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Martín Cristal: “Creo que el azar es un componente básico de nuestras existencias”

La novela “Los incendios” (Caballo Negro) cierra la tetralogía que inició hace     once años el cordobés Martín Cristal. Un libro que se ubica en un futuro cercano donde una naturaleza ardiente en las sierras de Córdoba es el escenario de historias cruzadas. En esta nota, el autor nos cuenta sobre la construcción de este relato en particular y de la saga en general, imaginada a partir de cuatro elementos y narrada en cuatro tiempos.

Cuando uno lo ve, lo escucha a Martín Cristal lo percibe como alguien ordenado, metódico, exigente. Que mide sus palabras, que afina la mirada y sus respuestas. Alguien que parece gustar mucho más de la observación que de la escena.

Cuando uno lee a Martín Cristal percibe que esa mirada contemplativa y esa templanza están también en su narrativa, porque como lector disfrutamos de cada párrafo y oración, de su escritura moldeada, trabajada artesanalmente para crear el efecto preciso dentro de una historia que sentimos que siempre tiene el equilibrio perfecto de tensión y alivio.  

“Los incendios” es la última novela de la tetralogía de la saga “Mudanzas a ninguna parte”, todas editadas por Caballo Negro entre 2011 y 2022 y que cierra las historias de varios personajes anteriores. Aunque se puede leer de manera independiente, habitan en esta última trama hombres y mujeres de títulos como Las Ostras (2011 – Premio Alberto Burnichon), Mil surcos (2013 – mención del Fondo Nacional de las Artes) y Las Alegrías (2019) y que vuelven a cruzarse en otro tiempo y espacio, pero aún con sus pesares/dudas/mentiras a cuestas.

Cuenta Martín Cristal que cada uno de los libros estuvo pensado para que su “poética se amoldara a cada uno de los elementos: agua, tierra, aire y fuego” en cuatro tiempos; y que eligió ese contexto de incendios “naturalizados” en las sierras como marco para la última novela por sentir que era “apropiado extrapolar cierto acostumbramiento social respecto de esta tragedia ecológica recurrente”. Un futuro incierto del que no sabemos a cuánto nos encontramos que le otorga al relato un clima absolutamente abrumador.

En “Los incendios” la acción tiene como centro un predio de cabañas en las sierras donde irán a vacacionar diferentes personas. El azar hará que coincidan en tiempo y lugar un matrimonio con mellizas (Cabaña Norte), una mujer con su hijo (Cabaña Este), un hombre solo (Cabaña Sur) más el dueño del complejo (Cabaña Oeste). Cada uno en su cabaña tejerá sus historias personajes puertas adentro, mientras puertas afuera la tela de arañas también se irá reproduciendo para que queden atrapados los que crucen por allí.si

En diálogo con Babilonia, Martín Cristal contó sobre la construcción de esta interesante novela, que vuelve a demostrar la contundente voz del autor para narrar el mundo contemporáneo.

 —El narrador nos cuenta diferentes historias. Lo que ocurre en cada cabaña y lo que se va tejiendo a la distancia y que sólo nosotros —como lectores de la totalidad— podemos ver. Cada relato le imprime algo más a la situación. ¿A qué personaje viste vos en primer lugar? ¿De cuál de ellos empezaste a desovillar la madeja de la trama general?

-Ariel Fisherman ya aparecía, muy joven aún, en los tres libros anteriores de la tetralogía. Acá quise imaginarlo adulto, como padre de familia y cargando algunas frustraciones. En menor medida también tenía a Silvia, personaje con cierta presencia en Mil surcos, pero hasta ahí sin una historia propia… y a Pardo, con todavía menos desarrollo: él aparecía en Las ostras, apenas mencionado en una llamada telefónica. De modo que a esos personajes debía modelarlos con más detalle acá. De esas historias derivaron las de Michelle y Mabel, Claudito y Sergio Ceballos, a quienes construí desde cero (o casi: la hermanastra de Sergio también aparecía en Las ostras).

—¿Había una historia que querías narrar antes que otra?

-No tenía un “personaje favorito” ni hubiera querido tenerlo para una novela con historias cruzadas. Es mejor que todos tengan un peso similar; luego el lector elegirá su favorito. Lo que me interesaba a mí era narrar ese cruce en un entorno del futuro cercano, con sus azares y cierta amenaza de fondo. Ver como ese contexto afectaba (o no) a cada uno.

 —El título de la novela, y luego su lectura, le dispara al lector una situación extrema. Los personajes —y sus historias personales— en la trama, pero también el clima social y la naturaleza arden en llamas. Sin embargo, nadie parece desesperarse por eso, sino todo lo contrario. ¿Había un interés particular de desplegar una escena donde en momentos cruciales reina la desidia?

-Mi plan para esta tetralogía era que cada novela amoldara su poética a un elemento distinto: agua, tierra, aire y fuego. De ahí la idea temprana de enmarcar su cierre en los incendios serranos de Córdoba (que no son nuevos). En 2010 vacacioné en un complejito uruguayo de cabañas que me dio el modelo para el escenario. Aún no sospechaba que los incendios cordobeses aumentarían de magnitud y frecuencia año a año. Cuando llegó el momento de escribir esta cuarta novela —a la que, además, le correspondía el futuro como momento para la acción—, me pareció apropiado extrapolar cierto acostumbramiento social respecto de esta tragedia ecológica recurrente. Por eso la situé en un futuro donde la gente ya ha naturalizado el fuego y, a pesar de su amenaza constante, sale de vacaciones lo mismo. Lo pone en un segundo plano mental y sigue con su vida cotidiana.

