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“La chica de la Leica”, un original encuadre literario sobre la vida de Gerda Taro

Con el claro objetivo de resarcir equívocos de la historia, la novela de la alemana Helena Janeczek reconstruye la intensa, rebelde y comprometida existencia de Gerda Taro, la primera fotorreportera muerta en un campo de batalla, durante la Guerra Civil Española. Desde aquel fatídico día de 1937 hacia atrás, la autora narra en perspectiva y con impecable documentación, la personalidad de quien será referente de la fotografía del siglo XX pero que durante años fue solapada bajo la sombra de Robert Capa, seudónimo creado y utilizado junto a su pareja, André Friedman.

    La primera vez que leí sobre Gerda Taro fue en una colección sobre fotografía internacional de un diario de tirada nacional, donde cada tomo desplegaba la vida y obra de maestros de este arte moderno. Pero no crean que ella tenía su suplemento propio. No. En cada uno de las entregas, se mostraba en imágenes y reseñas la tarea realizada por artistas como Henri Cartier-Bresson, Alfred Eisenstaedt o Robert Capa, seudónimo creado en la década del ´30 por el fotógrafo André Friedman (pareja de Taro), que se convirtió en emblema de la cobertura en fotoperiodismo en la primera mitad del siglo XX en Europa. Y era allí, apenas en un pequeño párrafo donde se narraba la vida de Capa, donde se la nombraba. 

Gerda Taro y André Friedman

 

    Robert Capa, decía esta colección, había sido el nombre y apellido elegido por Friedman para crear un personaje y firmar sus fotografías, las cuales fueron publicadas en su momento por diarios de todo el mundo. Así logró crecer como artista, y – al mismo tiempo- se mantuvo anónimo y a salvo por ser de origen judío, de las grietas políticas e ideológicas de aquellas décadas. Gerda Taro, y retomando el relato, aparecía entonces simplemente como su compañera de vida y trabajo.

    Por eso cuando el año pasado llegó a mis manos el libro “La chica de la Leica”, de Helena Janeczek y en su contratapa leía sobre el temple, compromiso y valentía de esta joven reportera que dejó su vida para retratar las milicias de lxs trabajadorxs en la Guerra Civil Española, y la señalaba como la ingeniosa creadora del mítico personaje Robert Capa, no pude más que iniciar su lectura.

    Gerda Taro (1910-1937) fue (¿seguirá siendo?) entonces “La chica de la Leica”, aquella joven alemana de origen judío que siendo adolescente decidió abandonar su tierra atravesada por el nazismo y que se convertiría luego en la primera fotorreportera muerta en un campo de batalla. Pero también era la mujer detrás de ese hombre y nombre apenas esbozado en aquella colección que hablaba sobre los grandes artistas visuales y que desplegaba injustamente la obra de Capa sin señalar que el trabajo de ella estaba también en esas fotografías.

 

El libro

La chicha de la Leica

    Conformado gracias a un inmenso, impecable y obsesivo trabajo de investigación y documentación, “La chica de la Leica” (editado por Tusquest y premio Strega 2018) es entonces la biografía novelada sobre Gerda Taro, mirada a través de la perspectiva que dan los años, sostenida por la memoria de quienes compartieron su vida y escrita con el claro objetivo de posicionarla como lo que fue, uno de los nombres injustamente olvidados de la historia de la fotografía del siglo XX.

    La escritora Helena Janeczek (que visitó el año pasado la Feria del Libro Córdoba) es quien abre la puerta de este inmenso retrato literario de vida, y lo hace narrando de a poco y de manera sumamente detallada el camino elegido por Gerta Pohorylle (así su nombre de nacimiento, luego cambiado a GerdaTaro), desde que fue una niña nacida en Alemania y se escapó del nazismo para vivir en París y trabajar en infinidad de puestos, hasta que murió en Madrid siendo fotorreportera, buscando visibilizar las milicias españolas conformadas por hombres y mujeres trabajadorxs. Y allí radica el valor incalculable de esta obra: la posibilidad de mostrar, como nadie antes, cómo se fue construyendo el temperamento de esta joven que murió con apenas 26 años, que se reinventó tantas veces como fue necesario y que no dudó ni un instante en estar donde hiciera falta para contarle al mundo la osadía de anónimos que se atrevían a enfrentarse a los infames de turno. De hecho, su cortejo fúnebre en París, luego que se extraditara su cuerpo desde España, fue despedido por cientos de personas.

    Las voces que se presentan en el libro de Janeczek y que sirven para construir la trama son las de Ruth Cerf, con quien Gerda vivió en París tras su huida de Alemania, Willy Chardack, amigo de la infancia y George Kuritzkes, ex pareja de la fotógrafa antes de conocer a Friedman. A partir de estos relatos anclados en diferentes momentos de su vida es que se construye la extraña y rebelde figura de Taro, buscando develar –en última instancia- lo que muchas veces quedó oculto por la historia oficial: que las obras de Gerda fueron tanto o más importantes que la de Friedman, pero mantenidas siempre bajo el seudónimo de Robert Capa.

Gerda Taro

    De hecho, uno de los momentos más interesantes de la novela es cuando se reconstruye la supuesta escena donde Gerda y Friedman cuentan frente a sus compañeros –y en medio de una movilización en París- la creación del personaje de Robert Capa como fotógrafo norteamericano, para vender sus imágenes a la prensa francesa. “Robert Capa vivía en el Ritz, tenía una limousine y un coche de carreras, era un tipo amable, deportivo, amante de la buena vida”, escribe Janeczek recreando el diálogo de Taro y continúa: “No trabaja por dinero, por supuesto, pero como buen capitalista ni se le pasa por la cabeza regalarle nada a nadie. Por eso contrata a Gerda como agente personal. Y ella, con su encanto, enrola a quien habla como factótum. ¡Estos parisinos se creen tan avispados! Los directores de los periódicos, e incluso los de nuestro bando, preferirían morir antes que subirte dos céntimos el caché a ti, pobre refugiado antifascista. Pero cuando les hablás de un estadounidense que frecuenta el beau monde de toda Europa, no ven el momento de conocerlo”.  

    Desde ese entonces y por muchos años, Robert Capa será el alias de Friedman pero también el de Taro, y el nombre -después de todo-, que les permitirá convertirse en una pareja inolvidable que supo sacar lo mejor de cada uno. Dicen, que él le enseñó a usar la Leica y ella a darle valor a su trabajo. 

    De París viajarán a España y será ella quien dominada por un orgullo y compromiso por la libertad de acción pocas veces visto se trasladará a Madrid para retratar la entrega de los soldados en medio de las turbulencias entre facciones de izquierda y derecha desde 1936. Por eso muchas veces las fotografías publicadas bajo el nombre de Capa aun hasta el día de hoy son injustamente otorgadas a Friedman. Sin ir más lejos, este año el Museo Reina Sofía de Madrid presentó por primera vez una colección denominada “«Frente y retaguardia: Mujeres en la Guerra Civil», que luego de una importante investigación le otorga a Taro la autoría de emblemáticas fotografías en campo de batalla otorgadas a quien era su pareja como la del «Miliciano frente a Aragón».

 

    Para leer de a poco y con muchísimo esmero, ya que su documentación es minuciosa y precisa, “La chica de la Leica” es un libro que actúa como reparo y al mismo tiempo disparador para conocer muchísimo más sobre Gerda Taro, esta mujer bella, valiente, obstinada y comprometida con su tiempo que después de muchas décadas parece recién ahora tener el reconocimiento que se merece. 

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