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“Quise escribir la novela que me hubiera gustado leer”

El escritor cordobés Luis Carranza Torres acaba de publicar “Los extraños de Mayo”, una historia que transcurre en los vertiginosos acontecimientos que marcaron el Mayo Francés. “Hacía tiempo que buscaba situar una historia en ese momento y lugar. Me parece un hecho central para entender la segunda mitad del siglo XX”.

En un mundo que cambia, en medio de ideas revolucionarias, liberación femenina y el fervor político y cultural del Mayo Francés, Luis Carranza Torres construye un retrato de la época que va de la mano de una gran historia de amor. “Adèle es francesa y reformista, Alan, argentino y tradicional. Ella está totalmente politizada, él en lo absoluto. Ellos no tienen en común valores o virtudes, sino penas y defectos”, afirma el autor que acaba de publicar con Vestales la novela “Los extraños de Mayo”.

En diálogo con Babilonia Literaria, Carranza Torres cuenta algunos detalles de cómo fue investigar y reconstruir, desde la narrativa ficcional, aquellos hechos de 1968.

-¿Qué te motivó a escribir una historia ambientada en el Mayo Francés?

-Hacía tiempo que buscaba situar una historia en ese momento y lugar. Me parece un hecho central para entender la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestros días. Con la conmemoración de los 50 años en 2018, durante la Feria del Libro de Buenos Aires había mucho material editado al respecto, pero ninguna novela. Me sorprendió también que los diferentes textos (de historia, análisis sociológico), se concentraban en los grandes hechos y prácticamente no había detalles de la “petite histoire”, como le dicen los franceses.

Todo lo que pasó por esos días fue de novela, en más de un sentido y en el mejor de los sentidos. Quise escribir la novela que me hubiera gustado leer. La que pone el foco en lo que pasa con las personas comunes puestas frente a eventos extraordinarios.

Entre las posibilidades, la que más me entusiasmó es contar una historia desde dentro, de un amor heterodoxo entre dos rebeldes, a fin de trazar una paralela entre el conflicto que tienen hacia dentro y entre ellos, con el mundo puesto pies hacia arriba de la época.  

-¿Qué le imprimió esa época, con sus características sociales, culturales y políticas, a la trama literaria?

-El contexto del caos es muy interesante para contar una relación basada en los sentimientos. Las dudas, las asperezas, la incertidumbre de ese tiempo, terminan impactando en ellos. Dicen que somos prisioneros de nuestra cultura, pues bien, por esos días, de modo vertiginoso, los cambios culturales y sociales que ya venían amagando, surgen como parte de una explosión que se lleva puesto todo orden social. Todo eso me dio mucho material para poder “vestir” la trama y que aquello que contaba en la novela fuera algo verosímil en función de cómo se dieron los hechos y cómo era la sociedad de ese entonces.

Uno de los puntos fuertes fue el choque de dos mundos, de las creencias de la generación de los estudiantes respecto de lo dado por sus padres.

Un hecho que refleja eso como pocos, acaso como ninguno es lo que se produce el primer día, cuando la policía va a desalojar la universidad. De quienes se niegan a marcharse, solo arrestan a los varones y dejan ir a las chicas. Al salir, son ellas las que desencadenan la reacción, al pretender impedir que los camiones celulares se marchen con los detenidos. Eso es lo que quise retratar, y muchos de esos choques tiene que ver con la emancipación femenina. De allí que, aunque la novela la cuente en primera persona Alan, la centralidad de Adèle queda dada desde un primer momento.  

Esa época es también el minuto cero de muchas cosas que hoy visualizamos como normales, y quise ponerlo en el transcurso de la trama. Desde la minifalda como prenda emblemática de ese tiempo, a la ropa más informal o el afianzamiento del Prêt-à-porter (que viene de la década anterior), pasando por el rock, o la Nouvelle vague en el cine.

Es también en lo social, el surgimiento de los jóvenes con una esfera propia en la cultura: por primera vez tienen manifestaciones para ellos. Una de las primeras muestras de esto se refleja a través de artistas de la misma edad de los asistentes a sus conciertos, de canciones hechas para jóvenes. Ese fenómeno se da en Francia y luego se extendió a las chichas Yé-yé con canciones influidas por el soul, el rhythm & blues y el pop.

También, tras siglos de estar relegadas y determinadas en sus vidas por los mandatos familiares y sociales, los jóvenes de ese tiempo rechazan lo que se espera que hagan para lanzarse a crear un futuro que sientan propio.

Todo ello se muestra en el contexto de época de la novela, lo viven los personajes y lidian lo ello, a favor de los cambios algunos, otros como Marcel, decididamente en contra.

