El escritor mexicano pasó por Córdoba, donde participó tanto del Congreso Internacional de la Lengua como del I Encuentro Internacional Derechos Lingüísticos como Derechos humanos, y en una charla exclusiva con Babilonia Literaria habló sobre diferentes temáticas. Abordó la discusión sobre el lenguaje inclusivo, la falta de políticas desde la Academia para incluir términos aborígenes al español y, como mexicano, expresó su opinión acerca del pedido del presidente López Obrador, que tildó de “extemporáneo”.
Entrevistar al mexicano Juan Villoro es más o menos como entrevistar al amigo/líder de un grupo, a ese que todos quieren, al que no se puede dejar de saludar si se lo encuentra o al que nunca está de más consultarle algo. Por eso el diálogo que se establece entre él y quien lo entrevista, se ajusta a sus tiempos de amistad y a los abrazos que siempre está dispuesto a dar.
Sentado en el recibidor del hotel que lo hospedó durante su estadía en Córdoba, Villoro responde tranquilo a todas y cada una de las preguntas que les hacemos todos y cada uno de los periodistas que pedimos entrevistarlo, pero al mismo tiempo no puede impedir que editores, intelectuales o colegas como el español Axel Grijelmo lo saluden desde cualquier lugar del vestíbulo, o se acerquen a comentarle algo -como en el caso del argentino Martín Caparrós-, y así la charla (re)comienza cada dos por tres, manteniendo siempre un mismo hilo.
Juan Villoro dice estar más que contento de haber visitado La Docta, y no sólo porque pudo ser parte tanto del Congreso Internacional de la Lengua como del I Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos en Latinoamérica organizado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, denominado “contra-congreso”, sino porque señala que en eventos como éstos, uno se (re)encuentra con “amigos y colegas de toda la vida” y se siente “volver al patio de la escuela nada más que más años, más kilos y menos pelos”.
Escritor, periodista, ensayista. Juan Villoro, acaso uno de los referentes más importantes de las letras latinoamericanas, es –lo sabemos-, un hombre de palabra. Y por eso además de estar presentes en ponencias, intervenciones o mesas de discusión, sus palabras también estuvieron presentes en escena durante los días del CILE, ya que su obra “Conferencia sobre la lluvia”, protagonizada por Fabián Vena presentó una función en el Pabellón Argentina. Es que él es uno de esos escritores que no le temen a los formatos en que se presenta la palabra, sino que disfruta, por así decirlo, de que ese cauce lingüístico se exprese como sea: cuento, novela, ponencia, crónica periodística o dramaturgia. Es entonces como trabajador de las letras que lo abordamos en la ocasión, para consultarle tanto como escritor, ensayista, periodista sobre algunos ejes que cruzaron/cruzan los debates de la lengua hoy por hoy, pero también sobre política y sobre su yo más auténtico.
– Participaste del Congreso de la Lengua, evento que ha reunido a muchísimos intelectuales y catedráticos, sin embargo, vos como escritor, ¿para qué sirven estos cónclaves tan formales?
– Yo creo que el lenguaje es un organismo vivo, que es determinado por la gente y se decide en las calles. Pertenece a las costumbres más que a la Academia, y de hecho la Academia va siempre a remolque de lo que pasa entre los usuarios y un Congreso es un intento de ponernos al día, de tratar de intercambiar algunas cosas que están pasando con el uso de la lengua. Por supuesto que no todo el mundo piensa lo mismo, pero sí creo que aquí se pueden adelantar algunos debates que tendrán que resolverse en el porvenir.
– El lenguaje inclusivo cruza las coordenadas actuales de discusión, sin embargo, no se realizó ninguna mesa que debata acerca de esta temática, ¿qué piensa al respecto?
– La del lenguaje inclusivo parece una discusión muy necesaria porque todo idioma está impregnado de costumbres, prejuicios y tradiciones que se volvieron obsoletas. Los idiomas son instrumentos imperfectos, la paradoja es que con esta herramienta imperfecta, no muy impecable se logran fabricar joyas magníficas como los cuentos de Borges o los sonetos de Quevedo y eso es una maravilla. Pero vale la pena, de tanto en tanto, reflexionar sobre las palabras que usamos y por qué las usamos. Cuando yo era joven, por ejemplo, se decía que alguien era mongol, en vez de decir que tenía Síndrome de down, entonces se asignaba una discapacidad o capacidad diferente a toda una región. Cuando cobramos consciencia de terminados usos podemos modificarlos. La lengua ha sido construida con un predominio de la masculinidad y es necesario des-masculinizarla, está por verse cómo se hace y eso es lo que hay que debatir. La forma y también los contenidos, porque tampoco creo que la lengua se pueda cambiar por decreto, entonces decidir arbitrariamente que debe haber otros usos es ir en contra de la naturaleza misma del idioma que debe ser por la costumbre y por la gente. Yo creo que podemos ir creando una cultura diferente, porque el chiste no es cambiar las palabras, sino cambiar la mentalidad para que cambien las palabras y eso lo importante. Creo que se pueden comenzar por utilizar fórmulas diferentes.
– ¿Trata personalmente de modificar estos esquemas mentales tan arraigados?
– Claro. Cuando yo comencé a escribir era muy usual decir “la ciudad del hombre” por decir la “ciudad de todo mundo”. Hoy en día me parece inviable hablar así y creo que ahora es lógico decir “la humanidad”, por ejemplo, y cosas así.
