De tinta sangre, fútbol y otras cuestiones

 

 En un comentario anterior en este mismo segmento, he dicho que las antologías suelen ser una excelente oportunidad para descubrir un autor, de principio a fin –o por lo menos el fin que marca el presente-, como avistando un paisaje desde lo alto como quien observa un mural detalladamente. Porque si bien es cierto que esos  libros gigantes, que sobrepasan las 500 hojas y son difíciles de trasladar en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, que no sólo son una propuesta editorial que cierra comercialmente en cuanto a reedición y derechos de autor, también lo es que las historias que lo integran nos sirven –a nosotros lectores- como un mapa para ir recorriendo lo que nos deja ver su escritor: su ojo para los detalles, los puntos en común entre personajes y, sobre todo, su línea de crecimiento que o llevó de ser un principiante hasta un experto en la materia de narrar.

 

Continuando con la colección de Cuentos Reunidos, Alfaguara publicó hace un par de meses los relatos escritos durante 40 años por Juan Sasturain. ¿Hace falta presentarlo? No, pero por las dudas. Nombre y apellido con peso propio en las letras argentinas, Sasturain se ha convertido en un referente internacional del género policial –editorialmente hablando-, pero también de esa narrativa contemporánea que mixtura dramas oscuros, paisajes desolados, penas escondidas y sobre todo personajes que se vuelven protagonistas en sus textos pero que son invisibilizados en la mundo real. Una mezcla que sólo Sasturain sabe condimentar a la perfección, dosificando equilibradamente ritmo de lectura, trama y tensión, todo maridado por un delicado humor.

 

Los 36 relatos reunidos en el libro son testimonio de la vida de su autor a lo largo de casi cuatro décadas. Algunos de ellos fueron editados en conjunto en los volúmenes La Mujer Ducha, El Caso Yotivenko o Los galochas, y otros también extraídos de Picado Grueso y Pretextos. De uno u otro origen, lo cierto es que todos ellos están compilados y divididos en diez capítulos, en un libro que es interesante dejar en la mesita de luz y tenerlos al  alcance de la mano para cualquier noche, antes de dormir, descubrir uno de los entrañables personajes creados por Sasturain. Como Susvín, el inmigrante peruano que se ve envuelto en conflictos por la ley por estar metido en un plan que planeaba robar las banderas que se usarían en la visita del Papa al país; o Soler, el que siempre difería (las cosas y de las personas) o la minuciosa guía de Los Galochas, pueblo exagerado si los hubo, que incluía en su listado a Tampoco, el renegado, Chubasco, el tormentoso, Mamotreto, el ordenador incansable o Arrumaco, el gestor arbitrario.

 

Sasturain es un escritor de tinta sangre, es cierto, pero que sabe conjugar sus rojas letras con tango, bolero, fútbol, asado, mujeres fuertes, amigos y tierra adentro. Además, a diferencia de otros, Sasturain es un autor que no le teme al público ni a otras plataformas que no sean papel, y por eso lo vemos de disfrutar íntimas charlas en bares de café o exponer en masivas disertaciones, de salir en TV, hablar en radio o escribir en periódicos. Sasturain está ahí, se puede ver y escuchar, tiene mucho para decir y lo dice sin problemas. Sasturain es ese tipo que piensa rápido y escribe lento, y parece tener siempre la mejor repuesta para todo. Leerlo es honrar nuestra literatura y al mismo tiempo entendernos un poco más como argentinos.

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