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Nelly Richard: "En países como los nuestros rige el imperativo ético del 'deber de memoria' ”

 

 

La semana pasada, en el marco de la edición 2017 del Festival Internacional de Literatura de Córdoba (FILiC) estuvo de visita por nuestra ciudad la teórica y ensayista chilena Nelly Richard, quien presentó en la ocasión su libro “Latencias y sobresaltos de la memoria inconclusa”, recientemente editado por Eduvim.

Richard, quien fue fundadora y directora de la Revista de Crítica Cultural (1990-2008) y que entre otros libros, ha publicado “Diálogos latinoamericanos en las fronteras del arte” (2014), “Crítica y Política” (2013), “Feminismo, género y diferencia(s)” (2008) abordó desde Córdoba el contenido de este material, que analiza pormenorizadamente el recorrido que ha marcado la memoria colectiva en Chile desde 1990 hasta la actualidad, reflexionando sobre la dinámica flexible que debe tener ésta para no terminar siendo sólo lo contrario al olvido.

Tras su visita, y de regreso a tierras trasandinas, Richard habló con Babilonia Literaria sobre este nuevo trabajo, compartiendo sus ideas sobre la necesidad de construir presente a través de una memoria viva que se re-construye continuamente y también de las diferencias que existen aún en un territorio como América Latina que ha sufrido el horror de la dictadura, cuando los países eligen o no hacer política de estado a partir del pasado reciente.

 

– En el prólogo de su nuevo libro usted habla de “intermitencias y sobresaltos,  tachaduras,  resurgencias y nuevas omisiones,  filtraciones y escapes” de la historia, ¿qué variables, figuras o hechos crees como fundamentales en los últimos 20 años en su país que han permitido (re)configurar la noción de memoria colectiva?

– El recorrido de la memoria en Chile durante los años de la transición ha sido muy accidentado, lleno de tropiezos. Si bien es cierto que se confecciona el Informe Rettig (1991) en el que queda constancia pública de los 3.550 casos de detenidos-desaparecidos, las características del proceso chileno de transición a la democracia colocaron las demandas de verdad y justicia bajo constante chantaje militar. Hay que recordar que la transición se inicia en Chile con la aprobación forzada de una Ley de Amnistía que exime de juicio a cualquier militar imputado por violaciones a los derechos humanos entre 1973 y 1978 y que, además, los inicios de dicha transición se cursaron bajo la sombra amenazante del ex dictador Pinochet nombrado Comandante en Jefe del Ejército y luego Senador Vitalicio. Por otro lado, fueron múltiples las vacilaciones institucionales de los sucesivos gobiernos concertacionistas en materia de derechos humanos ya que estos mismo gobiernos sellaron sus acuerdos –bajo el pretexto de la “gobernabilidad”- con una derecha política y económica que seguía (y sigue) protegiendo al Ejército. Se fue acumulando toda una zona de no-dicho en torno a la memoria culpable debido a un silenciamiento político-institucional condicionado por las restricciones de nuestra “democracia vigilada”. La captura internacional de Pinochet en Londres en 1988 y la globalización de esta noticia que le imputaba al ex dictador la máxima responsabilidad en la aplicación del terrorismo de estado, permitió que estallara esta zona reprimida-censurada en torno a la violación de los derechos humanos. Sin embargo, luego de la vuelta de Pinochet a Chile, volvió a operar la “democracia de los acuerdos” para atenuar cualquier reclamo demasiado vehemente en contra del pasado siniestro. Pese a todo, se formalizó la Comisión Valech en 2011 (que certifica 40.000 presos y torturados de la dictadura); se tramitaron juicios emblemáticos; se decretó la existencia de sitios de la memoria; se conmemoraron las fechas del 11 de septiembre en homenaje a las víctimas del golpe militar de 1973, etc. Pero nada de esto quiere decir que la memoria irradie socialmente una constante potencia expresiva. Lo conquistado es tan fácilmente reversible que nunca puede darse nada por ganado definitivamente. Los límites del consenso en torno al “Nunca más” resultan inestables. Son múltiples las estrategias de relativización de la historia y desactivación del recuerdo que elaboran los poderes hegemónicos para borrar la conflictividad de los nudos que conforman la historicidad social a favor de una actualidad neoliberal sin peso ni gravedad.

 

– Esta memoria inconclusa que usted plantea como ciudadana chilena tiene por supuesto ecos en nuestra historia como país, y también en el devenir de otras naciones latinoamericanas que soportaron gobiernos dictatoriales en el siglo XX.  ¿Puede entenderse este trabajo en un código latinoamericano?

