Hablar con Cristina Loza es entender el porqué de su llegada a un público masivo y el crecimiento como referente de las letras a nivel nacional. Es que hablar con Cristina Loza es un intercambio tan fecundo, que hasta una entrevista vía mail, se vuelve una experiencia literaria.
Cristina no habla, sino narra. No recuerda, evoca. No apunta ideas, crea.
Por eso al finalizar la entrevista, uno se da cuenta que en cada palabra elegidas por ella, se esconde el oficio de contar, como si en cada respuesta pudiera haber, agazapado, un pequeño relato.
La excusa de esta charla es la reciente publicación de “El año de las glicinas”, novela que cierra la trilogía iniciada como “Malasangre” y continuada con “La hora del lobo”, aunque por supuesto el encuentro (virtualmente epistolar) fue aprovechado para preguntarle a la autora no sólo por sobre historia de Pilar –la protagonista en cuestión- sino por toda el agua que ha corrido debajo del puente en estos 15 años.
El tiempo ha marcado éxitos en la vida de Cristina Loza, convirtiéndose con el correr de sus libros, en un nombre con mayúsculas de la literatura cordobesa, pero también hubo lugar para otras páginas, que han sido marcadas por ella con la misma entrega y gratitud. Como su taller «El club de la cicatriz», donde trabaja desde la resiliencia y que -asegura-, es un espacio que ha mantenido «su ego a raya». Por eso ella habla en gerundio y a la hora de definirse se ubica sólo en el presente: “Hoy estoy siendo escritora, pero mañana puedo ser otra cosa”, dice.
Del cierre de la trilogía, del por qué no se suma a la moda editorial de publicar novelas una vez al año y también de su poca exposición en ámbitos netamente literarios, Loza nos regala esta entrevista que vale la pena leer hasta el final.
Después de 15 años de Malasangre, editada en 2002, ¿por qué darle ahora un cierre a la historia de Pilar? ¿Por qué creyó necesario contar algo más de su vida?
Pilar es el personaje de Malasangre casi en el umbral de la adolescencia. Esa novela es de iniciación. Luego vuelve en La hora del Lobo, con 39 años. La atraviesan un divorcio, la relación con su padre y un amor que encuentra en medio de persecuciones y peligros. Quise darle destino en esta otra edad, pasados los sesenta, con todo lo que eso implica. Volver al clan, a su país, después de treinta años, es complicado. Viene de un duelo por la muerte de su esposo, y se enfrenta a otras posibles pérdidas, entre ellas, la de su juventud. En un capítulo de El año de las Glicinas, ella se lo cuestiona y hay un fragmento que viene al caso: «¡Tuvimos que prender una fogata en el hueco cavado para el roble, por los millones de huevecillos y de hormigas enloquecidas que corrían de un lado a otro, un desbande incierto, con todas sus estructuras abatidas. El fuego las diezmó, y se elevó la humareda acre y espesa. Esperamos un poco hasta que solo quedaron en el borde del agujero. Por la tarde, después de la quema volvimos. Ahí estaban otra vez, buscando nuevas vías, nuevos senderos, sin contar las bajas, solo instinto para seguir. Por un instante fui hormiga, con todos los descalabros que la vida ofrecía, por el tembladeral en que muchas veces amanecimos, buscando con desesperación una rama, la parte menos escarpada de la montaña para arrastrarnos, y subir, y volver a ponernos de pie. Quizás ese era el secreto: no contar las bajas. Muchas, tantas. Duelen».
Primero niña-adolescente, después joven y ahora en plena madurez, como autora nos ha mostrado los sentimientos y pasiones de una mujer como Pilar, en diferentes momentos de su vida, ¿con cuál se los relatos sintió más empatía?
Una sola vez pasamos por cada etapa de la vida y Pilar las vive intensamente a todas. Disfruté de formas distintas, por mi propia infancia en el campo, esa juventud con errores y búsquedas, y esa madurez cercana a la vejez, que tiene pasiones, no enardecidas, sino con las tonalidades suaves de las glicinas y que, sin embargo, brillan en la oscuridad, como los buenos recuerdos. Las quiero a las tres. Forman parte ya de mí.
Intrigas, secretos, fantasmas que regresan, amores contrariados, ¿por qué regresa Pilar a Córdoba? ¿Qué nos puede contar de la historia que no se lea en la contratapa?
Para poder olvidar, hay que volver a recordar. Pilar piensa, como muchos, que el pasado se ordena en cajas, en el ropero emocional y que eso es suficiente. Cuando recorre las calles que la vieron pasar en aquellas, aparente, olvidadas etapas de su vida, el pasado le salta al cuello y pide ser resuelto. Se encuentra también con sus padres ancianos y enfermos, que ante la realidad de ir hacia una longevidad, es un espejo que refleja su futuro que ya no parece tan lejano. Eso le permite tomar decisiones importantes sobre su vida, la forma de percibirla y la que quiere vivir en adelante.
¿Qué fue lo que más disfrutó de escribir “El año de las glicinas”?
El proceso de la escritura no se disfruta. Conmociona. Es el universo que nos interpela y nos complica la vida, poniendo a nuestro mundo de cabeza. Lo que se goza, finalmente, es el resultado de ese trabajo. Esa frase, la página sólida, el capítulo con un remate que nos encanta. La estética y el alma de un texto.
