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"No sé si uno piensa en correr o no un riesgo, sino que simplemente intenta ser quien es"

Sube a escena esta noche en Studio Theater “Los territorios del poder”, a cargo de la dupla Sbaraglia – Tarrés, donde actor y músico despliegan una puesta que articula palabra y música a partir de reflexiones de pensadores como Michel Foucault sobre el hombre moderno. En diálogo con Babilonia, Tarrés contó sobre los lineamientos conceptuales de la obra y Sbaraglia señaló los desafíos que enfrentó al protagonizar una producción que lo «libera» frente al público. Además, el actor nos confesó sus gustos como lector, recomendando autores como Capote, Shekaspeare y Peter Brook.

 

 

 

De vuelta por Córdoba, la dupla Leonardo Sbaraglia- Fernando Tarrés (acompañados en escena también por el violinista Damián Bolotín y el trombonista Pablo Fenoglio) se presenta esta noche con “Los Territorios del Poder”, en el marco de una gira nacional.

Se trata de una puesta de letra y música, texto y sonido, casi como una improvisación, donde actor + compositor despliegan en escena una producción basada en pensamientos, reflexiones, ideas de filósofos modernos como Michael Foucault, Elio Canetti y Pascal Quignard. La palabra como idea y sonido, la música, como canal y espacio, se conjugan para dar forma a una producción sumamente original que se (re)construye función tras función.

“La obra tiene mucho de escucharse y de reaccionar, un ida y vuelta tanto auditiva como emocionalmente a lo que está pasando en el momento. En ese sentido la obra se parece mucho a lo que es el jazz, por el diálogo, reacción y confianza que hay entre unos y otros en escena”, señala Fernando Tarrés en diálogo con Babilonia, contando justamente sobre la puesta que cuenta con la voz, la música y lo visual como elementos discursivos en escena.

 

Sobre el poder y el control social, sobre dar y recibir órdenes, sobre los mecanismos que subyacen al sistema social y político del siglo XX son los textos estructurales que sostienen «Los territorios del poder» que, según sus creadores, fueron tomando cuerpo a partir de un arduo trabajo de análisis y escucha, hasta convertirse en discurso teatral para enunciar. “La idea no fue llenar un contenedor, sino que fue el contenido el que nos fue llevando no sólo hacia la forma de la obra sino también al mensaje final. No partimos de una idea concebida, sino que nos fuimos guiando de una manera muy intuitiva a partir de textos que nos movilizaban y empezamos lentamente a entender dónde esos textos quedaban hilvanados.  Ahí es donde, quizás, ciertas ideas de Foucault sintetizan lo que atraviesan estos textos y nos ayudaron, como artistas, a entender dónde íbamos a elegir pararnos para emitir el discurso y cuál iba a ser”.

 

En diálogo con Babilonia, antes de su llegada a La Docta, sus protagonistas, Fernando Tarrés y Leo Sbaraglia ahondaron en el eje conceptual de la obra y contaron sobre cómo fue la selección de textos y la dinámica de una puesta donde el aquí y ahora, es fundamental.

 

– El espectáculo se centra -en parte- en ideas de un intelectual y filósofo sumamente crítico del hombre y de la modernidad, ¿la elección de sus textos tiene que ver con esa postura? ¿Por qué Foucault y no otro pensador?

– (Fernando Tarrés) . En realidad no es que la obra esté basada sólo en textos de Foucault ni necesariamente de sus ideas, aunque sí hay un par de citas dentro de la estructura de la obra que, junto a otras de otros autores, nos ayudan a bajar a tierra de manera más sintética conceptos que engloban lo que estamos tratando de contar. Sí es cierto que en su obra, sobre todo en “Vigilar y castigar” Foucault ahonda de estos mecanismos de conducta humana vinculados –sobre todo- al ejercicio del poder y del castigo, como elemento disciplinario, y en tal sentido, en nuestra obra resuena mucho algunas de las cosas que él ha escrito.  Y así como Foucault, nos han servido como sintéticas bajadas a tierra o hilván, ideas de Elías Canetti que cumple el mismo rol, y también hay alusiones  a pequeños textos escritos por Pascal Quignard y otros también.

 

–   ¿Cómo fue la selección de los textos y situaciones que se presentan en escena? ¿Qué era/es necesario decir con esta obra?