– Coincido en que resulta productivo estimular un diálogo entre contextos afines, sobre todo en los países del Cono Sur de América Latina, y espero humildemente que este libro contribuya a un intercambio de perspectivas que nos permita cotejar similitudes y disimilitudes. Argentina y Chile comparten el antecedente del haber padecido la abominación criminal de una dictadura. Sin embargo, me parece que deben precisarse varias diferencias en los modos en que se fue configurando en cada uno de nuestros países el itinerario de la memoria y los derechos humanos. En Argentina, se conformó muy tempranamente una escena de tribunales. El Juicio a los Miembros de la Junta (por mucho que, después, esta instancia haya corrido el peligro de ser revertida a través de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final) marcó, en el gobierno de Alfonsín, una clara voluntad política de sanción a los culpables. Mientras tanto en Chile, debido a los amarres de una democracia tutelada por el poder militar, el primer Presidente de la transición, Patricio Aylwin, frente a las demandas de verdad y justicia de las Agrupaciones de Familiares, responde con la frase “Justicia en la medida de lo posible”: una frase más que elocuente en señalar las limitaciones del proceso de querer enjuiciar a los autores de crímenes de lesa humanidad. Me parece también que las luchas de las Madres de la Plaza de Mayo han tenido una pregnancia simbólica mucho más transversal en la sociedad argentina que lo ocurrido con las Agrupaciones de Familiares de los Detenidos-Desaparecidos en Chile cuya acción se percibe más sectorizada. Además, la abundancia de la producción testimonial en torno a la dictadura militar en Argentina ha permitido entrecruzar historias de vida (hijos, nietos) que actualizan incesantemente el recuerdo en la dinámica compartida de un pasado-presente y , también, ha servido para interrogar la categoría de “militancia revolucionaria” como aporte crítico a las redefiniciones de la izquierda. En Chile esta reelaboración de la memoria con sus tramas de subjetividad colectiva no ha logrado intensificar un debate suficientemente plural. El hecho de reflexionar sobre lo que nos concierne “en un código latinoamericano” es clave para analizar bien las complejas relaciones entre izquierda, democracia, memoria y neoliberalismo y tratar de responder así a los giros adversos del presente.

 

– ¿Por qué cree imprescindible hablar de memoria como algo vivo, fluctuante, que transita y se (re)configura permanentemente?

– La reificación del pasado en la imagen estática de un bloque fijo de representación le da sustento a una memoria demasiado literal: una memoria que convierte el recuerdo en algo idéntico a sí mismo. Los procesos de memoria son discontinuos, es decir, se componen de líneas sin rellenar que dejan en suspenso cualquier cierre del pasado. La memoria es una malla de significaciones entreabiertas que, para adquirir vigor de interpelación en el presente, debe ser re-conjugada con nuevos flujos de acción y discurso suficientemente móviles y heterogéneos. En países marcados por acontecimientos traumáticos como los nuestros, rige el imperativo ético de no desentendernos del pasado y de seguir cumpliendo con el “deber de memoria” para luchar, en renovada solidaridad con las víctimas, contra la desaparición de las huellas. Pero me parece que a la crítica no debe bastarle con no olvidar. Hace falta analizar las distintas operatorias del recuerdo y sus respectivas construcciones enunciativas, contrastando puntos de vista, motivos argumentales, técnicas de relatos, etc. Este análisis crítico es necesario para marcar la diferencia entre un uso pasivo de la memoria y su contrario: un uso recreador-transformador de la misma que opere mediante desplazamientos y reconversiones de sus marcas. Le corresponde, creo, a la crítica de la memoria no sólo luchar contra el olvido sino ayudarnos a discriminar entre, por un lado, la memoria como simple reconstrucción de un pasado ya configurado en el recuerdo y, por otro, la memoria como zona de experimentación creativa que no deja nunca de apostar a nuevos ensamblajes interpretativos que multipliquen las intersecciones entre pasado, presente y futuro.

 

– Vino en el marco de la Feria Internacional del Literatura, un evento pensado y mantenido desde los circuitos independientes, como pensadora y ensayista, ¿qué otras discusiones y debates cree que generan espacios como éstos en la cultura de una ciudad o un país?

– No es misterio para nadie que el mundo universitario está siendo invadido por las lógicas del “capitalismo académico” cuyos indicadores miden la performatividad del saber en términos operacionales de competencias y desempeño. Los rankings que premian la publicación de artículos en revistas indexadas -con sus abstracts en inglés- son uno de los mecanismos que reglamentan la entrega de datos medibles y certificables, adaptados a un modelo de conocimiento científico-social que busca la objetividad del contenido. Nada más alejado a esta demanda de certezas necesitada de datos que el género del ensayo cuya búsqueda fronteriza se mueve en la incertidumbre de los conceptos y las metáforas. Creo indispensable reforzar el rol del ensayo como un género hoy minoritario: un género que ha participado decisivamente en el debate de ideas en América Latina a fuerza de escritura y pensamiento y que se ve hoy enfrentado a la dominante tecnocrática de una producción de conocimientos a la que se le exige valor de mercado. El ensayo, la crítica cultural, el arte, la poesía y la literatura, etc. despliegan hablas fragmentarias, sensibles a los pliegues de una subjetividad disconforme con la demanda de saberes acreditados y vocabularios estandarizados. Estas hablas fragmentarias y rebeldes a la mercantilización del conocimiento se encuentran mejor acogidos por las revistas y las editoriales independientes. Las publicaciones independientes tienen la oportunidad de soñar con un lector imaginario (un lector no serializado por la industria del paper) y de ayudar a su construcción social y cultural con textos que cruzan el adentro y el afuera de la universidad, ocupando “escenarios ambulantes” (E. Said) que le dan vitalidad a la escritura crítica. No cabe duda que la Feria Internacional de Literatura y su acogida a las editoriales independientes es una zona de libertad para la circulación de textos creativos, no reglamentados por las exigencias institucionales o por las pautas mercantiles del consumo.

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