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La reina del suspense

A 100 años del nacimiento de Patricia Highsmith, una de las autoras más emblemáticas de la literatura norteamericana (y universal), el escritor cordobés Fernando López repasa su vida y los hechos más importantes de su (convulsionado) universo, los cuales también tuvieron puntos de contacto con sus inolvidables libros. ¿Quién fue, al fin de cuentas, esta enigmática e intensa mujer?

Por Fernando López

Decir de Patricia Highsmith que fue una escritora excepcional es decir poco, casi como no decir nada. Antes decir que tuvo una vida difícil y con los años su carácter se fue agriando al punto de elegir la soledad compartida con un gato negro totalmente inexpresivo. En este mundo patriarcal consuetudinario las mujeres se han rebelado de distintas maneras contra esa supremacía machista de quienes parecen tener un solo objetivo en los calendarios con que se manejan: dominar, estar por encima, explotar, aniquilar, destruir todo cuanto no les sirve o ha dejado de servirles. 

¿Cuál se supone que habría sido el destino de Patricia, nacida en Fort Worth en el Estado racista y opresor norteamericano de Texas en 1921, en un hogar de padres divorciados antes de su nacimiento, hija de una madre que intentó abortarla bebiendo aguarrás (en el relato Tortuga el personaje mata a su madre), criada por sus abuelos y homosexual confesa muy joven, alcohólica, acusada de misantropía, de misoginia, de comunista y de antisemita, cuál habría sido, digo, su destino, si en 1950 no se hubiese publicado su novela Extraños en un tren, obra maestra del suspenso llevada al cine en 1951, adaptada por Raymond Chandler y dirigida por otro genio, Alfred Hitchcock, esa mujer que se burlaba de los premios que le otorgaban colgando los certificados en el baño, un lugar menos pomposo, decía, que el living o el escritorio? La misma que se gastó los derechos de esa película en un viaje a Europa con su novia Ellen Blumenthal Hill, con quien mantenía una relación tormentosa.

Es difícil saberlo, quizá su inteligencia le habría ayudado a sortear el destino previsto para la gente diferente, por raza o por mujer o por pobre o por lesbiana, pero también, quizás, cualquier otro oficio le habría birlado la posibilidad de destacarse como lo hizo en el mundillo literario y cinematográfico del mundo. Venerada como escritora por lectores y escritores como Graham Green, Rosa Montero o Peter Handke, a la altura de Agatha Christie, de P. D. James y de Fred Vargas (ganadora del premio Princesa de Asturias en 2018), Highsmith se merece largamente este homenaje al cumplirse 100 años de su nacimiento. “Uno cierra la mayoría de sus libros convencido de que el mundo es un lugar mucho más peligroso de lo que jamás había imaginado” (dijo Julian Symons en The New York Times al reseñar El grito de la lechuza).

  Luego de aquella primera novela exitosa en 1952 apareció The Price of Salt (El precio de la sal, de la vida, claro), rechazada en principio por la editorial debido a su temática lésbica y llevada al cine con el título Carol por Todd Haynes en 2014. Novela veladamente autobiográfica en la que narra el encuentro y posterior romance entre dos mujeres de edades y condiciones sociales diferentes en la Nueva York de mediados del siglo XX. Apareció firmada con el seudónimo de Claire Morgan, para ocultar no solo su identidad sino también sus preferencias amorosas a una sociedad puritana que no toleraba la sexualidad ni las aventuras entre seres del mismo sexo y edades diferentes. Su novela apareció tres años antes que la Lolita de Nabokov, en la que también sobrevuela ese tufillo inmoral e incestuoso que le dio resonancia mundial. Highsmith solo reconoció su autoría en el prólogo de la edición londinense de 1989, titulada precisamente Carol y que firmó con su nombre.

