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Hoy leemos a… Mabel Pagano

La escritora, nos comparte un fragmento de su novela «La guerra de los diez centavos» publicada en septiembre del año pasado por Ediciones del Boulevard. 

Nuevamente, Pagano nos lleva a recorrer nuestra Historia de la mano de una atrapante trama ficcional. 

 

 

 

María miró la ropa desparramada a su alrededor y con un suspiro de cansancio se sentó en la cama cubierta de cajas. La proximidad del viaje a Lima la inquietaba, pensando que todavía quedaban muchas cosas por hacer. Se quedó pensativa con los ojos clavados en el vestido que estaba sobre una silla. Era el que usaría para su casamiento con Bernardo.

Desvió la mirada hasta encontrar el retrato de él en su mesa de luz. Pero la ternura que la envolvió por un instante, fue barrida por el recuerdo de las palabras de Luciano en una carta que le había escrito a Felipe, ya desde Buenos Aires, contando del reencuentro con su familia y el regreso a la universidad. Le pareció que su hermano, cada vez que levantaba los ojos del papel, la miraba como queriendo descubrirle el alma. Como si quisiera que le confesara algo que tal vez presentía. Pero como siempre, ella supo conservar el secreto. Simplemente dijo me alegro; cuando le escribas dale mis saludos y enseguida se encerró en su cuarto, después de balbucear tengo que seguir con los preparativos.

 

Había doblado cuidadosamente dos camisones, pero el camino hacia el pasado estaba ahí, delante de sus ojos, tapándole hasta la sonrisa de Bernardo. La misma de aquella noche en Santiago, cuando él le dijo que estaba muy feliz de conocerla porque Felipe me habló tanto de ti en estos años. Ella casi no lo había escuchado porque aún le duraba el temblor que la sacudió un momento antes cuando Luciano le había susurrado junto al oído, luego de besar su mano ¿así que tú eres la famosa María? Se quedó corto Felipe hablando de lo linda que eras.

 

Le había huido un poco durante la fiesta, por el miedo que sintió al darse cuenta de cómo la abandonaba la voluntad cada vez que él la requería para un baile. Pero le dio un poco de rabia y también celos después, al verlo ir en busca de Serena o de Paulina a las que enlazaba por la cintura, acercándolas a su pecho, como había hecho con ella.

 

Cuando volvió a verlo en la estancia de Saladillo, le pareció que se habían despedido ayer, tal era la intensidad con que lo había recordado en esos tres meses. Como ellos fueron los primeros en llegar, no pudo rehuir las constantes invitaciones de Luciano, que parecía empeñado en cumplir con las obligaciones de dueño de casa, proponiendo caminar hasta el bosque de cipreses, recorrer el tambo o cabalgar por la orilla del río.

 

El recuerdo de la siesta en que el sol incendiaba el lomo inquieto del Salado volvió a turbarla, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces. Ni aún ahora que su vida tenía otro destino, le era posible explicar por qué había pasado lo que pasó, más allá de sus miedos, de sus prejuicios y de su educación. Eso que aparte de ellos y Dios, nunca supo otra persona. Tal vez lo había presentido cuando él habló de ir con un grupo de peones en busca de una yegua extraviada que estaba a punto de parir. Felipe se negó, entretenido con la lectura de una novela francesa y Consuelo porque con este calor no tengo ganas de moverme de aquí. Ella ni siquiera había contestado cuando ya Luciano, montado en su bayo le estaba acercando el tobiano.

 

La búsqueda comenzó por donde terminaba la hilera de eucaliptos y perdieron a los hombres ni bien el último ciprés quedó atrás. Luciano dijo no importa, total ellos saben lo que tienen que hacer. ¿Qué te parece si nos vamos al río? Ella asintió con la cabeza mientras el mareo y el ahogo empezaban a minar una fuerza que desapareció cuando él la ayudó a bajar del tobiano.

 

¿Cómo fue que de pronto se sintió abrazada y abrazó, besada y besando, deseada y deseando? ¿Cómo fue que soltó la amarra y se dejó llevar a un terreno del que todo ignoraba y del que todo aprendió en un momento? Luciano le dijo que la amaba y ella que también. Él que nunca había sentido algo así y ella que tampoco. Juraron hasta que el jadeo y el gemido compartidos los empujaron hacia la llama de una pasión que los dejaría exhaustos en la orilla del silencio. Y después, todavía sorprendidos, mientras se arreglaban el pelo y la ropa el uno al otro, hicieron promesas con las manos juntas, mirando al cielo, donde el crepúsculo había comenzado a anunciarse como una herida sangrante sobre el horizonte del río.

 

En las horas siguientes, se había sorprendido de que, a pesar de haber transgredido las rígidas costumbres de la época, no sentía un mínimo remordimiento ni la más remota culpa. Su entrega había sido espontánea, plena, total a un hombre que, lo supo, lo sintió, había compartido de igual manera ese momento único, de amor y pasión absolutos. Y no tuvo dudas ni se hizo preguntas, porque una certeza se había instalado en su interior. Ella y Luciano habían dado el primer paso en el camino de una vida por la que andarían siempre juntos.

 

Por eso nunca lo pudo perdonar. Por eso le cerró su corazón para siempre la tarde en que desde la torre de la casona -donde había subido para esperar el regreso del paseo al que un dolor de cabeza, del que su madre culpó al sol del mediodía, le impidió ir- los vio besarse allá en el fondo de la alameda y después cómo él reía mientras apoyaba las manos sobre los hombros de Paulina. En el pozo que se abrió en su alma, sepultó junto al amor recién nacido y la pasión apenas aprendida, el plan acordado cuando volvían a la casa, de guardar el secreto unos días para hablar con los padres al término de las vacaciones. Y fue sorda y muda a explicaciones y a preguntas.

 

Después, ya de vuelta en La Paz, devolvió sin abrir las cartas de Luciano y contestó en cambio la que llegó desde Lima, donde Bernardo le declaraba su amor.

 

 

Sobre Mabel Pagano 

 

 

Mabel Pagano. Ha publicado veinte novelas, dos biografías noveladas, dos biografías, diez libros de cuentos, tres volúmenes de cuentos infantiles y dos novelas juveniles. Participó, además, en veinticuatro antologías, dos de ellas publicadas en Estados Unidos y una en España. En formato digital, ha publicado cuatro novelas. Ganó ciento dos premios, tres de ellos por su trayectoria literaria.

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