Malasangre remite a lo humano, La hora del lobo a lo animal, El año de las glicinas, a una planta que se caracteriza por llegar a vivir más de 100 años, ¿por qué eligió este título?
No se me ocurrió lo de la longevidad de la glicina, pero es muy interesante la perspectiva, dado el carácter de inmortalidad que ostentan algunos de sus personajes. La referencia del título es sobre una planta que se niega a florecer, y que se espera demasiado. La vida es una enorme sala de espera, dice Pilar en otro pasaje de la novela. Y lo absurdo que es esperar.
Además de una historia, ¿qué se cierra cuando se cierra una saga? ¿cuál es el mayor duelo que debió hacer como autora a la hora de despedir a personajes que la acompañaron durante tanto tiempo?
De cierto modo, uno al escribir arregla asuntos personales y ajenos. No es duelo el cerrar la trilogía, en el sentido estricto, sino una nostalgia mezclada con un tremendo alivio. Es liberación para ir, quizás, a una nueva historia que me permita ejercitar la ficción pura, todo un experimento para quien escribe de manera visceral y con mucha intimidad expuesta.
“Malasangre” y “La hora del lobo” fueron novelas que nos permitieron descubrirla como escritora y la convirtieron en best seller del género. Ahora la historia se cierra siendo usted una autora consagrada, ¿qué es –a nivel profesional y humano- lo que ha ganado en todo este tiempo y que se ha reflejado en su escritura?
Quince años desde mi primera publicación, siete novelas, una vidriera nacional e internacional, con varias traducciones. Siento que hubo un permanente crecimiento, que he resucitado y creado a quien soy, de la mano del destino y de mis propias decisiones. Es muy personal y subjetiva mi respuesta, pero me hace feliz lo logrado, los intentos, la curiosidad y la sed de aventura que me permitió no tener miedo y correr límites establecidos por otros. Los once años de El club de la Cicatriz, con todas las personas que por allí pasaron, y que están, me han hecho mejor persona, y han mantenido al ego a raya. Este, en especial es un año de cosecha.
La publicación se ha convertido en una tarea que muchas veces se repite una vez por año, como algo obligado de parte de autores y editores, sin embargo sus libros tienen un tiempo de espera que superan a veces esa modalidad, ¿qué piensa al respecto? ¿le suma o le resta a una autora no publicar durante un tiempo?
Nunca me hice ese cuestionamiento. Las novelas tienen un tiempo de elaboración, a veces entre dos y tres años, desde el germen hasta el punto final que respeto, y que mis editores respetan y contemplan. Hay investigación, en algunas, y en otras, un trabajo sobre el alma, la psiquis humana, que no funcionaría corriendo el riesgo de malograrse ante urgencias del mercado. El lector que ha viajado por mis páginas tiene el amor suficiente para esperarme. O no. Pero no es mandatorio. No está en mí hacerlo de otra manera.
En una entrevista hace casi diez años, usted revelaba que muchas veces va de incógnito a las librerías y detrás de unos anteojos oscuros le gusta ver quiénes preguntan por sus libros, ¿lo sigue haciendo? ¿qué le da curiosidad?
Sigo experimentando ese alborozo cuando paseo por el centro y veo mi nuevo libro en las vidrieras. Es intransferible la sensación pero está, con el agregado de la madurez en la profesión, lo que implica cierto desapego en el estricto sentido de que ya no se miden las ventas. Es un albur, y se corre el riesgo con renovado vigor. Escribo cuando tengo necesidad imperiosa de dar, pero nunca sé, hasta que termino, cuál será el resultado. Y eso me encanta, es un deporte de alto riesgo. También me gusta mucho cuando los lectores se comunican para decirme lo que les ha pasado al leer. Es una epifanía.
Córdoba es tierra fértil de escritoras de novela histórica, y muchos nombres han surgido en los últimos años, sin embargo su exposición no es similar a la de pares, o por lo menos no en los mismos ámbitos, ¿a qué se debe?
Todos somos distintos y me gusta eso. He escrito novelas históricas, pero otras son sobre el cáncer, un alma atrapada en un espejo, o esta saga atravesada por las pasiones y por el peronismo, con su impronta en el seno familiar. Vengo de la Medicina, lo que me ha permitido mucha libertad en el manejo del lenguaje y menos encasillamiento en grupos o pertenencia. Tengo mucha exposición, en conferencias sobre resiliencia, que es mi trabajo en el taller, y que se dan en ámbitos que no suelen ser literarios, u otros eventos que sí tienen que ver con mis libros. Me encuentro con frecuencia con los jóvenes en colegios, y me gusta incursionar en muchos ámbitos, como la fotografía. También es interesante mi participación en redes sociales, como escritora, y como un integrante de la sociedad. Hoy estoy siendo escritora, pero mañana puedo ser otra cosa. El potencial y la libertad son infinitos.
Dicen que los escritores nunca dejan de escribir, ¿en qué historia está trabajando actualmente?
No sé si eso es una verdad manifiesta. Por ahora, como cuando vamos a una perfumería y saturamos nuestra nariz de fragancias, para limpiar nos dan a oler granos de café. Hoy, estoy oliendo café.