"Leer también es un arte", reflexiones de tres escritores sobre el oficio del lector

“Leer también es un arte”. Así se llama la charla que proponemos desde Babilonia para mañana por la tarde en el Rincón Cultural de Dinosaurio Mall de Alto Verde, y la consigna del encuentro terminó siendo un interesante disparador para que nuestros invitados al evento: Lilia Lardone, Esteban Llamosas y Graciela Bialet -reconocidos escritores de nuestra provincia- le cuenten a otros lectores cómo es (y se inició) su vínculo con la literatura. 

 

 

 

Escribir y leer van siempre de la mano. Leer comienza siempre antes y seguramente terminará después, porque quien crea y recrea en su cabeza relatos e historias no pierde nunca el olfato para encontrar tramas que puedan conmoverlo y, luego, potenciarlos como escritores.

¿Cómo se construye un buen lector? ¿Qué valor tienen las clasificaciones categóricas de libros buenos y malos? ¿Cómo se mixturan lectura y escritura en un autor? Algunas de estas preguntas les haremos mañana a nuestros invitados, pero antes se las consultamos vía privada, para conformar esta entrevista que deja mucha tela para cortar a la hora de reflexionar sobre la importancia de la lectura.

Ellos son Lilia Lardone, Licenciada en Letras Modernas, quien ha ejercido la docencia, especializándose en el campo de la Literatura para chicos y como escritora ha publicado -tanto en Córdoba como Buenos Aires y Colombia-,  diversos géneros: poesía, novelas, cuentos y libros informativos. Entre sus títulos se encuentran Caballero Negro, Pequeña Ofelia, Esa chica, Vidas de mentira, El nombre de José, Papiros y El día de las cosas perdidas.

Esteban Llamosas, oriundo de Río Cuarto, es investigador de Conicet y profesor de Historia del Derecho en la
Universidad Nacional de Córdoba. Ha publicado cinco novelas de la serie del detective Lespada y el libro de cuentos Gente de cerca, además de relatos en lecciones y periódicos.

Graciela Bialet, escritora, docente, especialista en LIJ y lectura, nacida y residente en Córdoba. Profesora de
Enseñanza Primaria, Comunicadora Social, Licenciada en Educación y Magister en Promoción de
la Lectura y la literatura infantil. Sus libros más difundidos son: El libro de las respuestas sabihondas, Nunca es tarde (Ediciones del Boulevard), Hada desencantada busca príncipe encantador, “El quenada no se ahoga” (Comunicarte).Para jóvenes escribió: Los sapos de la memoria, Si tu signo no es Cáncer y El jamón del sánguche.

 

  • ¿Cómo recuerdan aquel primer contacto con su Yo, lector? ¿cómo eran en un principio y qué hábitos han adquirido como lectores con el correr de los años?

Lilia Lardone (L.L.) Hacia los 11 años tuve un encuentro que me marcó para siempre. Caminaba por las calles de mi pueblo y vi una puerta abierta. Me asomé: estanterías llenas de libros, tantos como nunca había visto. La bibliotecaria me animó a elegir y no sé por qué, tomé La Odisea y lo llevé prestado. Esa noche entré por primera vez en un mundo más intenso y colorido que el mundo real, un mundo de pasiones, búsquedas, luchas, deseo, dolor, amor y muerte. La grandiosa epopeya atribuida al poeta Homero, entró en mí y me convirtió en lectora. Siento que leer literatura, en todos sus géneros y procedencias, es un estímulo constante para ir develando lo que hay detrás de las apariencias, para alimentar el conocimiento de distintas vidas y modos de ser.

Esteban Llamosas (E.L.) Recuerdo un final de niñez de lectura voraz, tardes enteras de verano tirado en la cama con los libros de Verne y Salgari y una bolsa de caramelos al lado. Mientras enriquecía la imaginación, arruinaba mis dientes. Ahora suelo leer de noche, por menos tiempo, y las sorpresas son más esporádicas. 

Graciela Bialet (G.B.) El primer contacto que tengo es escuchar a mi abuelo narrar. El me contaba cuentos, era palestino, se llamaba Issa, y los sábados cuando lo íbamos a visitar a Río Primero, luego del almuerzo que nos preparaba, mientras la esposa y los hijos se iban a dormir la siesta, él se quedaba a contarnos cuentos. Recuerdo su boca, su bigote, ese contacto con un mundo mágico y desconocido fue lo primero. Y como yo lo veía sólo una vez por semana, mi desesperación era seguir encontrando esas historias que nos narraba.