-¿Qué podrías contarnos de los protagonistas de “Los extraños de mayo”?

-Están en opuestos, desde el principio. Adèle es francesa y reformista, Alan, argentino y tradicional. Ella está totalmente politizada, él en lo absoluto. Ellos no tienen en común valores o virtudes, sino penas y defectos. En particular, la insatisfacción por la vida que llevan, el no ser comprendidos por quienes tienen a su alrededor.

Adèle, es una joven liberada que, como representante de tales ideas, se suelta el cabello, viste minifalda a escondidas, toma la píldora y tiene frente al mundo una actitud de buscar ser la protagonista de su propia existencia y no el apéndice de un hombre. Y muy a su pesar, no podrá evitar ciertos sentimientos respecto de Alan, que es básicamente un joven conservador y de vida simple.

Adèle, como ella dice, “tiene todo en la vida salvo lo importante”. Aspira a algo más que una vida material acomodada. Quiere cambiar ese mundo y ambiciona tener una vida distinta. Se trata de una mujer joven que quiere, por ensayo y error, un futuro a la medida de sus deseos y moldeado por sus propias manos.

Alan es más simple que ella: lidia con el dolor del suicidio de un padre que lo llena de culpa. Está enojado, además, porque el mundo parece seguir como si nada, sin apercibirse de ese dolor. Solo quiere dejar de sufrir, el resto pasa a un segundo plano para él.    

Son dos extraños para ellos mismos, pues llevan sentimientos dentro que no terminan de explicar. Fluctúan entre el acercamiento y el rechazo ya que ven en el otro lo que pueden llegar a ser, pero también les asusta abrirse y revelar los demonios con los que lidia cada uno. Pero no solo quise hablar de los roces que esa oposición genera, sino también de otros aspectos mucho más amables como la química del deseo que entraña lo distinto, de la posibilidad de complementarse mutuamente, y hasta de completarse en el otro.

-¿Qué desafíos te llevó la investigación y escritura de esta novela?

-Encontrar los sucesos del día a día. No sólo de los disturbios -que ninguna crónica publicada trata a nivel de lo que pasaba en los individuos-, sino de esos detalles propios de una sociedad con tanta personalidad como la francesa (si ven la tele o escuchan la radio, qué programas miran, los insultos, las frases de moda). Costó y mucho.

Por suerte, una española de paso por París que se sumó a la revuelta había escrito un diario de unas veinte páginas con bastantes detalles interesantes.

También conseguí, sin buscarlos en particular, algunos informes de los servicios secretos franceses de la época que salieron a la luz. Estaban, a tenor de esos pocos papeles oficiales, bastante infiltrados desde el Estado. Algo que se decía por la época. Allí estaba lo que buscada: dónde estaba cada quien, qué hacían, cómo deliberaban, qué se decía, cómo estaban organizados en la Sorbona tomada. Me impresionó el nivel de detalle de la información (horarios, lugares, qué se decía, quiénes estaban), pero también fue inmejorable para poder escribir la historia. 

-¿Cómo se enlazan en el relato: romanticismo, idealismo y rebeldía?

-Como partes cambiantes de una misma moneda. Tienen un común denominador: se trata de situaciones espirituales que nacen de la necesidad de ir hacia algo porque no se está muy conforme con lo que uno es o en dónde está.

El idealismo de Adèle chocará, y mucho, con el carácter simple y práctico de Alan. Pero a la vez, y mal que le pese, él es su cable a tierra. Acaso la única persona que puede rescatarla de esos espirales hacia dentro de ella misma donde parece perderse cuando está herida.

A la inversa, ella que está más acostumbrada que él a lidiar con lo incómodo y doloroso de la vida, será quien le muestre que, en la aflicción, las cosas pueden verse de otro modo y hay salida de las situaciones angustiantes.

La paradoja es que cada uno puede ayudar al otro mucho más de lo que a sí mismo. Eso crea entre dos seres tan distintos, una especie de unión, por necesidad, por agradecimiento, que los llevará a transitar juntos esos días.

-¿Con qué se va a encontrar el lector en estas páginas?

-Va a tener bastantes sorpresas. La trama de la historia es un camino de letras bastante serpenteante, no exento de meandros varios. Es que se trata de dos jóvenes muy particulares, con una relación por demás extraña de antagonismo antes que unión, pero que los hechos los llevan a afrontar de a dos muchas cosas, aun pensado muy distinto.

Como me dijo una de las primeras lectoras, de Río Cuarto: “Es muy ágil y atrapante. No la podés dejar hasta no saber qué pasa entre Alan y Adéle”.

 

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