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“Soy una escritora arquitectónica, siempre le doy mucha importancia a las estructuras”

La escritora y periodista española Rosa Montero acaba de publicar “La buena suerte”, novela galardonada con el Premio Nacional de las Letras Españolas. Se trata de una intrigante y bella historia, que habla de las derrotas y de las nuevas oportunidades, y que demuestra que tener buena suerte a veces es también una cuestión de decisión.

“La alegría es un hábito”, se expresa en la contratapa de la novela. Y aquello que parece ser una afirmación, se transforma casi sin querer en un interrogante. Y, a su vez, de ese interrogante emerge cierta intriga que bajo una estructura narrativa casi artesanal, va encastrando las piezas de una gran historia que, en definitiva, ahonda sobre uno de los temas más universales de la literatura y de la humanidad: la lucha entre el bien y el mal.

“La buena suerte” es la nueva novela de la escritora y periodista Rosa Montero, libro galardonado con el Premio Nacional de las Letras Españolas. Solo basta con leer las primeras páginas para quedar atrapados en ese clima enigmático que comienza con un hombre extraño que viaja en un tren y que decide bajarse en un pueblo que -tal como lo describe la autora- es un reflejo de la decadencia.

Allí, en ese escenario de Pozonegro emergen personajes fascinantes que ponen a la suerte y a su suerte en jaque.  “Es, de todas mis novelas, la que yo creo que se acerca más al corazón palpitante de la vida”, afirma Rosa Montero en esta entrevista compartida con Babilonia Literaria.

-“La buena suerte” abre con un primer capítulo que genera una enorme intriga: un hombre que viaja en un tren, un pueblo casi olvidado, una transacción hecha de manera poco convencional… ¿cómo fue trabajar, desde lo narrativo, esa estrategia de contar y no contar a la vez, dejando abiertos algunos interrogantes que despiertan  curiosidad?

-Soy una escritora muy arquitectónica, siempre le doy mucha importancia a las estructuras. Las novelas se van formando en mi cabeza como galaxias llenas de luz y ritmo o color y movimiento, el reto es pasar eso que en la cabeza siempre es perfecto a la realidad. Escribir tiene una parte de oficio que vas aprendiendo con el tiempo, es como ser carpintero; y así, vas aprendiendo a hacer patas bien torneadas (jajaja). Digamos que a estas alturas ya tengo una intuición artesana muy desarrollada, vas sabiendo cómo ir dosificando los ingredientes, cómo ir construyendo un artefacto narrativo que tenga la precisión de un reloj. 

¿Cómo fue construir un personaje como Pablo, con tanta carga a cuestas, con sus secretos, sus misterios…?

-La verdad es que las novelas te las van contando los personajes. Cuando se ocurrió la idea del libro, el embrión, el huevecillo (que alguien se baja de un tren inopinadamente en el sitio más feo del mundo) ni siquiera sabía si era un hombre o una mujer, y para mí su gesto era totalmente enigmático. Tuve que irlo sabiendo, igual que el lector, poquito a poco. 

-¿Cómo juega esta idea de “la suerte” o «la buena suerte” en la vida de los personajes de la novela?

-La idea de la buena suerte la trajo el personaje de Raluca debajo del brazo. Raluca es coprotagonista de la novela y al principio tenía mucha menos importancia en el libro, pero empezó a crecer y a crecer y se comió la novela con su alegría y su fuerza vital, con esa luz que irradia y que lo llena todo. Y Raluca nos enseña que la buena suerte consiste en que queramos tener buena suerte; en contarnos la vida de otra manera y mirarla con otros ojos; en no rendirnos y seguir manteniendo la esperanza. 

-El escenario, ese pueblo llamado Pozonegro, no cumple solo una función decorativa en la historia sino que también le imprime fuerza dramática al texto. ¿Por qué la elección de ese pueblo y cómo influye finalmente en el relato?

-Creo que Pozonegro es un personaje más del libro, sí. Es un lugar inventado, un asentamiento industrial minero en completa decadencia y agonía. Es el símbolo del horror urbano, es un infierno urbano, y refleja el abismo al que se dirigen los personajes (pero del que se salvan, sin embargo)

-En la sinopsis queda muy en claro que la novela habla del Bien y del Mal, algo que está presente casi siempre en las obras literarias. ¿Por qué creés que ese juego o disputa del Bien y el Mal nunca pierde vigencia en la narrativa?

-Supongo que es una de las grandes preguntas del ser humano, cómo es posible que haya el Mal en el mundo y cómo podemos manejarlo para que no nos destruya. Aún así, en esta novela es un tema esencial, no de fondo como en otras. 

-¿Cuáles fueron los mayores desafíos de escribir esta novela?

Es una novela muy poco convencional y eso hace que tengas que escribir sin red. Eso y la aparente sencillez de su complejidad han sido los dos retos mayores. 

-Hay una frase con la que abre la sinopsis. Dice “La alegría es un hábito”. ¿Creés que es así? 

-Creo que la alegría es, en primer lugar, algo que viene de fábrica: es una virtud animal, el regocijo de estar vivo, y sale de tu sopa química, de la cantidad de oxitocina que tengas y cosas así. Pero aparte de eso, sí, creo que puedes influir en esa sopa química, creo que puedes ejercitar el músculo de la alegría como ejercitas los glúteos, no haciendo un nido de tus penas y esforzándote en no mirar tu propio ombligo. 

-Si tuvieras que definir en pocas palabras, la esencia de “La buena suerte”. ¿Qué dirías?

Es, de todas mis novelas, la que yo creo que se acerca más al corazón palpitante de la vida. 

Para conocer más sobre «La buena suerte»

En un material audiovisual y promocional realizado por Me gusta leer (marca de Penguin Random House), Rosa Montero cuenta más detalles de esta novela que desde septiembre puede conseguirse en las librerías de Argentina. 

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