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“Ninguno de los personajes de estos cuentos busca la aprobación del lector, ni siquiera la mía”

El autor cordobés David Voloj acaba de publicar “Aquellos días de tanto frío” (Factotum), su nuevo libro de cuentos para público adulto, donde vuelve a desplegar tramas realistas e incómodas, que invitan al lector a reflexionar sobre los complejos vínculos humanos.

Si hay algo que parece medir la productividad en este mundo moderno que nos toca vivir es el tiempo que usamos para hacer lo que hacemos. El tiempo como métrica (¿siniestra? ¿exagerada?¿insensible?) de nuestros crecimientos personales y profesionales. No importa qué, ni cómo, importa cuánto.

Pasa en muchas profesiones, y por supuesto pasa en la literatura: la productividad al servicio de la industria editorial, como si la creatividad pudiera acompasarse con los vaivenes de ese afuera que le ofrece generosamente al autor puntos de vista, como condiciones para expresarlos.

¿Cuánto tiempo se tarda en escribir un libro? ¿Y un cuento o una novela o un poema? No son muchos los que cuentan sus verdades.

Entonces cuando nos encontramos con David Voloj que dice sin reparos que “Aquellos días de tanto frío” le llevó ocho años de escritura (“en promedio”, saca cuentas, “un cuento por año”), sentimos que estamos frente a alguien que nos habla con honestidad. “Los primeros cuentos aparecieron como ideas larvarias en un momento complicado de mi vida, un momento en el que dudaba de la precisión de las palabras en general y de mis palabras en particular”, explica y apunta: “Si me costaba alcanzar cierta claridad en la vida real, lo que escribía apenas resistía la lectura: sentía que las historias estaban fuera de tono, de registro, desafinadas”.

Voloj rememora los primeros bocetos narrativos como registros “desafinados” y allí vuelve a hablar con honestidad señalando lo difícil que fue encontrar cada una de las tonalidades, las escalas donde esas voces personales/ficcionales se iban a mover. Y esa honestidad terminó siendo, a mi entender, la clave de todo, ya que de allí nacieron estos personajes que hablan, comentan, incluso confiesan, la manera que tienen de pararse en el mundo. Una forma que a ellos le suena natural, lógica, pero que a nosotros, simples lectores, nos produce una total incomodidad: una madre que “mete mano” en la intimidad de su hijo buscando preservarlo de la exposición excesiva de sus compañeras de clase, un hombre que cruza los límites territoriales (y morales) para tener un hijo con una amiga, una joven que le otorga sueños infinitos a su pareja con tal de ser el centro de sus deseos oníricos.

“Casi todas las historias comparten, al menos para mí, la dificultad que subyace a los vínculos amorosos. El amor filial, de pareja, la amistad, se buscan con una determinación constante, con una convicción casi irracional. Si los obstáculos se sortean de las formas más insospechadas, más allá de cualquier ley social o moral, es porque el amor esconde la promesa de la felicidad. Al mundo puede resultarle absurdo, ilógico, desquiciado. A estos personajes, no. Esa búsqueda desesperada me parece el eje del libro”.

Siempre audaz en sus planteos narrativos, David Voloj vuelve a señalar en este libro (como también ocurrió en “Recursos urbanos” o “Los suplentes”, para nombrar algunos) lo que a él le parece retorcido del mundo para otra vez poner el dedo en la llaga y abrir debates, sin dejar de lado (para hacerlo) un delicado humor que borda cada una de sus tramas.

El próximo viernes Voloj presentará “Aquellos días de tanto frío” en Córdoba, lugar donde estaré invitada para indagar junto al autor sobre la cocina de este trabajo. Una semana antes, entonces, surge esta entrevista que es algo así como un prólogo periodístico del encuentro.

– ¿Cómo fue el proceso de escritura de estos cuentos? ¿Comparten un mismo espacio o momento de creación o fueron pensados en diferentes etapas?

-Este libro tiene casi ocho años de trabajo. Es, por lejos, el que más tiempo me llevó escribir. Dicho así, pareciera que tardé un año, en promedio, en terminar cada cuento, y más o menos así fue. Los primeros cuentos aparecieron como ideas larvarias en un momento complicado de mi vida, un momento en el que dudaba de la precisión de las palabras en general y de mis palabras en particular, es decir, de mi manejo del lenguaje a la hora de comunicarme con los demás. Si me costaba alcanzar cierta claridad en la vida real, lo que escribía apenas resistía la lectura: sentía que las historias estaban fuera de tono, de registro, desafinadas.

