Uno de los títulos más leídos de Cristina Bajo fue parte del ciclo “Narrar la historia, (re)inventar el pasado” de la temporada 2022 del Club de Lectura de Babilonia. Publicado originalmente como “Sierva de Dios, ama de la muerte” (en 2001), esta potente novela narra la vida de Sebastiana, una mujer que rompe mandatos, destinos impuestos e incluso leyes morales, en la Córdoba virreinal del siglo XVIII.
Desde septiembre y hasta noviembre seguimos recorriendo en el Club de Lectura el ciclo “Narrar la historia, (re)inventar el pasado”, donde proponemos novelas históricas de autoras argentinas. La propuesta parte de varias observaciones y también de algunos interrogantes.
El género de novela histórico es uno de los que más lectores tiene en la Argentina, también el que más autores y sobre todo autoras ha cosechado, y al mismo tiempo uno de los más criticados por considerarlo de ser una literatura menor. ¿Es su popularidad lo que lo ha puesto en la vereda contraria a los circuitos académicos de las letras? ¿Son todas las novelas históricas iguales, escritas bajo una misma fórmula de éxito?
Desde el Club, entonces, nos propusimos leer tres libros, buscando descubrir los puntos en común que pueden tener los libros escritos dentro este rótulo y también con la intención de marcar diferencias.
No podía faltar dentro de esta actividad, la figura de Cristina Bajo, autora cordobesa referente internacional desde hace años, creadora -entre otros libros- de la saga de los Osorio y de esta trama exquisita por su equilibrio entre el gótico, el drama y la tensión del policial. Hablamos de “El jardín de los venenos”, publicada originalmente como “Sierva de Dios, ama de la muerte”, un relato luminoso, pero también oscuro y sombrío, que cuenta la vida de Sebastiana, una joven de acomodada familia en la Córdoba virreinal del siglo XVIII, que de una manera original y despiadada romperá con el sino pensado para ella.
Como es costumbre en esta sección, les dejamos algunas claves para su lectura.
“El jardín de los venenos” es una de esas novelas que con el correr de los años lejos de acomodarse en entre los libros “del momento”, aquellos que gustan o entretienen cuando aparecen pero luego olvidamos, se ubica cada vez más como en una especia de clásicos que de vez en cuando tomaremos para releer. Y esa (re)lectura se puede hacer acompañada de las diferentes miradas con las que se la puede observar y analizar.
La primera mirada que podemos tener de su trama es, por supuesto, en clave histórica, gracias a su exhaustivo, brillante y certero encuadre de época. Cristina Bajo es, como pocas, una autora que nos transporta con sus párrafos al momento y lugar elegido para la ocasión, que aquí será la ciudad de Córdoba entre 1700 y 1706, años después de la llegada del polémico Obispo Manuel Mercadillo (quien por supuesto aparece en la trama) y un par luego de su muerte. Jamás sabremos cómo logra Cristina recrear no sólo espacios públicos, lugares domésticos o escenas de la vida social, sino conseguir que cada uno de los personajes de sus corales novelas hablen, sientan y piensen como lo hacía cada sector social del momento. Autoridades, clérigos, señores, capitanes, simples comerciantes, señoras casadas, jóvenes solteras, criadas, esclavos o campesinos, todos tienen un tono preciso y un lenguaje específico que permite que la lectura fluya de una manera vívida y absolutamente oral. Cristina Bajo no sólo es una gran escritora, sino también una gran narradora y por eso sus historias además de leerlas, se escuchan desde el papel.
