“La máquina cultural” de Beatriz Sarlo tiene tres engranajes que la hacen funcionar. Tres perspectivas, tres miradas, tres caras de una misma moneda, moneda que puede pensarse como el universo simbólico cultural del siglo XX en nuestro país. Una máquina que sigue funcionando, y que quizá es la responsable de fabricar una “identidad nacional”. En resumidas cuentas el quiénes somos, es el interrogante que sobrevuela de principio a fin en este ensayo.
Reconocida académica argentina, militante, mujer radical en sus pronunciamientos y sumamente activa como intelectual contemporánea, Beatriz Sarlo se embarca en este libro tratando de descifrar el camino recorrido por las expresiones artísticas en el último milenio, tomando –para poder hacerlo-, tres figuras en particular: la de Rosa del Río, hija de inmigrantes formada en una Escuela Normal a principios del siglo XX, la de Victoria Ocampo, quizá uno de los nombres más reconocidos de la élite conservadora que elige romper las reglas, y por último la de un colectivo de artistas audiovisuales que se toma el trabajo de filmar cortos experimentales queriendo retratar la vanguardia estética de fines de los `70.
Tres momentos de la historia argentina. Tres universos con simbologías y códigos propios. Tres caminos por desandar y entender el movimiento cultural del último siglo, que -en manos de Sarlo- se va reconstruyendo gracias a estos prototipos sociales que recrean un todo.
Según Sarlo, la manera de entender la “máquina cultural” es así, descubriendo las tres partes, productos de su tiempo, que forman el rompecabezas: en primer lugar a las maestras, mujeres que vieron en el sistema de enseñanza laica y obligatoria no sólo un derecho social sino también una fisura del sistema por donde el género podía emanciparse y convertirse en figura de mando; luego, aquellos intelectuales, como Victoria Ocampo, que con un bagaje idiomático y simbólico ligado a su nivel socio-económico, quisieron burlar a los de su clase estableciendo vínculos con otros tantos artistas e intelectuales internacionales, oficiando de traductores por su alto nivel lingüístico y conformándose –tal vez- en mecenas; y por último, los vanguardistas, que trataban –a través del arte- marcar coordenadas del futuro.
Y de cada uno de estos discursos, Sarlo pudo decodificar el mensaje.
Quizá, por eso, lo más interesante de “La máquina cultural” sea la forma en que está narrado. Con cientos de citas y referencias, con horas de grabaciones a entrevistados y un sinfín de textos que documentan esas historias de vida, Sarlo nos propone una lectura que se parece más a pequeñas biografías que a un ensayo académico. Es decir, la autora eligió ponerse en la piel de quienes iba a narrar, hablando desde ese lado, convenciendo así al lector, de lo que contaba. Ese recurso, sin dudas, hace del libro una muy buena oportunidad para acercarse a la crítica cultural y del arte no sólo para quienes son expertos en la materia y conocen a Sarlo desde hace décadas, sino también a mucho lectores y ciudadanos que tan sólo los mueve la curiosidad de saber un poco más sobre la historia y los personajes de nuestro país.
Sólo una recomendación, que incluso la hace la autora al comenzar el libro: leer antes el epílogo. Como último capítulo hay una explicación del por qué del libro, de los interrogantes y la antesala de su realización. Su lectura anticipada ordenará mejor algunos datos y planteará un recorrido más liviano sobre cada historia a contar.