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Hoy leemos a… Silvina Ruffo

La escritora cordobesa -oriunda de Leones- nos propone un fragmento de su reciente novela romántica «Sangre siciliana», que tiene la particularidad de ser interactiva. En estas páginas el lector podrá decidir qué camino tomarán los protagonistas.

Dos inmigrantes sicilianos se encuentran en Rosario en 1910 y a partir de ese momento deberán sortear diferentes pruebas que marcarán sus destinos. 

 

 

«Desde lo alto; desde uno de los acantilados de piedra caliza; desde ese precisamente que tenía la cruz, Nino observaba el valle donde se encontraba enclavado su pueblo natal: Corleone.

Esta vez, a diferencia de su primera visita donde lo había hecho de paso y solo se había dedicado a buscar la casa donde ellos vivían y observarla desde afuera como un mero espectador, para luego seguir adelante y recorrer cada ciudad de la isla siciliana, deteniéndose por varios días en Taormina; esta vez venía a matar, venía a cumplir con la última voluntad de su hermano, venía a vengarse.

 

El día anterior se había contactado con un sujeto que le había ofrecido datos valiosos para utilizar en su misión. Luca Russo ahora era un anciano. Vivía encerrado en su Villa, alejado del poder y los negocios que había delegado en su único hijo, Carlo. Nadie tenía acceso a la residencia de Russo; solo el verdulero que una vez por semana pasaba por allí y entregaba la mejor verdura para que la cocinera del anciano pudiera cuidar su salud.

Nino se había presentado ante todos como Galfi, un vendedor de licores, y había informado en el modesto hotel en el que se hospedó que estaría allí por unos días a los fines de ofrecer sus productos a los distintos negocios. Como su italiano no era bueno; la dueña del hotel le había preguntado sobre su procedencia, a lo que él contestó cortante:

—Americano.

 

Lo había hecho de tal modo que a la mujer ya no le habían quedado deseos de seguir indagando; ese sujeto era de pocas palabras y muchos silencios y tampoco ella tenía tiempo que perder en él, haciendo adivinanzas.

A la semana de estar viviendo en la pequeña comunidad ya había armado su plan y tenía los contactos suficientes para llevarlo a cabo. La tarde previa, concurrió a la misa de las ocho y se sentó en el primer banco. Al salir de la misma, un grupo de hombres con los que había entrado en confianza lo llamaron por su apellido:

—Galfi, acérquese —le dijeron.

Nino se acercó al grupo, que parado frente a la iglesia y junto a la gran fuente central conversaba amigablemente; costumbre que se llevaba a cabo cada domingo a la salida de la misa.

—¿Se queda por mucho tiempo más? —preguntó uno de los curiosos sujetos. A todos les intrigaba qué hacía el americano allí, cuando ya tenía en su poder el pedido de licores que cada comercio le había realizado.

—Mañana me marcho. Mañana termino mi trabajo en Corleone —informó y notó como sus interlocutores se relajaban.

A los ciudadanos de Corleone no les gustaba que hubiera extranjeros en su ciudad. Mucho había para esconder y cual- quiera de esos sujetos bien podrían ser infiltrados de la policía; enviados que luego informaran a qué tareas se dedicaba la mayoría de sus ciudadanos.

 

* * *

 

Eran las diez de la mañana y Nino ya se encontraba frente a la Villa de Russo vestido con las ropas de Giuliano (el verdulero). Había tenido que pagar una importante suma para conseguir que le alquilara el carro con el caballo y le prestara por unas horas la ropa; pero el dinero era lo de menos para él.

El encargado de la seguridad le abrió el alto y puntiagudo portón de rejas y sin siquiera mirarlo lo dejó pasar; sin siquiera sospechar que esa mañana no era Giuliano quien llegaba.

Ingresó por el camino de piedra y vio hacerse grande esa inmensa casona antigua. Al llegar frente a la puerta, bajó del carro, tomó el cajón con verduras donde llevaba envuelta la pistola y tocó la puerta.

Al cabo de un minuto le abrió una mujer mayor vistiendo el atuendo de servicio. Lo miró con extrañeza. “Este no es Giuliano”, pensó la mujer y al instante sintió el frío del cañón a través de la fina tela del vestido. Se sobresaltó. “¿Quién era ese sujeto y qué pretendía?”

—¿Dónde está Luca Russo?

—Arriba —indicó la aterrada mujer.

—Indíqueme —exigió Galfi.

Nino siguió a la empleada de Russo y ambos subieron las escaleras caracol de mármol. Al llegar al rellano se dirigieron hacia una de las puertas cerradas. La mujer la abrió, ingresó y Nino la secundó. En su interior se encontró con un anciano moribundo que ni siquiera se enteraba que alguien ingresaba al cuarto. El viejo estaba perdido en el limbo, viviendo otra vida, otra existencia.

Galfi se acercó a la cama; lo observó y una desilusión copó su alma: él hubiese querido decirle al asesino de su familia que venía a vengarlos y se encontraba con ese sujeto desvariando y perdido.

Apuntó su arma a la frente del hombre mientras escuchaba los gritos de terror de la empleada a sus espaldas.

—Esto es por la familia Sangrato. Por mi padre, mi hermano, mi abuela, mi madre y la vida de mierda a la que nos ha condenado —explicó fríamente Nino.

Al marcharse, lo acompañaba la desilusión de saber que su interlocutor no lo había comprendido y había muerto conservando una sonrisa inocente en los labios».

 

Sobre la autora 

 

 

Silvina Ruffo nació en Leones (Córdoba) en 1976.

 

Se recibió de abogada en la Universidad Nacional de Córdoba, profesión que ejerció hasta que decidió dedicarse de lleno a su pasión: la escritura. Actualmente vive en esa misma ciudad con su esposo y sus tres hijos.

 

Es autora de “Desarraigo”, primera novela publicada por El Emporio Ediciones en 2014. Luego llegaron los títulos “Secretos en familia” (2015), «Secuelas. Un amor en Malvinas» (2016), «Apartadas» (2017) y «Cristales rotos» (2017). Además integró la antología «Historias que enamoran». Todos los libros fueron publicados por El Emporio Ediciones. 

 

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