 

– El gusto en un lector se va enriqueciendo con el tiempo y la variedad, ¿se pierde algo de espontaneidad en el camino o todo es positivo al convertirse en un avezado lector?

L.L. Ante un libro nuevo siento el mismo entusiasmo y la curiosidad que tenía cuando joven. Claro que haber estudiado literatura y la práctica constante de la lectura construyen, sin duda, una mirada más alerta. Esa mirada descubre naturalmente, sin que me lo proponga, las leves marcas o indicios que un escritor desliza en medio de la trama, lo que no se dice en las entrelíneas, las historias secretas de las que hablaba Piglia. Entonces, el texto se disfruta aún más.

E.L. En el largo camino de la lectura se educan los hábitos, se adquiere sentido crítico y el placer se racionaliza. Extraño la maravilla de la infancia, la posibilidad de conmoverse con la mala literatura.

G.B.  No creo que con el tiempo se pierde la espontaneidad. Leer es como andar en bicicleta, cada vez andas mejor, elegís mejores bicicletas, te alegras por las bicisendas. Al contrario, es como el amor, con el tiempo te vas perfeccionando en la búsqueda, las prácticas y en ir encontrando amores en los buenos textos.

 

¿Hay algún libro que sienten que los ha marcado como lectores, que les permitió sentir una bisagra a partir de su lectura?

L.L. “El extranjero”, de Albert Camus, que leí muy joven me abismó. El uso de la primera persona, las frases secas, contundentes, me taladraron página por página. Otro momento importante fue la aparición de “Cien años de soledad”, de G. G. Márquez. La realidad y lo fantástico conviviendo en un mismo plano me iluminó una Hispanoamérica desconocida. En poesía, “Poeta en Nueva York” de Federico G. Lorca y “Altazor morirás” de Vicente Huidobro me descubrieron cómo la palabra puede ser una herramienta efectiva de denuncia.

E.L. Sí, hay algunos y no son necesariamente los mejores que he leído: a los 18 años, la mezcla fascinante de cultura medieval, crímenes, intriga política y referencias borgianas de «El nombre de la rosa»; un poco después, los detectives duros y melancólicos de «El halcón maltés» y «El largo adiós».    

G.B. Para mí la bisagra fue García Márquez. Que la profesora de tercer año de la secundaria me acercara “Ojos de perro azul” -que fue lo primero que leí de él- fue un antes y un después porque la colonización cultural a la que estamos sometidos hacía que leyéramos escritores europeos o norteamericanos. Hemingway era lo que más había leído por esta zona y todo lo demás era europeo y entonces para mí descubrir G. Márquez me partió la cabeza, fue descubrir Latinoamérica, fue descubrir literatura que me hablaba a mí.

 

– ¿Qué sienten que lo que los caracteriza como lectores?

L.L. La curiosidad y el entusiasmo para conocer nuevos escritores, locales, nacionales e internacionales. La persistencia en la búsqueda dentro de distintos géneros: leo cuento, novela, poesía, la literatura encasillada como “para niños” que me da momentos de tanto placer… Las preferencias evolucionan, y elijo lo que mi intuición me dicta. Es una fiesta ir a una librería, hojear títulos y autores desconocidos, encontrar traducciones de extranjeros que no conocía, comprar uno, llevármelo…El pan de cada día.

E.L. De niño, la curiosidad y el gusto por los paisajes exóticos; en la adolescencia, la admiración algo barroca por el desborde y los adjetivos; luego la búsqueda de precisión en lenguajes y argumentos. Ahora, el intento de leer sin prejuicios.

G.B. Calculo que la avidez por encontrar un texto que me atrape y me acompañe.

 

– Daniel Penacc, en el ensayo «Como una novela», señalaba que “El verbo leer, como el verbo amar y soñar no soportan el modo imperativo”, ¿hasta qué punto comparte esta reflexión con él sobre la no imposición de la lectura?

L.L. Comparto totalmente. Con ironía Penacc reflexiona sobre las estrategias para acercar los libros a los chicos y empieza por el respeto: es imposible obligar a leer. 