A pesar de ser una mujer atractiva para las mujeres y para los hombres cuando era joven (al final de su vida se había vuelto fea, malgestada y antipática), nunca tuvo una relación amorosa que durara más que unos pocos meses. La escritora Marijane Meaker fue su pareja más estable en otra relación tormentosa, que llevó a Highsmith luego de la ruptura a escribir El grito de la lechuza, publicada en 1962. Y al igual que lo hizo en 2008 su colega británica P. D. James (1920/2014) en su ensayo Todo lo que sé sobre novela negra, en 1966 apareció Suspense, el libro de Highsmith que nos habla de su experiencia, de los consejos que les da a los escritores jóvenes (en el sentido de maduración literaria) para avanzar en esa ardua pero deliciosa tarea de ficcionar la realidad. Dice Highsmith al respecto: “Si un escritor de suspense escribe sobre asesinos y víctimas, sobre gente sumida en el torbellino de esta terrible serie de hechos, debe conseguir algo más que la simple descripción de la brutalidad y la sangre derramada. Debería estar interesado en la justicia de este mundo, o en la ausencia de la misma, en lo bueno y en lo malo, en la cobardía y el coraje humanos, aunque no entendiéndolos simplemente como fuerzas que mueven una trama en una determinada dirección. En una palabra, su gente ficticia debe parecer real”.  

Por eso Thomas Ripley, dijo el director de cine Anthony Minghella, “es un hombre en busca de una identidad que no tiene e intenta apoderarse de otras en un lugar que no es el suyo sino la Europa ensoñadora que amaban los norteamericanos a finales de los años 50: la generación encontrada después de la generación perdida y adiós a Estados Unidos y todo aquello. Ripley no sólo es el odio clasista sino, también, el odio a un nuevo mundo puritano que estaba ahí a mediados del siglo pasado y sigue estando. No es casual que Highsmith se haya ido de Estados Unidos para no volver. Allí nunca se la comprendió. ¿Novelas donde los malos triunfan? ¿Policiales con gente común cometiendo crímenes atípicos? Mejor mirar para otro lado”. No se sintió comprendida y eligió el camino del exilio voluntario, como Chaplin hacia Inglaterra: eligieron vivir y morir en Europa,  Highsmith en Suiza (como Borges, que al llegar a su destino final murmuró “Ginebra es una de mis patrias”) confortados por la aceptación de ese mundo en el que se sentían cómodos y felices. La saga del misterioso, amoral y atractivo estafador, falsificador y asesino serial Thomas Ripley fue llevada al cine en su totalidad (entre otros por Anthony Minghella, el de El paciente inglés) e interpretada por actores de la talla de Alain Delon, Denis Hopper, Matt Damon y John Malkovich entre los años 1960 y 2000. 

"A pleno sol" (1960) lleva a la pantalla a Mr. Ripley de la mano de René Clement.

Es, seguramente, el personaje más rico que ha dado su pluma. “Ripley va cambiando a lo largo de las novelas. Es casi otro hombre manteniendo nada más que su Santísima Trinidad Verbal: Mentir, Imitar, Falsificar”, dice Minghella. “Y ese efecto de camaleón se traslada a las adaptaciones cinematográficas de Ripley. El de Réne Clément no tiene nada que ver con el de Wim Wenders, y ninguno de los dos tiene algo que ver con el mío. Ripley es un traje que nos ponemos y que, misteriosamente, siempre nos queda a medida, más allá de nuestras diferencias físicas o estéticas”. Quizá como un coletazo de su éxito cinematográfico, en este momento se está preparando una serie para televisión.

Otra propuesta de "El talentoso Mr. Ripley", del año 1999.

Con más de treinta libros entre novelas, relatos, ensayos y misceláneas que ocuparon los días de una vida generalmente solitaria (alguna vez afirmó que prefería estar sola porque así sus ideas cobraban firmeza), esta mujer se merece holgadamente el lugarcito que se ganó en la historia de la literatura universal. Algunos títulos: Extraños en un tren (1950), El precio de la sal / Carol (1952/89), El talento de Mr. Ripley / A pleno sol, 1955), primera de la serie «Ripley» que incluye cinco novelas. Las dos caras de enero (1961), El grito de la lechuza (1962), La celda de cristal (1964). También publicó los libros de relatos Once (Eleven, 1970), Pequeños cuentos misóginos (1974), Crímenes bestiales (1975), Sirenas en el campo de golf (1985), Catástrofes (1987), Los cadáveres exquisitos (1995) y Pájaros a punto de volar (2002). A los 37 años publicó un libro para niños, Miranda the Panda is on the Veranda (1958, coescrito junto a Doris Sanders) en verso y con dibujos. Y a los 45 el ya mencionado Suspense (1966), ensayo en el que la autora nos muestra las entrañas del proceso de creación de sus novelas de intriga.