Yendo directo a la trama, podemos mirar “El jardín de los venenos” -sobre todo en la actualidad-, en clave de lucha de géneros. En primer lugar, la protagonista es una mujer: Sebastiana de Zúñiga, hija de un bondadoso, cauto, temoroso y devoto español terrateniente en Europa y de holgada fortuna en la América conquistada, que todo lo bueno que ha recibido de su padre lo ha perdido gracias a la maldad de su madre. No caeremos en spoiler cuando diremos que Sebastiana cometerá -siendo adolescente- el peor delito que puede cometer una mujer, que es caer en el pecado de la carne con un desconocido, y que durante el resto de su vida pagará su deseo con la cruel decisión de su madre de casarla con otro hombre, avaro, desagradable y violento. Y aquí lo importante será la pregunta que nos abrirá las puertas al núcleo narrativo y que tiene que ver con el cómo pagará Sebastiana ese pecado, porque allí es donde aparecerá la originalidad de la autora de construir un personaje que detrás de una mirada sumisa, gestos amables y apariencia amorosa, cobijará una personalidad desafiante, aguda y temeraria. Sebastiana se transformará, varios siglos antes de las luchas feministas, en una mujer que a partir de las sencillas y modestas herramientas con las que contaba una joven (apenas adolescente) como ella en la sociedad colonial (la oración, el silencio, la organización del hogar, su descendencia), fue capaz de equilibrar la balanza de la justicia.
Si elegimos en cambio una mirada en clave política, esta novela se convertirá en un drama que si bien se ubica en un registro personal -lo que tiene que vivir Sebastiana puertas adentro-, el conflicto trascenderá los círculos familiares y domésticos para llegar a la vida pública de la época. Es que la Córdoba del Virreinato del Perú del Siglo XVIII considerada una ciudad estratégicamente ubicada en el sur del continente, donde la corona y la iglesia (en sus diferentes cleros) construían poder, no dejaba de ser una pequeña aldea donde cada rostro tenía nombre y apellido y, por supuesto una historia que contar u ocultar. Tanto Sebastiana como sus padres, Don Gualterio de Zúñiga y Doña Alda, como su tío Don Esteban Becerra, y cada uno de sus confesores, el padre Thomas Temple (jesuita), el padre Cándido, se cruzarán en espacios públicos con militares que respondían al rey y por ende tenían lazos con autoridades locales. Por eso entrarán aquí en juego nombres que también son ficticios como el Maestre de Campo Lope de Soto con otros que en realidad sí existieron como el gobernador Zamudio y el mismísimo obispo fray Manuel Mercadillo. Es entonces cuando la trama se hace cada vez más densa, más compleja, más intricada. El destino de hombres y mujeres anónimos, articulados con el poder político y religioso de turno en una comunidad regida por leyes dictadas al otro lado del océano, buscando ser cumplidas en una sociedad signada por la diversidad de etnias, nacionalidades y liderazgos, y por supuesto, una gran pobreza.
Por último, podemos leer “El jardín de los venenos” (o hacemos la invitación en esta nota) en clave religiosa, a partir de una trama que (al igual que “El nombre de la rosa” de Umberto Eco con sus capítulos según las horas canónicas dentro de una abadía) se ajusta al calendario litúrgico como elemento crucial para entender a una sociedad que se construía, pensaba y desarrollaba a partir de la cosmovisión cristiana. Con sutileza, inteligencia y paciencia, Cristina Bajo irá sumando en cada escena, elementos que servirán al mismo tiempo para sumergirnos en la atmósfera moral asfixiante de la época como para descubrir los secretos de la trama. La fe, el perdón, la redención, la culpa, la reclusión, el amor a Dios, la divina providencia, no se muestran como tal pero son también elementos cruciales que torcerán el destino de cada uno de los personajes de la novela. Esta novela nos invita a pensar, entre otras cosas, donde está el bien y el mal, o mejor dicho, dónde pueden surgir.
«Hay dos cosas capaces de matar a través del tiempo y el espacio, y éstas son el tósigo y la palabra. No alcanzo a distinguir cuál de ellas es más venenosa, y aunque se piense que el primero es definitivamente mortal (así duerma por largo tiempo en el fondo de un dulce, de una bebida, de un remedio), piénsese en lo que es capaz de lograr una mentira susurrada, un temor fingido, un anónimo que denuncia, una carta extraviada que alguien encontrará no demasiado tarde y que será la perdición del acusado. Porque la víctima no siempre es inocente y rara vez lo es del todo», escribe Sebastiana al comenzar la novela, y sus reflexiones sobrevolarán la historia hasta las últimas páginas.