Es caprichoso el azar

 “Si nada permanece ni es siempre uno, entonces el futuro entero no puede pronosticarse con certeza absoluta”, dice Martín Cristal en la introducción de esta novela. El porvenir como una fuerza incapaz de controlar, ni con ciencia, religión o arte. Es allí donde también radica la fuerza narrativa de esta tetralogía. 

 —Al igual que las novelas anteriores, en Los incendios personajes disímiles, contradictorios, errantes emocionalmente, coinciden por casualidad (salvo uno) en un lugar y momento determinado. La vida, el destino, el azar, el futuro como elementos vitales de la trama. ¿Sos un observador atento a los cruces que te/nos ocurren diariamente o es una mirada que proponés como juego literario? ¿Qué te despierta el interés de esos encuentros “casuales”?

-Los considero intrínsecos de la experiencia humana. Para alguna gente quizás sea una idea intolerable, pero yo creo que el azar es un componente básico de nuestras existencias, un material mucho más abundante de lo que a veces estamos dispuestos a aceptar: preferimos creer en el mérito antes que en la intervención de la suerte, por ejemplo, o inventar dioses improbables antes que enfrentar la aleatoriedad espolvoreada a lo largo del universo. En cuanto a su uso narrativo, el azar puede funcionar como un buen fertilizante para las historias: rociás un argumento con una o dos coincidencias y enseguida aparecen sorpresas, ramificaciones, derivas inesperadas. De ahí que resulte tentador usarlo.

El problema con ese azar narrativo es su dosificación. Como con la sal, conviene no pasarse. Si se abusa de las casualidades, la verosimilitud del relato se pudre y el lector termina por rechazarlo.

 La trama parece ir y venir entre una realidad que parecería ser distópica (o que quizás lo sea) y que se ubica postpandemia, en una sociedad que ha pasado ya varias epidemias más. ¿Es un libro marcado por ese tiempo de encierro? ¿Creés que está impregnado de ese paréntesis de desesperanza, incertidumbre y así lo recordarás?

-Escribí Los incendios en la segunda mitad de 2021, cuando ya no había cuarentena estricta (aunque sí barbijos y vacunas). Así que el libro que más relaciono con la pandemia de Covid-19 no es este, sino una novela previa —más larga, con mezcla de géneros y todavía inédita— que escribí durante el encierro total de 2020. Poner la imaginación en ella preservó mi cabeza de los pensamientos fúnebres que la poblaban por entonces. En todo caso, si Los incendios transmite incertidumbre o desesperanza estimo que se debería más a que esas sensaciones son las que caracterizan nuestro Zeitgeist actual… El espíritu de esta época comprende a la pandemia, naturalmente, pero también la trasciende, visto que además abarca a todas las consecuencias derivadas del cambio climático, entre otros males de hoy.

 —Tu narrativa siempre se presenta como un juego donde el lenguaje. Oraciones con varias conjugaciones verbales o con suboraciones intercaladas a veces absolutamente ajenas a lo que se narra, pero que le dan dramatismo al relato. ¿Cómo es ese trabajo minucioso de armar y rearmar cada párrafo, cincelar la materia prima de la escritura hasta encontrar el tono, el clima adecuado?

– Es agotador. Y a la vez, muy gratificante.

los incendios

Sobre la Tetralogía  

—Al finalizar la novela hacés un apartado especial contando sobre las obras que integran la tetralogía “Mudanzas a ninguna parte” y agradecés en cada una a lectores, editores, familiares. Pero me voy al inicio, ¿estas cuatro novelas siempre fueron pensadas como parte de una serie? ¿Cómo se fue construyendo?

-Sí, desde 2007 las pensé así: como cuatro novelas interrelacionadas formalmente, con historias cruzadas o alternadas, personajes en común, estructuras y finales abiertos. Y con títulos cortos, abarcados luego por uno global para el conjunto. Quería que pudieran leerse en forma independiente y en cualquier orden. La tetralogía podría quedar como un proyecto cerrado o volverse núcleo para otros libros que la orbitaran (por ejemplo, uno anterior, Mapamundi, quedó integrado a este mismo universo narrativo). Solo como punto de partida, los rasgos distintivos a repartir serían: un elemento para cada novela (agua, tierra, aire y fuego); un tiempo para la acción (un pasado reciente; un pasado lejano o mítico; un presente puro y un futuro incierto); una edad de la vida (madurez, vejez, juventud e infancia); una generación de personajes (padres, abuelos, hijos y nietos). La acción confluiría en Córdoba, con situaciones relacionables con la clase media argentina.

Con estas premisas como marco creativo, encaré cada novela dejándome llevar por su escritura y por la imaginación de historias que pudieran amoldarse a esa estructura general imaginada.

 —Elegís también cerrar Los incendios con la segunda parte de un poema de Xavier Villaurrutia. Si tuvieras que elegir una palabra que hilvane los cuatro libros, ¿sería quizás la palabra muerte, presente en el poema? ¿Por qué? ¿Cuál, si no?

-Más que como cierre de Los incendios, elegí ese poema como eventual epígrafe para la tetralogía entera. En esos versos, el poeta sospecha que “vida” y “muerte” son una díada inseparable, elemental: la una está diseminada entre los elementos de la otra. De modo que, en el ejercicio que proponés, no elegiría solo “muerte”… pero tampoco solo “vida”. Ni ninguna otra palabra, creo: solo hilvanaría los cuatro libros con una única palabra si ella de verdad pudiera sustituir a la tetralogía completa, reemplazarla en forma íntegra, un poco como ese verso único en el que queda depurada la oda que el rey le encarga al poeta de “El espejo y la máscara”, de Borges. No soy tan preciso y económico como aquel poeta borgeano: en mi caso, las palabras que hilvanan la tetralogía entera son, para bien o para mal, las mismas 248 mil palabras que la componen.

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