E.L. Comparto que la obligación de la lectura sólo genera efectos a corto plazo y no estimula un hábito permanente, porque este requiere de iniciativa, búsqueda y un entusiasmo que sólo brinda la curiosidad. De todos modos, sin imponerse ni vaciarla de libertad, creo que la lectura debe promoverse. Es posible contagiar el entusiasmo. 

G.B. Coincido con el concepto de que leer es un verbo que no soporta el imperativo, pero más aún con el concepto de que leer es un verbo que, como tal, transcurre en acción. No importa cuántas veces le declames al otro que leer es beneficio, nutricio o lo que sea, si no siente la práctica. Como el amor, no importa cuántas veces le digas al otro que es lindo amar, hasta que el otro no se enamora no se da cuenta la real dimensión del amor. Así pasa con la lectura.

 

¿Qué reminiscencias de tus lecturas están en tus propios libros?

L.L. No podría identificarlas, pero es un hecho que mis autores preferidos se enfocan en las complejidades de los personajes y que yo… lo intento. A veces logro entrar en un punto de vista, o una voz particular, y narro desde ahí. Las lecturas previas están en el imaginario que nutre la escritura, y de vez en cuando seguro que se cuelan. Creo que quien escribe no es muy consciente de eso, sería la tarea de los críticos, ¿no?

E.L. Todas, de uno u otro modo: las referencias librescas y esotéricas de Eco, la vocación por solucionar misterios de Conan Doyle y Agatha Christie, el perfil de los detectives del género negro, el humor y la ironía de Soriano y Fontanarrosa. 

G.B. Creo que están en todas. Uno nunca deja de ser uno y la objetividad ya sabemos que no existe, hay tantas realidades como mentes que la piensan. Hay reminiscencias de mis lecturas en mis libros, porque uno es lo que ha leído y lo que no ha leído también, siempre está atravesado. En Los sapos de la memoria hay una jovencita que está hipnotizada y sale flotando del escenario, ese es uno de mis grandes guiños a García Márquez por ejemplo.

 

– Catalogar los libros en buenos y malos es algo bastante tentador, sobre todo para los lectores de mucha experiencia, ¿Te pasó que leíste un libro admirado por todos y no te gustó o, al revés, dejaste de leer algo por la mala crítica?

L.L. Descreo de los rótulos, de las clasificaciones, de las opiniones rotundas. Un libro puede ser maravilloso para alguien y no mover nada en otra persona. En general las buenas reseñas (cada vez más escasas) se ocupan de introducir el libro, de sugerir líneas de lectura, pero no lo califican. En lo personal, durante muchísimos años sentí que si empezaba un libro debía terminarlo, pero ya no. A mi edad, hay tantísimas cosas nuevas para leer y obras amadas para releer que ¿para qué obligarme a seguir con algo que me aburre? También depende de las circunstancias de vida, en qué momento se lee determinado libro. Ahora, cuando mi interés se apaga, dejo el título separado para otra oportunidad, sin ninguna culpa. Me ha pasado que un tiempo después lo retomo y las palabras entran en mí, encuentran ecos, me incitan a seguir…

E.L Esas clasificaciones son dudosas y siempre personales, porque podemos coincidir en algunos criterios, pero nunca en todos. Me han aburrido obras unánimemente recomendadas y también me han sorprendido algunas señaladas como menores. Nunca dejaría de leer algo que me interesa por una mala crítica. Y no encuentro placer más grande que el de descubrir autores desconocidos por mi cuenta, hurgando en librerías, por pura intuición de lector. 

G.B. Con respecto a las divisiones, lo que podría decir es sobre la mal llamada Literatura Universal, que me parece tan grandilocuente, porque le universo tiene tanta galaxias y planetas que si nos creemos que lo que más leemos es la literatura eurocentrista porque es lo que más circula, entonces es que estamos aceptando los modos de culturación con mucha facilidad. Y claro que hay libros que todos admiran y que a mí no me han gustado  y viceversa. En lo que ya no creo yo es en la mala crítica, al contrario, me tienta, porque en los últimos años, a raíz de que todo es vendible, por este capitalismo feroz en el que todos vivimos, los libros son más una mercancía que un producto artístico y tanto la crítica como los premios tienen que ver con eso y con la publicidad.

 

 

Datos de la charla

«Leer también es un arte» tendrá lugar mañana a las 17 en el Rincón Cultural de Dinosaurio Mall de Rodríguez del Busto, y la entrada es libre y gratuita, dependiendo de la capacidad de la sala.

 

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