La serie es la adaptación audiovisual de la primera tetralogía de la saga policíaca de Mario Conde de Leonardo Padura, publicada por TusQuets Editores. La producción, disponible en Netflix, consigue hacer un ajustado retrato de la Habana de los ‘90 post URSS, pero ni la bella fotografía es suficiente para salvarla de su lentitud.
Fuente: IMDB
“Una Habana que de tanto decaer se fue a la mierda”, son las palabras de Mario Conde para describir la capital cubana que lucha por mantenerse a flote tras finalizar la Guerra Fría y afianzarse el bloqueo económico estadounidense hacia la isla. El protagonista de Leonardo Padura, interpretado en pantalla por el actor Jorge Perugorría, es el detective encargado de investigar algunos asesinatos, entre otros delitos, que ocurren en el lugar. El director español Félix Viscarret logra reconstruir el contexto y el director de fotografía Pedro J. Márquez captura en imágenes el sentimiento y la belleza decadente de esa Habana post-revolucionaria. Sin embargo, los episodios se extienden demasiado y el ritmo lento de «Cuatro estaciones en La Habana» -que sí, tiene sintonía con la vida vertida en ese entorno- llega al punto de aburrimiento.
La miniserie se compone de cuatro capítulos independientes (en Netflix) que transforman “Pasado Perfecto”, “Vientos de Cuaresma”, “Máscaras” y “Paisaje de Otoño” en pequeñas películas de aproximadamente una hora y media de duración, que cuentan con guión del propio Padura y su esposa Lucía López. El primero, titulado ”Vientos de la Habana”, fue exhibido en los cines como filme antes de estar disponible en la plataforma de streaming.
Se destaca la construcción de la cotidianidad de La Habana de aquel entonces con planos, ángulos e iluminación trabajados con maestría y una banda sonora que también hace al “ambience” con jazz (especialmente el saxofón de la primera entrega) y nombres como Creedence Clearwater Revival y Silvio Rodríguez. La expresividad de la Habana con su calor cargado de sudor, sus reconocidos cadillacs más los colores de los paisajes y sus típicas construcciones, se traslada a los sentidos del espectador.
Otro de los buenos puntos de «Cuatro estaciones en La Habana» es la humanidad de los personajes de Conde y el parcero Palacios (Carlos Enrique Almirante), en lo que concierne a su trabajo policial, ya que aunque experimenten escenas de violencia en su vida diaria no consiguen naturalizarlas de todo. Esto logra entonces que sea más real la imperfección y el distanciamiento a medias que hacen como personas, comparado con el robotismo de agentes de otras producciones audiovisuales.
Pero no todas son flores: en algunas escenas, los diálogos se notan forzosos y el Mario Conde de Perugorría no termina de convencer. El policía que nunca quiso ser policía, sino escritor, vive en una atmósfera bohemia regada de alcohol, cigarrillo y sexo, pero no siempre su decaimiento y nostalgia suenan sinceros.
Fuente: Semanariovoz
Por otro lado, y aunque se intente justificarlo por el contexto histórico en que se presenta el argumento, las mujeres -objetivadas- parecen servir como simples componente estético para la construcción de las tomas y/o deleite sexual del protagónico, faltando camadas y complejidad a los pocos personajes femeninos presentados. Ni hablar de las construcciones de género. Juana Acosta (Velvet) -colombiana- rompe con el elenco mayoritariamente cubano.
La crítica al régimen Castrista es hecha de manera sutil en la boca de los personajes, en la corrupción que sirve de trasfondo a los delitos y en el deterioro enseñado. Lo político luce en pequeños detalles como las paredes o murales con las caras de Fidel y de Che.
En «Cuatro estaciones» La Habana es la verdadera protagonista, pero el misterio que se espera del género policial no se sostiene por el ritmo moroso.
Libros y el autor
Leonardo Padura (1955), que estuvo en Córdoba el mes pasado en la previa de la Feria del Libro y el Conocimiento 2018, recibió el Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015 por el conjunto de su obra. Es uno de los escritores cubanos contemporáneos más reconocidos internacionalmente, especialmente por las novelas de Mario Conde que además de los títulos mencionados suma “Adiós, Hemingway”, “La neblina del ayer” y “La cola de la serpiente”. También es autor de “La novela de mi vida”, “El hombre que amaba a los perros” (Premio de la Crítica en Cuba), “Herejes” (Premio de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza), entre otras.