– (F.T) La obra fue surgiendo a partir de varios textos, pero sobre todo de dos de Elías Canetti, los cuales siguen siendo anclas estructurales y conceptuales de la obra, y que hablan sobre cómo opera el mecanismo en nosotros cuando damos o recibimos una orden, y otros de Ugo Cerletti, científico italiano del siglo pasado, que fue la primera persona que experimentó la descarga eléctrica en seres humanos como método de trabajo en neuropsiquiátrico. Leo tenía esos textos y cuando empezamos a hablar de desarrollar una obra propia él me los mostró y me dijo que hacía tiempo que quería hacer algo, pero sabía que no tenían una curva teatral por ser del ámbito científico, y había que buscar cómo ensamblarlos en una estructura mayor, sin perder su esencia. A partir de allí nos juntamos a leer y analizar mucho, y una cosa fue llevando a la otra. Porque la idea no fue llenar un contenedor, sino que fue el contenido el que nos fue llevando no sólo hacia la forma de la obra sino también al mensaje final. No partimos de una idea concebida, sino que fuimos guiándonos de una manera muy intuitiva a partir de textos que nos movilizaban.  Ahí es donde, quizás, ciertas ideas de Foucault sintetizan lo que atraviesan estos textos y nos ayudaron, como artistas, a entender dónde íbamos a elegir pararnos para emitir el discurso y cuál iba a ser.

 

 

– Tomando a Foucault, el decía en “La voluntad del saber”, “Donde hay poder hay resistencia”, ¿dónde se encuentra el poder y la resistencia cuando estás en escena?

– (Leonardo Sbaraglia.) Creo que no hay respuestas muy claras para esa pregunta. Uno como actor, en cada ejercicio teatral siempre cuenta con nuevas alternativas o herramientas que se presentan a nivel profesional y personal también. Uno podría hacer hoy el mismo personaje que hace cinco años pero de diferente manera. En ese sentido, hay una dinámica, una relación directa entre el crecimiento, la maduración o las herramientas a nivel personal que uno vaya teniendo que influyen en el trabajo o enfoque frente a la actuación. Casi como si uno -como instrumento actoral- fuese ampliando espacios y esos espacios son imposibles abrirlos si antes no se abrieron a nivel personal, y eso está íntimamente relacionado. Y este espectáculo en particular, al no tener la construcción de un director sino que lo fuimos haciendo a partir de la propia mirada y al conversar mucho entre nosotros o ir puliendo cada función, está buenísimo porque me permitió sentir, estando sólo arriba del escenario como actor, ir dejando a un cuerpo lo más desnudo posible, en el sentido de no usar máscaras actorales. Creo que justamente es este espectáculo se presenta la oportunidad, como actor, de volver a conquistar el propio cuerpo, sentir aún que el propio cuerpo en escena es un cuerpo que no tiene que estar protegido por el actor, sino que puede estar más libre. Porque lo más poético  que alcanza el espectáculo es que esos cuerpos que están en escena estén lo más en contacto con algo genuino. Y al espectador le puede suceder algo por el estilo, porque cuando un espectador ve a alguien en escena sin querer taparse, cubrirse, casi como desprotegido, desnudo, el espectador también puede entrar en ese mismo viaje, como si hubiera una especie de empatía entre el arriba y el abajo.

 

Hablando de poder y resistencia, en tiempos convulsionados políticamente, como el que vivimos en el país, ¿sentís que el artista corre más riesgos al decir lo que piensa? ¿Qué pensás al respecto?

(L. S) No sé si uno piensa o no piensa en correr un riesgo, sino que simplemente intenta ser quien es. Es mucho más riesgoso dejar de ser quien uno es, porque allí sí uno se va convirtiendo en alguien que tapa lo que piensa o siente y uno necesita expresarse, más como artista. Por supuesto que no hay una única manera de expresar las cosas, y cada quien tiene su criterio, su estética y punto de vista. Y en mi caso, siempre que he tenido la necesidad lo he hecho y cuando no he tenido la necesidad no lo he hecho.  Creo que, en especial el Territorio del Poder nos da la posibilidad de expresarnos a todos sobre cosas que sentimos que son necesarias de expresar pero no por un hipotético público sino para nosotros mismos. Para mí ha sido un privilegio tener este espectáculos donde, a través de la poesía, de lo metafórico, del cuerpo y la música, se nos da la posibilidad de movilizarnos, de seguir en contacto con las cosas que nos incomodan y nos hacen crecer, y al mismo tiempo tener ese diálogo con el público a través de pensamientos y maneras de expresarlos que a nosotros también nos aportan. Yo he crecido mucho a nivel personal.

