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Hoy leemos… "La Cocina es puro Cuento"

Hoy compartimos un fragmento del cuento «Secreto de familia», publicado en «La Cocina es puro Cuento. Historias y recetas de la cultura inmigrante piamontesa». Se trata del libro escrito por la periodista cordobesa Florencia Vercellone y Elva Beatriz Massola, quienes realizaron una recopilación de relatos orales, recuerdos gastronómicos e historias de una familia de la Pampa Gringa. Hija y  nieta traen al presente las vivencias de una abuela que, desde su humilde cocina mantuvo iluminada las tradiciones de varias generaciones. 

 

 

«Secreto de familia»

 

«Aunque todavía no había llegado el frío intenso, ese domingo nublado y fresco de abril era perfecto para servir la mesa con una abundante bandeja de tallarines.
De todas maneras, no había que mirar mucho por la ventana para adivinar qué habría de comer durante el almuerzo. Con sol, lluvia, frío o calor, todos estaban de acuerdo, casi inconscientemente, que la dumínica, como la llamaba la nona, no se podía comer otra cosa que no fueran pastas. Era la tradición.
Y Elva lo sabía. Siendo adolescente ella ya lo sabía. Y no sólo lo sabía, también sentía la obligación de estar presente en todo ese proceso pausado y en etapas que comenzaba temprano –como cualquier otro día en el campo- y finalizaba lavando el último plato y colgando al sol los lienzos, donde habían reposado los tallarines.
Era partícipe, al igual que todas las demás mujeres de la familia, de tareas puntualmente establecidas que podían ser desde disponer la harina en la mesada, buscar los huevos en el gallinero, templar el agua sacada del aljibe o amasar y cortar las finas hileras formando la pasta. Tareas que con el correr de los años se volvieron sencillas y rutinarias, pero que ella sentía que tenían un valor inconmensurable.
Esta vez, a ella le tocaba ayudar a su nona en la contienda del amasado, colaborando en todo lo que ella precisara. Como si fuese su sombra. Si se le desprendía el moño del delantal, ahí debía estar ella armándolo otra vez. Si acaso se quedaba sin harina en la mesada antes de que sonara el pedido, espolvoreaba sobre sus manos otro poco. Si necesitaba más espacio en la mesada para disponer la masa, entonces ella corría lo que estuviera molestando para que ese bollo ya plano y perfecto como un mármol se dispusiera a reposar por un tiempo.
Y a pesar de que a veces se cansaba de escuchar su nombre seguido de algún pedido, disfrutaba todas y cada una de las historias que se contaban mientras la comida se preparaba. Ese era el verdadero placer de estar en la cocina: poder escuchar miles de secretos, recuerdos, mentiras y revelaciones que traía cada integrante de la familia. Y, de paso, descubrir aquello que cada uno guardaba en su interior y que era incapaz de develar aun cuando todos vivían bajo el mismo techo.Como el que escondía su nona para hacer los tallarines.

– Nona, ¿esta vez me vas a decir cuál es el secreto de la salsa para que salga tan rica?

– Alé Elva, ¡si ya te lo dije un montón de veces!

– Ma no, nona, no me lo contó nunca. Siempre dice que me lo va acontar y después se olvida…

– Ma va, bueno, hoy te lo voy a contar 

Ella se sonrió, aunque supo que esa mañana tampoco le iba a poder sacar a su abuela uno de los misterios jamás contados a la familia. La nona tenía casi 80 y su salsa de tallarines era tan afamada que hasta el juez de paz del pueblo se hizo una vez el desentendido, y como quien no quiere la cosa,pasó por la casa justo un domingo al mediodía consultando sobre cuestiones del campo, y al ver que se preparaban para comer tallarines se dio por invitado. A la nona al secreto también se lo había pasado su abuela pero antes de morir, allá en Italia, y desde entonces nadie había podido sacárselo dela boca. Y como sabía que su ingrediente estrella era infalible, dejaba que cualquiera hiciera el preparado básico de cebolla, verdeo, ajito, carne, laurel y tomate, y de un momento a otro se la veía frente a la cacerola sobre el fuego,agregando algo que nadie sabía, pero que era lo que le daba ese toque único.

Aquella mañana, Elva se disponía a ponerse el delantal para comenzarla contienda cuando comenzó a escucharse el trote de unos caballos desde el camino de ingreso al campo, que se acercaban trayendo una volanta. Eran ya cerca de las 9, el desayuno ya había terminado, y los mates comenzaban a rondar por la casa, acompañando los quehaceres. Para eso estaba la tía Cata,la hermana de la nona, que soltera había quedado y se entretenía yendo y viniendo con la pava en la mano, cebando y de paso recorriendo la casa desde la sala al patio y desde la galería al sector de los animales. No pasaron más de unos minutos desde que comenzaron a oírse los caballos, cuando el nono abrió con ímpetu la puerta, como era costumbre, y Elva paró el oído al igual que su mamá, tratando de escuchar desde la cocina de qué se trataba.

No era muy común que invitados llegaran sin avisar, no por la formalidad sino porque los parientes siempre enviaban alguna carta anticipando su arribo un día en particular. Era difícil pensar que con todo lo que hay para hacer en una casa a alguien se le ocurriera salir así de improviso e ir a molestar a otro.Y cuando el dueño de la casa abrió, del otro lado se encontró con  Don Funes, caballero elegante y de fina presencia, que ni bien pasó el alero se quitó el sombrero y saludó amablemente.

– “Don Ignacio, ¡qué gusto! Pase por favor, adelante, ¿qué le traerá por acá?”- el nono sonaba cortés y sorprendido, y si no hubiera sido por el gesto de desaprobación de la nona a escondidas en la cocina, persignándose rapidito con su mano derecha, Elva hubiese pensado que todo seguía como un domingo cualquiera.

Pero no lo iba a ser».  (…)

 

 

 

Las autoras

Florencia Vercellone Nació en San Francisco y reside en Córdoba desde hace 19 años. Es Licenciada en Comunicación Social (UNC), Locutora Nacional, docente, periodista y gestora cultural. Durante 10 años trabajó como redactora-editora en la sección Cultura y Espectáculos de los diarios La Mañana de Córdoba y Hoy Día Córdoba. Además, escribió notas para diferentes publicaciones gráficas.

Elva Beatriz Massola. Nació en San Francisco, donde aún reside. Profesora en Historia (Instituto Inmaculada Concepción, San Francisco, Cba) y especializada en Metodología de la Investigación Educativa (Escuela Normal Víctor Mercante, Villa María, Cordoba). Docente, durante 27 años, en escuelas secundarias e institutos terciarios. Co-autora, con el Profesor Luis Colla, de los trabajos de investigación: “La Historia Oral entra a la escuela” (inédito, 1997) y “docencia e Historia Oral (inédito 1998), este último supervisado por la redacción de la Revista Historia, Antropologia y Fuentes Orales de Barcelona.
Colaboradora  en la investigación y redacción del libro “Los Cien Años de San Francisco”. Autora y conductora del micro “Rincones de mi ciudad”, emitido por Radio Galaxia, San Francisco. Integrante de la comisión fundadora del Centro de Estudios Históricos de San Francisco.
 

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