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La casa del dragón, o cómo seguir alimentando una saga

George R. R. Martin y HBO lo hicieron de nuevo y la precuela de “Juego de tronos” vuelve a dejar contentos y ansiosos (sobre todo) a los espectadores. ¿Cuáles son las claves para mantener el éxito de una historia que repite sus estructuras narrativas? El análisis en este comentario (con bastante spoiler).

Para empezar a hablar de “La casa del dragón” es necesario primero hablar de Juego de Tronos (desde ahora GOT), pero no de su inicio, sino de su final. Ese desenlace muy por debajo de las expectativas de los espectadores y que ya se había alejado bastante de la fantasía construida por los lectores de las novelas lanzadas por el autor norteamericano desde los ´90 bajo el título “Canción de hielo y fuego” (y de las que faltan todavía dos tomos), que dejó con un sinsabor a los millones de seguidores en 2019 por ser desmedido e incongruente con el crecimiento de algunos de sus personajes.

Creo, incluso -y a título personal-, que en el final de serie comenzó a gestarse lo que sería luego esta precuela, ya que toda esta producción se justifica en una dimensión mayor cuando se entiende que surgió para palear las críticas obtenidas en la última temporada o, mejor dicho, los dos últimos capítulos de la historia matriz. Así, entonces, ya no hablaremos de Daenerys y sus excesos, sino de cómo ella fue solo el producto de un linaje maldito por el fuego.   

El relato inicial

La Casa del Dragón es el origen de la familia Targaryen, una casta poderosa, que alcanzó (no sin guerras ni sufrimientos, traiciones y repliegues) el poder absoluto y lo mantuvo durante cientos de años, gracias a su astucia, ferocidad en la lucha y su alianza con criaturas mitológicas. Únicos en todo este territorio fantástico capaces de criar, amar y domar a los dragones, los hombres y mujeres de pelo dorado de este clan siempre han tenido una naturaleza indómita y misteriosa y por eso son capaces de permanecer en las más recónditas profundidades de la tierra hasta que sea necesario salir a la superficie e incendiarlo todo, literal o metafóricamente.

Ubicada temporalmente 300 años antes de la conocida Juego de Tronos, La casa del Dragón tendrá como núcleo dramático (tanto en la serie como en el libro, publicado en 2018) la guerra por la sucesión en el trono, una estructura narrativa que siempre funciona y que utiliza los clásicos condimentos “shakespereanos”: la envidia dentro del mismo del linaje, la traición y el odio entre hermanos. La serie comienza cuando Viserys hereda el trono de su abuelo, convirtiéndose en un rey bondadoso, pacífico, leal pero proyectando hacia el pueblo una imagen de demasiada docilidad, sobre todo cuando se lo contrapone a la figura de su temerario hermano, Daemon Targaryen (Matt Smith) siempre atento a la posibilidad (entre las sombras) de quedarse con el poder.

Sin embargo, hay aquí algo que se diferencia de GOT y que tiene que ver con que se corre de la escena el predominio masculino, para dar lugar a la lucha en el poder de la figura femenina. Lo que en la saga matriz tarda varias temporadas en aparecer (con figuras como Cersei, Sansa o Arya), aquí se resuelve mucho más rápido y vemos un protagonismo femenino absolutamente abrumador que apuntalan quizás lo mejor de la serie. Son realmente excelentes las interpretaciones de la princesa Rhaenyra –única heredera al trono de sangre valiria-, tanto adolescente (Milly Alcock) como joven (Emma D´Arcy). Ella es a quien la prometen en línea sucesoria aunque con el correr de los capítulos veremos cómo el poder político que rodea al soberano, hará lo imposible para conseguir que una mujer jamás llegue al Trono de hierro.

Princesa Rhaenyra y el príncipe Daemon Targeryan.

Yendo a las cuestiones técnicas, La Casa del Dragón está dirigida por Miguel Sapochnik, a cargo de algunos capítulos de GOT como La boda sangrienta y La batalla de los bastardos. La serie no escatima en un lenguaje audiovisual que acrecienta el relato épico con amplias tomas del reino y los dragones, más un realismo particularmente detallista, donde se ponderan tomas en primer plano del sufrimiento de aquellos cuerpos nacidos en un período histórico que puede ubicarse 300 años a.C. Peca, incluso, de ser demasiado escabroso –por momentos- convirtiendo un relato sumamente dramático en un grotesco. De hecho, hay un subtema que sobrevuela de principio a fin y que se relaciona con la enfermedad del rey Viserys, que en el libro recién aparece en el final de su reinado, y que en la serie recorre casi todos los capítulos. Lesionado por el cetro de poder hecho de espadas, herido, simbólicamente, por su propio ego, el monarca enferma de una especie de lepra que le irá deteriorando sus órganos, huesos y piel, particularmente. Muy enfermo llega al final de sus días, visiblemente lesionado, tan exageradamente ulcerado que como espectadores nos preguntaremos si no habrán ido demasiado lejos.

Con algunas cosas en contra (los guiños hacia adelante, las escenas escabrosas) y muchas a favor (la música, la fotografía), lo cierto es que La Casa del Dragón no defrauda en el objetivo principal de su autor y productores, que era recuperar la mística de GOT. De allí las estructuras narrativas que se repiten, una historia de amor en tensión constante, y una música de inicio que se mantiene desde aquel primer capítulo de la saga.  

Para la segunda temporada de La Casa del Dragón faltan casi dos años (se prometió para 2024), pero en el aire ya están dando vueltas otros interrogantes que tienen que ver con la posibilidad de narrar cómo se formaron cada una de los clanes familiares que dieron vida a Juego de Tronos. ¿Quién no se anima apostar que veremos los inicios de los Stark o los Lannister? Mientras tanto, los lectores seguirán esperando el final en papel de Canción de Hielo y Fuego, con un relato que quedó absolutamente ¿inconcluso? y solapado por el mainstream global.

Disponible completa en la plataforma HBO, La casa del Dragón vuelve a encender la chispa de un fantasy que parece nunca acabar.

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