Publicado el año pasado por el sello Comunicarte, «El orden de los actores» del escritor cordobés Ricardo Irastroza nos invita a unir aquellos cabos sueltos que parecen tener algunas historias, pero que guardan entre sí una conexión que sólo puede descubrirse con los años.
Cuatro personajes en dos momentos históricos diferentes transitan emociones similares.
Cuando murió su madre, René decidió vivir
día a día. Andar con su guitarra, estar, tocar.
Nada lo ataba. No tenía casa ni familia, tampoco
obligaciones ni ambiciones.
Tal vez por eso fue que Manuel se acercó a él.
Una noche en la cantina alguien le puso una
copa de vino en la mano y le dijo que tocaba
como Django Reinhardt. Luego lo invitó a su
mesa.
René no lo había visto antes por ahí, pero
el otro parecía haberlo escuchado varias veces,
porque conocía el repertorio.
Manuel aparentaba tener dos o tres años
menos y hablaba con acento provinciano.
Hablaron de música y músicos, de libros y
películas.
Hablaron de música y músicos, y de libros y
películas, y nada de cada uno.
Poco después almorzaron juntos.
Siguieron hablando de música y músicos, y
de libros y películas.
Hablaban como si fueran amigos de muchos
años, pero nada de cada uno.
Manuel dijo que su padre había muerto
cuando él era pequeño, pero no quiso hablar
del tema. René le contó que él no había conocido
al suyo, pero Manuel no hizo comentarios.
Antes de despedirse Manuel le dijo que
alguna noche lo visitaría con una amiga que
cantaba y que él podría acompañarla con la
guitarra.
Esa noche René soñó que conocía a esa
mujer, que era muy bella y que se enamoraba.
René, el niño René, recordaría siempre la noche que conoció a Gina. Estaba tocando algo fácil para algunas mesas con turistas, cuando ella entró con Manuel. Fue como en el sueño, pero era aún más bella. Empezó a hacer lo mejor de su repertorio, con una sensación que nunca había tenido. Antes del segundo tema se tuvo que secar las manos. Gina cantó canciones que él apenas conocía. Mutuamente se dijeron que deberían practicar algunas.
Cuando ya no quedaba nadie, René sacó una botella de vino de la cantina y se fue a la rambla.
Allí se quedó hasta terminarla. Amanecía. Llegó a los tumbos a su cuarto.
Hubiera querido dormir con Gina, pero ni siquiera pudo soñar con ella.
Sobre el autor
Ricardo Irastorza (Bell Ville, 1950).
Docente, investigador y editor científico en la Universidad Nacional de Córdoba, ha publicado los libros de cuentos ¡Qué va a haber en la Francia! (1993), Los pecados interiores (2002) –por el que recibió el premio “Luis de Tejeda” de la Municipalidad de Córdoba– y El deseo y las sombras (2007); y las novelas El modo exacto de estar en el mundo (2014) y El orden de los actores (2018).