictos. Lo ideológico tiene mucho que ver en esos encuentros y, sobre todo, desencuentros. Sin embargo, eso surgió durante la escritura, no me lo había propuesto.

 

El sentimiento de lejanía, de inmigración, de exilio sobrevuelan la novela, pero la ubicación de los personajes entre España y Argentina es puntual. ¿Hay alguna historia personal detrás de estas vidas ficcionales que fueron disparadores creativos a la hora de escribir? ¿Cuáles?

– Soy nieto de inmigrantes vascos, y eso, que fue muy fuerte en mi infancia, me dejó una marca. Hace pocos años me contaron una anécdota de cuando mi abuela era niña, y allí se originó la primera parte del libro; entonces me fui a recorrer la frontera entre el País Vasco y Francia, donde se desarrolla y donde están mis ancestros. Otra cosa es la segunda parte, en la que el personaje busca, además de construir su vida, cómo salir del país en medio de la dictadura. Eso también surgió mientras iba escribiendo, y no es casual. Esa intención de escapar de tanta muerte, de tanta locura, de tanta incertidumbre sobre la suerte de cada uno, fue una constante en la década del setenta. Como el personaje de René, hubo quienes no militaban pero compartían la idea de una sociedad más libre y más justa e igualitaria, y muchos de ellos la pasaron mal (tan mal o incluso peor que quienes tenían una organización que de alguna manera los amparaba), porque ser un librepensador siempre implicó riesgos. Muchos vieron el peligro e intentaron irse; no todos pudieron, y de esos algunos ya no están. Constituyen una franja de la que pocos se acuerdan, ni de los vivos ni de los muertos. Aunque esa parte del libro no es personal, yo soy de esa generación y viví esa incertidumbre.

 

– El título de la novela, “El orden de los actores”, me remite al pensamiento lógico y matemático de los factores y el resultado, ¿pensás en el mundo o la existencia como una serie de eventos que tienen siempre su causa y efecto? ¿o fue sólo una propuesta literaria para esta novela?

– El nombre original del libro fue Nuages, uno de los clásicos de Django Reinhardt y que es el que toca René en un momento crucial de su historia. Con buen tino, la editora –Karina Fraccarolli, de Comunicarte– me sugirió cambiar el nombre, porque por acá tenemos inventiva para la fonética inglesa pero no para la francesa, y terminaría siendo “nuajes”, con una rotunda jota. Entonces puse en escena “El orden de los actores”, que en principio no era más que un juego de palabras, ligado a aquella propiedad de algunas operaciones que nos enseñaban en la escuela. Terminó por gustarme y con el tiempo me he dado cuenta de que, en realidad, encaja con los actores de este libro, donde el orden no es estrictamente espacial, sino que se relaciona con el tiempo, con el tiempo de esos actores, algo que ya hablamos.

 

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