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Hoy leemos a… Brianna Callum

La escritora comparte con Babilonia un fragmento de su novela «Huellas en el alma», continuación de «El perfume de las gardenias». La historia transcurre en Buenos Aires durante las primeras décadas del siglo XX. 

 

 

 

Ángeles dejó el salón de baile y se encaminó hacia el tocador. Cruzó el largo corredor brevemente iluminado por dos faroles de luz eléctrica adosados a la pared: una de las mejoras que Wenceslao había mandado a hacer para modernizar la propiedad.

 

El calor dentro de la casa la había sofocado, pero no podía culpar de su malestar solo a la temperatura del verano dado que también había contribuido, y seguramente en mayor medida, la conversación asfixiante que solo giró alrededor de la boda: ¿Y ya tienes el traje de novia listo?, ¿el tocado, el ramo? Las invitaciones ya han sido enviadas, pero ¿están prestos ya los souvenirs?, ¿el banquete?, ¿contratada la orquesta que tocará en la celebración? ¿Y quién cantará el Ave María en la iglesia? María Argüello tiene una voz que envidian hasta los querubines, debería de ser ella quien cante en vuestra boda. Debes de estar muy emocionada. Un candidato como Wenceslao Baigorria. ¡Qué porte y qué fortuna! ¡Europa como viaje de luna de miel, pero si es el sueño de toda jovencita!

—¡Pero no es mi sueño! —lloriqueó Ángeles en la intimidad del cuarto de baño.

 

Apoyó las manos en el tocador y el frío de la superficie de mármol italiano se extendió por sus palmas. Sin reacción, como si no lo hubiera sentido, permaneció en la misma posición y buscó su imagen en el espejo enmarcado en metal repujado. El disfraz que lucía era alegre y colorido, ¡que contraste absurdo que hacía con el estado actual de su alma! Tal vez por eso mismo lo había elegido, ¡si se había convertido en una experta en disfrazar las emociones, además del cuerpo!

 

Alzó el aguamanil de loza y echó un poco de agua en la jofaina. Con lentitud lastimosa se quitó el antifaz y se empapó la cara. Las alas le pesaban, no tanto a su espalda como a su espíritu, que la veía ridícula queriendo mostrar a los demás una alegría de la cual carecía. Se las arrancó de un tirón y las tiró al suelo. Había decidido que si volvía a la fiesta lo haría sin ellas. Podía pasar por su cuarto y rescatar la peineta, la mantilla y el abanico que en realidad deberían de haber acompañado el traje de época. Moda a la francesa pero con las infaltables reminiscencias de la ascendencia española.

Volvió a mojarse el rostro y a mirarse en el espejo, y su conciencia le recordó que no podía faltar a su palabra. Había hecho una promesa.

—¿Y este matrimonio es lo que usted quiere, papá?

—Sí, es lo que quiero…

—Entonces no se preocupe más, tatita. Me casaré con ese hombre.

 

No deseaba desposarse con Wenceslao Baigorria, pero debía hacerlo. Respiró hondo e irguió la espalda. Se secó el rostro y volvió a ponerse el antifaz; no levantó las alas, las dejó allí, en el mismo estrato en el que naufragaba su corazón. Después regresó al pasillo. Iría a su cuarto a recoger la mantilla.

 

Mientras atravesaba el corredor, Ángeles volvió la vista atrás. Percibía la ya consabida sensación de odio quemar su nuca. Apretó el paso. El corazón golpeó con violencia las paredes de su pecho y la sangre empezó a bombear con fuerza. Le sudaban las manos; se trataba de miedo, ¿pero miedo a qué? ¿A una presencia intangible, tal vez creada por su imaginación? ¿O realmente había alguien allí, observándola y que la despreciaba tanto, con tanta fuerza, como para que ese odio traspasara el espacio y llegara hacia ella de manera tan palpable, tan nítida?

Llegó al final del corredor y dobló en la esquina. La respiración entrecortada le quemaba los pulmones. Miró hacia atrás; no vio más que la pared y al volver la vista al frente no lo hizo lo suficientemente rápido como para evitar llevarse a alguien por delante. El impacto la sobresaltó y terminó de atemorizarla.

 

Cuando Ángeles abrió la boca para gritar, una mano masculina, amplia y contundente, sofocó su grito. Con los ojos desorbitados de pánico buscó el rostro del que la había apresado por la cintura y que la silenciaba. Parpadeó y fijó la vista, entonces logró atisbar un dejo de sonrisa en los labios de su captor y un signo de alerta que le impostó la mirada cuando él advirtió el miedo que a ella le alteraba las facciones y que seguramente percibió con claridad en el temblor de su cuerpo.

—Shh —intentó él tranquilizarla; ella seguía aterrada. Acercó el rostro enmascarado al de la joven y le susurró, rozándole la oreja con el aliento cálido y acariciándole el alma con las palabras—: Soy Juan.

 

 

Sobre Brianna Callum

 

 

Karina Costa Ferreyra, también conocida por su seudónimo, Brianna Callum, nació en Capital Federal. Desde el año 2006 reside en Capilla del monte, Córdoba. Es autora de relatos y de novelas románticas: contemporáneas y de ficción histórica.

 

Con relatos de su autoría, resultó entre los ganadores en certámenes de Literatura tanto en Argentina como en España. Se desempeñó como jurado en diferentes concursos literarios. Participó en varias antologías.

 

En 2017, su novela «Huellas en el alma»; ganó el Fondo incentivo a la Actividad Editorial, otorgado por la Municipalidad de Córdoba.
En marzo de 2018, en reconocimiento a sus novelas publicadas ambientadas en Escocia, la Fundación Highlands Titles Nature Reserve, le obsequia una parcela souvenir ubicada en el bosque de Glencoe, Escocia, y el Título de cortesía de Lady de Glencoe.

Actualmente cuenta con más de una decena de libros publicados tanto en papel como en
formato electrónico.

Web oficial: www.briannacallumescritora.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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