Por otra parte, no quería repetirme o caer en una fórmula previsible, cómoda. Cuando se me hacía evidente el artificio, dejaba el texto y pasaba a otro registro. Escribí en ese tiempo un montón de cuentos infantiles. También un libro, que está guardado en la computadora, con las charlas que tengo con mis alumnos y ciertas impresiones acerca de la educación, ideas que se desprenden del diálogo con niños, adolescentes, jóvenes y adultos con quienes tengo la suerte de compartir el espacio del aula. Hice una crónica sobre la experiencia de dar clases en la cárcel que sacó el premio municipal, notas para el diario. Escribí mucho, con diferentes registros, para poder volver a estos cuentos con otra seguridad.

– ¿Por qué fueron seleccionados como corpus para convertirse en un libro? ¿Qué hilo creés que los hilvana?

-Estos cuentos son los únicos que, hasta ahora, creo que están terminados. Al resto les falta cuerpo. Tuve la suerte de contar con la minuciosa lectura de Martín Cristal, fundamental a la hora de pulir detalles relacionados con la complejidad de los personajes, con sus formas de entender el mundo que habitan. En cuanto al hilo conductor, casi todas las historias comparten, al menos para mí, la dificultad que subyace a los vínculos amorosos. El amor filial, de pareja, la amistad, se buscan con una determinación constante, con una convicción casi irracional. Si los obstáculos se sortean de las formas más insospechadas, más allá de cualquier ley social o moral, es porque el amor esconde la promesa de la felicidad. Al mundo puede resultarle absurdo, ilógico, desquiciado. A estos personajes, no. Esa búsqueda desesperada me parece el eje del libro. Puede haber otros.

 

Se percibe en David Voloj un autor con ojo avezado y oído atento. Una persona aguda que al escuchar una frase en el aire (de un familiar, un amigo o un total desconocido) comienza a hilar fino para descubrir esa voz tan particular que está hablando. Se percibe en David Voloj alguien tan paciente que comienza a tirar del hilo de esa voz hasta llegar a tener la suficiente madeja para comenzar a trenzar un relato. En “Aquellos días de tanto frío” hay voces. Usted dirá personajes, y sí, los hay, pero mientras uno lo lee, descubre que son tan potentes las voces de cada uno de ellos que lo que va quedando con el correr de los días sos las palabras, los puntos de vista de esas personas que hablaban en cada uno de los cuentos.

– Los personajes que hablan en cada relato, que nos cuentan sus historias, tienen un registro bastante reducido de su situación, como si lo que narraran (a veces extremo o absurdo o inverosímil) no fuera a causar en nosotros rechazo o lástima. ¿Qué hay detrás de ese deseo tuyo de exponerlos? 

-Ninguno de los personajes busca la aprobación del lector, ni siquiera la mía. Pero tampoco buscan compasión ni se regocijan en su maldad. Los pequeños monólogos de Yago, en Otelo, se ganan deliberadamente la antipatía del espectador, y su falsedad al hablar con los demás personajes refuerzan el rechazo. Del mismo modo, el fluir de los pensamientos de Julieta o Fray Lorenzo resultan simpáticos, se dignifican en su ingenuidad o su deseo de contribuir a la paz, al amor.

Mis personajes transitan otro camino. A excepción del último cuento, que es una especie de parábola sarcástica, por decirlo de algún modo, todos están narrados en primera persona. Pero son los mismos personajes quienes vuelven sobre sus palabras, quienes se escuchan, se leen, a lo mejor para entender por qué hacen lo que hacen, por qué toman las decisiones que toman, por qué tienen que enfrentarse a un mundo incapaz de darles tregua.

En términos históricos, cada cuento está inserto en un universo similar al mío, al nuestro, un universo signado por la injusticia, por la desigualdad, el machismo y el individualismo. Casi todos los personajes tienen una consciencia relativa de las coordenadas de época, al menos de algunas. Y quisieran no repetir comportamientos, no usar el poquísimo poder que tienen o encuentran en contra de otros. Yo también quisiera. A veces se puede, a veces no, aunque no nos demos cuenta.

Narrar la imagen

-Cada uno de estos personajes parecen estar construidos por un autor absolutamente detallista de las situaciones cotidianas. ¿Hay una tendencia natural tuya a la observación o es algo que se pone en acción para escribir? 

