Elegida como Mejor Novela Argentina del 2021 por la Fundación Medifé Filba, esta novela del cordobés Federico Falco es la invitación a una lectura serena sobre la vida de un hombre que se aísla de mundo para observar(se/lo) a la distancia. El ocaso de un amor es la excusa para reflexionar sobre las emociones humanas, y el presente, solo un punto de partida para revisar en retrospectiva el camino recorrido.
En cada comentario que escribo me esmero por no hacer de todo una cuestión personal. Me cansa (bastante) cuando, en lugar de hablar de una obra –en este caso de un libro-, se habla de uno mismo. Esa auto-referencialidad que tanto ejercitan/mos los periodistas y que a los lectores tanto molesta. Por eso pido perdón de ante mano porque -aunque le di muchas vueltas al inicio de este comentario-, no pude encontrar otro comienzo.
Durante muchos años tuve que viajar desde mi ciudad natal en el interior de la provincia a Córdoba capital para estudiar. Para eso, tomaba el colectivo semanalmente (o casi) para ir y volver a visitar a mi familia. A veces, el recorrido de tres horas se hacía rápido y me entretenía escuchando música, leyendo o las etcéteras que quieran ponerle. Otras, en cambio, el mismo trayecto se hacía aburrido y tedioso. Y al tedio lo combatía mirando el paisaje, observando esa llanura interminable que lo único que me ofrecía eran diferentes colores de sembrados o variedad de animales. De tanto mirar, las postales se fueron haciendo únicas y con algo de esfuerzo fui capaz de reconocerlas y esperarlas antes que aparecieran. Maizales, soja, trigales, cría de vacas, tambos, pequeñas poblaciones, estaciones de ferrocarril abandonadas. Pero de todas las postales, hubo siempre una que fue la que más llamó mi atención: en un recodo de la ruta, después de un cruce de caminos de tierra y cerca de un bosquecito de álamos, una pequeña casa algo derruida, rodeada de frutales y una huerta. Y siempre sentado fuera de la casa, un hombre. No importaba si fuera invierno o verano, lunes o viernes o sábado o domingo, el hombre estaba allí, detenido.
Durante muchos años me pregunté qué habrá estado haciendo aquella persona allí, habitando tanta soledad.
Todo esto para decir que cuando leí “Los llanos”, sentí que estaba leyendo la historia de ese hombre.
Íntima y reflexiva
Narrada en forma pausada, esta novela del cordobés Federico Falco (General Cabrera), nos invita a asomarnos a la vida de un hombre que se aleja del mundo y se instala en una casa en el medio de un campo –tal vez por un tiempo, tal vez para siempre- para sanarse de una herida de amor. O quizás lo hace para entender quién es él a fin de cuentas, cuando no hay nadie cerca y ni siquiera puede/quiere hacer lo que más le gusta, escribir. O para rememorar los orígenes de su familia inmigrante. O acaso lo hace, tan solo, para aprender a cultivar una huerta.
“Los llanos” (Anagrama) – ganadora del Premio a mejor Novela Filba Medifé- comienza describiendo el tiempo y el espacio: “En la ciudad se pierde la noción de las horas del día, del paso del tiempo. En el campo es imposible“. Y no tarda mucho el lector en entender que esos bellísimos, logrados párrafos donde el autor se detiene a describir lo que lo rodea son un exquisito recurso para vislumbrar el interior de ese personaje solitario. Entonces las cosas, los animales, las plantas, sus vecinos ya no son solo eso sino la forma que tiene el protagonista de hablarnos del amor, la soledad, la libertad, la escritura, la familia y de contarnos su pena. Esos fragmentos sobre la naturaleza y la cotidianidad, colmados de analogías, muy de a poco, irán marcando los indicios de la trama.
Escrita en primera persona, esta novela –también finalista del premio Herralde- tiene el ritmo del andar. De hecho, su protagonista recorre en varias oportunidades la distancia que está entre su casa y el pueblo más próximo a su campo, y mientras camina, piensa. Y mientras más piensa más recuerda y reflexiona sobre su vida. Un relato rumiante, eso es Los llanos, un relato que cobija otros relatos dentro de él, que van y vienen, aparecen y se esconden dentro del protagonista y que sirven para ir hilvanando las partes de su vida.
Él y su infancia en Cabrera. Su separación con Ciro. Sus abuelos viviendo en el campo. El desamor de Ciro, sus indirectas. El Tío Tonito. Su bisabuelo inmigrante. Su llegada a Buenos Aires para vivir con Ciro. La huerta que no crece. Su adolescencia padecida. La escritura perdida.
El camino recorrido
Hace tiempo que Federico Falco (Un cementerio perfecto, 00, 222 Patitos, Cielos de Córdoba) se viene abriendo camino alumbrando historias sencillas con una profundidad que estremece. Sus protagonistas son siempre hombre o mujeres sin nombre, que viven en lugares sin importancia. A ellos les ocurre lo que le a miles en el mundo: así como aman, temen estar solos. Y son felices pero anhelan aquello que ya no está.
Por eso lo extraordinario no está en el suceso, sino en el despertar que tienen los personajes para reflexionar sobre eso. Federico Falco genera belleza en las historias más mundanas que podríamos conocer, convirtiendo cada pequeño hecho o subtrama desarrollada en una reflexión, y no solo eso, sino que es capaz de convertir el lenguaje en una herramienta que no solo comunica sino que nos permite conectar con todos los sentidos. Las palabras, elegidas minuciosamente por el autor para cada párrafo, se sienten ásperas o suaves, esquivas o generosas, tajantes o abiertas para que aquello que leamos termine de tener el clima necesario.
“Los llanos” es una novela profunda, sólida, que marca también un salto inmenso en la carrera de Falco a nivel internacional.
Para gustosos de historias tierra adentro, atravesadas por la melancolía y la reflexión.