Babilonia Literaria
La cuarta y última entrega de la saga «Dos amigas» de Elena Ferrante, nos lleva al final -o tal vez al inicio- de esta historia construida a partir de dos personajes maravilloso e inolvidables: Lina y Lenú.
Empezar una saga por su último libro no es tal vez la decisión más acertada. Sin embargo tampoco era la primera vez que lo hacía. Ya con muchas otras había empezado de atrás para adelante. Conozco cómo funciona el mecanismo: al principio es complicado entender a los personajes y las relaciones que hay entre ellos, pero a la larga -cuando la trama está bien elaborada- la historia compensa esos baches y la lectura se vuelve una buena experiencia. En ese punto, Elena Ferrante tiene la deferencia de ofrecer 6 páginas con un índice de personajes. De esta manera, nos aproxima a los complejos vínculos que se tejen entre los Cerullo, los Greco, los Carracci, los Capuccio, los Sarratore, los Solara y tantos otros que han crecido en el suburbio napolitano en el que se lleva a cabo gran parte de la novela.
Pasado ese escollo, admito que por momentos me costó entender hacia dónde iba el relato. Sin embargo la fuerza narrativa de Ferrante y el encanto de sus dos protagonistas (Lina y Lenú) me sedujeron lo suficiente para no claudicar y seguir adelante con el libro.
Si fuéramos simplistas, podríamos decir que “La niña perdida” refleja la amistad que une a Lina y Lenú durante toda su vida. Sin embargo es mucho más que eso. En especial porque no se trata de una amistad convencional ni tampoco incondicional. Es más bien el reflejo de un vínculo con altibajos. Por momentos se repelen, se resisten una a la otra, se sienten fuertemente unidas por algo intangible, se necesitan.
Lina es una protagonista de de una enorme riqueza literaria. En ella se expone la rusticidad de ese barrio al que han visto crecer (o más bien pasar por diferentes estadíos: estancarse en las viejas formas, florecer en ideas revolucionarias, caer bajo el dominio de la camorra, o aggiornarse al ritmo del desarrollo noventoso).
Lina es atractiva y activa. Directa, manipuladora, fuerte y -al parecer- segura. A ella recurren todos cuando la necesitan, pero en el fondo no es un dechado de virtudes, sabe sacar partido de cada uno de sus gestos. Nada es desinteresado en Lina. Su frontalidad y pragmatismo la transforman en el contrapunto de de su «amiga».
Lenú: intelectual, escritora, insegura, enamorada eternamente de Nino (quien alguna vez fue amante de Lina y de muchas otras). Ella tiende más bien a buscar distancia de ese suburbio, de la gente que lo habita y en especial de Lina. Pero el destino la lleva allí, la vuelve a entrelazar a esa mujer que le despierta sentimientos encontrados (cariño sincero, admiración, resentimiento y hasta envidia).
En esa etapa de la vida en la que se concentra el grueso del relato ambas vuelven a juntarse porque se necesitan. La maternidad las lleva a establecer un vínculo de ayuda mutua.
Lenú vuelve al barrio, y esas calles de Nápoles se transforman en la plataforma de despegue para su carrera literaria.
Poco a poco el lector se adentra al final de la historia (o tal vez al inicio). Pequeños dramas, una gran tragedia, y el paso del tiempo en la vida de estas dos mujeres que -aquellos que leyeron los anteriores “La amiga estupenda”, “Un mal nombre” y “Las deudas del cuerpo”- conocen desde que eran niñas.
La autora construye la narración desde los personajes. Los hechos -a veces simples y cotidianos, y otras dramáticos y trágicos- cobran relevancia porque les ocurren a Lina y a Lenú, dos mujeres que los lectores amarán y detestarán a la vez. Ese claroscuro que esconden cada una de ellas, es parte también de las buenas estrategias literarias de las que hace gala Elena Ferrante.
Una gran novela, construida con los andamiajes de la buena escritura y sostenida en los pilares de magníficas criaturas que el lector no olvidará fácilmente.