-Me gustan las descripciones necesarias. Tal vez por eso me cuesta encarar una novela, una narración que plantea otros desafíos. Describo poco, en realidad, porque es en lo que reparan los personajes. Puede ser un cuerpo, que se vuelve un mapa. En otras ocasiones es el interior de un auto. Depende de la historia, hasta la mención de un nombre propio es relevante o no. El resto, lo no dicho, queda en manos del lector. También es cierto que hay historias que surgieron a partir de una imagen. Un hombre que se duerme sentado en la mesa familiar. Un padre que mira documentales de animales con el hijo. Una enfermera que inyecta un medicamento en el suero de su paciente. Qué se yo, son imágenes que me atraen por su potencia narrativa. Una vez, un amigo de San Francisco me dijo que nunca se acordaba de los títulos de mis cuentos, pero sí de las imágenes, y que debería rebautizar los relatos así: el cuento del enano con moño, el de la hija trans que se transa al padre.

Lo cotidiano, la clave para entender el mundo

Las tramas narrativas de “Aquellos días” atraviesan, en general, conflictos internos y suceden en la vida privada de las personas (en vínculos de pareja, hijos, hermanos, etc); pero, al mismo tiempo, la sociedad donde habitan los personajes (las dimensiones políticas o culturales), eso que está afuera, invade la historia. Quizás no se la nombra, pero está. Cuando se le pregunta al autor el por qué narrar puertas adentro y no al revés su respuesta es concreta: “Porque puertas afuera hay cierto conceso social acerca de las injusticias del mundo. La gran mayoría está en contra de la corrupción, de la violencia sexual, de la discriminación en cualquiera de sus formas. Pero esa violencia que supuestamente nos horroriza se hace presente en nuestras prácticas cotidianas”.

¿Y entonces?, le preguntamos. Y argumenta: «Ahora bien, no creo que se trate de un doble discurso. Ojalá fuera tan simple de analizar. Me parece que ahí, en la vida cotidiana, se toman decisiones que permiten sostener un sistema de relaciones terrible, tan terrible como lleno de buenas intenciones, de errores involuntarios. Y eso que, en la mayoría de los cuentos trato de emplear un registro humorístico. Hay matices, al menos intento que haya matices, pero cada cuento tiene cierto aire a chiste, a algo metido fuera de lugar. El humor es la herramienta que más me gusta leer al momento de pensar la dimensión política de la ficción.

Una de las dimensiones cotidianas donde más se apoya el autor, además de la hogareña/familiar, es en la de la docencia, que aparece reiteradamente en su escritura. Como si su yo docente, ese que le ha ofrecido la posibilidad de abrir diálogos y debates continuamente con alumnos  y pares, marcara lo inusual, lo extraordinario, lo que es preciso atender. Entonces la escuela aparece muchas veces como un universo de sentidos y complejidades que se expone desde su lado más crítico: como el espacio social donde se reúne tanto el señalado como el que señala o el que puede abrir o cerrar debates.

-¿Hay también una intencionalidad ahí? ¿Cuál?

-Es inevitable hablar del mundo conocido y, en algún punto, la propia vida se mete en la ficción. En esencia, son agradecimientos, reproches, dudas, preguntas con y sin respuesta, disculpas, plegarias. La ficción viene a difuminar el carácter epistolar de lo que escribo y, al final, nadie se entera.

Sin embargo, me aburre la escritura del yo, la autoficción, sus límites, y sobre todo el narcisismo de quien considera que su vida contiene una sustancia relevante en clave literaria. Me parece que el autor es irrelevante para la literatura, y que un buen cuento o una buena novela, incluso un buen poema, existe más allá y a pesar de quien escribe.

Con la docencia en particular, con mi trabajo, sucede que es una preocupación constante. Como es algo en lo que pienso gran parte del tiempo, escribo una columna mensual en Hoy día Córdoba que me ayuda a clarificar ideas. Porque en la escuela se forjan amistades, posibilidades, horizontes, deseos, dolores, frustraciones; porque todos y todas hemos pasado por las aulas. Y si las cosas están como están, algo de responsabilidad tenemos quienes estamos metidos en la tarea de educar. Hablar de eso, también en la ficción, me parece importante.

– ¿Qué foto de la actualidad creés que retratan tus cuentos? 

-Es probable que retraten algunos aspectos de la vida en Córdoba en este complicado comienzo del siglo XXI. No lo sé, de verdad. Y prefiero no saberlo, al menos, a la hora de escribir.

Presentación

«Aquellos días de tanto frío» se presentará el próximo 18 de agosto a las 19 en Pequeño Cafetín Ilustrado (Avellaneda 1423). Habrá lectura y música en vivo. La entrada es libre y gratuita.

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