Y muchos espectadores nos han devuelto con emoción su manera de haberse conmovido, movido algo de un lugar. A mí me gusta, como espectador, sentir que uno cuando va ver algo al cine o al teatro, una obra te cuestiona, te hace poner los pies en la propia experiencia, que muchas veces inevitablemente por los propios procesos sociales o culturales, hasta de propia protección se anestesia o se deja anestesiar. Y me parece que el espectáculo apunta a volver a despertar zonas anestesiadas.  

 

Palabra & sonido,

decir & escuchar

 

– ¿Cómo fue el trabajo para amalgamar melodías y palabras? ¿Qué tuvieron en cuenta para articular unas con otras

– (F.T.) La obra tiene mucho de escucharse y de reaccionar, un ida y vuelta tanto auditiva como emocionalmente a lo que está pasando en el momento. En ese sentido la obra se parece mucho a lo que es el jazz, por el diálogo, reacción y confianza que hay entre unos y otros en escena. Pero a diferencia del jazz, sobre todo del tradicional, acá no nos ceñimos a algún giro lingüístico o idiomático, sino que aquí la libertad es absoluta. Todos estamos escuchando, sabemos que tenemos que llegar de A a B, pero tenemos libertad en cómo hacerlo. Y eso, en parte, es lo que nos tiene tan alertas y felices de hacerlo, porque cada noche ni siquiera nosotros mismos sabemos cuál o cómo será el recorrido.

 

– Letra & Música se combinan en este espectáculo, ofreciendo una obra con un concepto propio y original, ¿cuáles fueron los desafíos a la hora de plantearla en escena?

–  (F. T.) El encuentro de la música y la palabra fue algo que surgió cuando nos invitaron a hacer algo de lectura y música a partir de textos de Walsh, donde empezamos a diseñar este dispositivo que busca corrernos del propio eje. En el caso de Leo, de correrse por momentos desde la palabra a lo sonoro y, en nuestro caso, de la abstracción de la música a lo concreto de la palabra.  La palabra más allá de su exactitud de bajar a tierra y de lo inapelable, sino de su costado sonoro, no sólo en referencia al tono que se emplea para decirla sino a la sonoridad desapegada de su significado, casi como un sonido único. Y en la música, ver dónde están los límites entre la autonomía discursiva y estar al servicio de la palabra. Encontrarse en un terreno común donde todos dejamos de ocupar un lugar histórico, para buscar este encuentro que es un tire y afloje y que fue “el aprendizaje” en este largo viaje, donde hemos encontrado puntos  sobre todo formas de trabajar sobre lo mismo.

 

#YoLector

 

El 24 de agosto se celebra el día del Lector, en homenaje a Borges, quien no dudó en señalar: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”, ¿Hay un perfil de vos como lector que se relaciona con tu yo actor? 

Sí, por supuesto. Yo leo mucho teatro, cosas que me ofrecen para hacer, dramaturgia de guiones. Me gusta leer, aunque no puedo leer -tanto como me gustaría- cosas que no tengan que ver con mi trabajo. Pero ahora acabo de leer una novela de una autora argentina que me encantó: El viento que arrasa, de Selva Almada. Me gustó muchísimo y hacía mucho que no me enganchaba con un autor argentino, argentine, y tengo ganas de leer más cosas de ella. Después hay cosas que históricamente me han gustado y han aportado a mi identidad, como –casualmente- Canetti, Shakespeare, Dostoievsky, Capote también es un autor que me encanta, creo que A Sangre Fría, es una de las novelas que más me ha gustado. Peter Brook es otro que he leído mucho, que tiene que ver con mi trabajo, pero es un gran escritor, que sabe transmitir las experiencias que ha tenido en su crecimiento en su trabajo y su experimentación teatral con su grupo de actores. “Hilos del tiempo”, es un libro increíble, al igual que Un actor  a la deriva, de Yoshi Oida, que es una poesía. Creo que la literatura ocupa para el actor un lugar importantísimo y una alimentación para el propio escenario de la imaginación y es un ejercicio constante.

 

«Los territorios del poder», cuándo y dónde

 

Esta noche desde las 21.30 en Studio Theater (Rosario de Santa Fe 242) con entradas desde $400 y hasta $600 en Eden Entradas.

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