También es extensa la lista de premios y nominaciones: 1946, Premio O´Henry al mejor primer relato por «The Heroine«, publicado en Harper’s Bazaar. En 1951, 1956 y 1963 nominada al Premio Edgar (en homenaje a Poe). En 1964 obtuvo el Premio Silver Dagger (Daga de Plata) a la mejor novela extranjera por Las dos caras de enero, otorgado por la Asociación de Escritores del Crimen de Gran Bretaña; en 1975 el Gran Premio del Humor Negro por «El amateur de escargot» y en 1990 designada Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia.

Para escribir la primera biografía de Highsmith (Beautiful Shadows), publicada en 2004, el periodista británico Andrew Wilson se valió del exquisito archivo de diarios, cuadernos y cartas que dejó. Quedó asombrado por su franqueza y los detalles pormenorizados de su vida. También entrevistó a sus amigos y colegas más cercanos, así como a algunos de sus muchos amantes y rastreó las raíces literarias de Highsmith en la obra de sus escritores preferidos. Los diarios, que suman 8.000 páginas, fueron encontrados tras su muerte en 1995, ocultos en un armario detrás de sábanas y toallas, por su editora Anna von Planta y Daniel Keel, su albacea. En 2009 apareció otra biografía de más de 1.000 páginas titulada La talentosa Miss Highsmith, en la que, según su autora Joan Schenkar, niega el Holocausto o lo minimiza. Más allá de los rastros autobiográficos, al ser una figura tan inquietante, controvertida y apasionada, es posible encontrar muchísimos testimonios de lectores comunes que aportan la posibilidad de algunos datos secretos imposibles de verificar: «Leí sobre una famosa escritora de misterio que trabajó durante una semana en una tienda departamental. Un día vio entrar a una mujer a comprar una muñeca. La escritora de misterio averiguó el nombre de la mujer y tomó un autobús a Nueva Jersey para ver dónde vivía. Eso fue todo. Años después, se refirió a esta mujer como el amor de su vida”. Los datos más siniestros de su biografía incluyen haber creado una lista de consejos para niños (a los que odiaba) que desearan asesinar a sus padres y admitir su desprecio por las mujeres en una entrevista para el New York Times porque “están atadas al hogar, a alguien, no son tan independientes para viajar y no tienen la fuerza física necesaria”. 

Siempre polémica y apasionante, Highsmith falleció en Locarno, Suiza, el 4 de febrero de 1995, de una enfermedad terminal.   

*Esta nota fue publicada originalmente en El Corredor Mediterráneo en el Nº946.

Fernando López (San Francisco, Córdoba) tiene publicado hasta la actualidad 18 libros, entre los cuales que se encuentran los que integran la saga de Philip Lecoq, el detective de los pobres (2007/2012, 6 episodios).

Ha recibido diferentes distinciones, como el Premio Latinoamericano de Narrativa Universidad de Colima (México) por la novela “El mejor enemigo” (1984) y Premio Casa de las Américas (Cuba) por “Arde aún sobre los años” (1985, traducida al alemán y publicada en Uruguay en 2017). Asimismo, fue 1° finalista premio Planeta Argentina con “Odisea del cangrejo” (2005 – publicada en Cuba, siendo la última la edición completa con su secuela Áspero cielo, 2019) y finalista en el concurso Novelas de Película del BAN! con “Un corazón en la planta del pie” (2015). Por último, su novela “La sombra del agua” (Del Dragón, 2004) fue publicada en México por la editorial Nitro-Press en 2019 y en el último trimestre de 2020 estará en Alemania (Ilíada Ediciones).

Organiza, desde el año 2014, el Encuentro Internacional de Literatura Negra y policial CÓRDOBA MATA.

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