– Aquí más allá de términos, está muy en debate el uso de la “e”, por ejemplo, para modificar el plural que siempre se relacionó con lo masculino o para nombrar a personas que no se identifican con el binomio “hombre-mujer”. ¿Qué reflexión hace de esto?
– Si eso se acepta y cambia, lo usaremos, pero me parece que es arbitrario hacerlo, y me parece que también hay que ser tolerante con los lugares desde dónde se han escrito las cosas. Por ejemplo, Octavio Paz tiene un Endecasílabo que pretende ser lo más inclusivo posible, porque dice “los otros todos que nosotros somos”. Es la idea de que nosotros y los otros somos lo mismo, es una cosa muy incluyente. Ahora tendríamos que decir, “les otres todes que nosotres somes”, y creo que poéticamente no suena igual, al menos en la idea que tenemos del idioma, entonces yo preferiría que no hubiera soluciones artificiosas, sino adoptadas libremente pero con el uso. Y yo como escritor me dejo guiar por lo que va decidiendo la gente. El mejor diccionario que jamás se ha hecho lo ha escrito una mujer, María Moliner, que es no académico y está hecho para que la gente lo entienda, es una obra titánica y tiene como rector al pueblo. Ella fue rechazada por la RAE por machismo y porque era republicana en época franquista. La lengua debe ser el espejo del pueblo, no debe ser decisión de políticos, sindicatos, gremios o doctores de la lengua. Por eso yo también desconfío un poco de las determinaciones arbitrarias, que dicen ahora se tiene que decir así porque si no se impugna una cuota. La lengua debe ser un espejo de lo que la gente piensa, entonces si cambiamos la mentalidad cambiará la lengua.
– La Academia hace tiempo que habla de la mixtura lingüística del español/castellano, pero nunca hace lugar realmente a términos de lenguas originarias, cuando la mayoría de los hispanohablantes somos de América, donde los grupos aborígenes siguen viviendo. ¿Cree que es siempre una postura sólo discursiva que difícilmente pase a la praxis?
– Creo que ahí hay un problema internacional y –al mismo tiempo- de cada uno de los países. Todos los países de América Latina tienen un colonialismo intrahistórico, porque en la mayoría de los países de Latinoamérica las lenguas indígenas están sojuzgadas, suprimidas, no tienen apoyo o están en muchos casos a punto de desaparecer. En México, por ejemplo, se hablan más de 60 lenguas que se encuentran en una situación precaria y no tienen el menor respaldo o muy poco. Al mismo tiempo, no hay una política internacional de acogida de esas lenguas en el ámbito del idioma. Yo creo que, para empezar, que deberíamos hablar la lengua hispanoamericana, no la lengua española, porque ya ha pasado suficiente tiempo para que el español se impregne de regionalismos. Tampoco hay una política suficientemente amplia para establecer un contacto con las lenguas de cada país pero es difícil también que tengan una impronta si no reconocemos que hablamos lengua hispanoamericana. Me parece determinante que en cada país estas lenguas tengan el lugar que les pertenece porque cómo puede la Academia en general recibir el influjo de todas estas lenguas si en los países donde se pronuncian son lenguas casi secretas. Muchos mexicanos cultos hablan cinco idiomas y no hablan ninguna lengua indígena, entonces eso es importante de notarlo. En cambio todos los más pobres, todos son bilingües, o sea, tienen una cultura agregada rica, la de su propia lengua, y otra nacional. Con la conectividad que tenemos, hoy por hoy, por ejemplo, no hay sistemas de software en lenguas indígenas, y debería haberlo, no hay un mundo pensado desde lo indígena.
– En alguna ocasión usted dijo que estamos “condenados a comunicarnos”, ¿es esta una expresión optimista o pesimista?
– (risas) Es totalmente optimista. Es que hay una vanidad del lenguaje, excluyente, en la medida en que nosotros pensamos que hablamos en un dialecto, un caló, un lunfardo tan hermético, que disponemos de un lenguaje privado y que solo nosotros tenemos las claves para el idioma y no es así. Tarde o temprano si hablamos variantes del español, acabamos por entendernos y eso es que no queda más remedio. Nos comunicamos, no siempre queremos hacerlo, pero acabamos comunicándonos. A lo mejor eso decepciona, porque muchas veces está la tentación del exclusivismo, pero es así.
– Fue invitado por el Congreso Internacional de la Lengua pero también participó del denominado “contra congreso”, ¿qué piensa sobre estos márgenes que se presentan sobre temas que cruzan la sociedad como un todo?
– Todas las discusiones del lenguaje en todos los niveles son necesarias, complementarias. Estuve en dos mesas, una sobre Teatro y perspectiva de género y otra sobre Teatro y política, y me pareció muy interesante, había mucha gente joven, un alto nivel informativo por parte de quienes participaban. Yo vine invitado por el Congreso de la Lengua, pero me parece que tenemos la libertad de meternos en cualquier lugar donde se discuta la lengua, ya sea una cantina, una iglesia o un estadio de fútbol. Vuelvo a lo mismo, la lengua se decide con la gente, entonces no debemos discutirla en un laboratorio de expertos.
Villoro escritor
– Es escritor, ensayista, periodista, dramaturgo, ¿Dónde está el Villoro más auténtico?
– Quién sabe, eso lo deberían decir las otras personas. Pero quizás el más auténtico sea el que escribe para niños porque la mayoría de mis cuentos son para niños, entonces creo que mi verdadera edad intelectual es como de 13 años, y es allí donde más conecto. Me gusta muchísimo escribir para niños sin duda alguna.
– Y como lector, ¿qué libro le gusta?
– Leo mucho ensayo, biografías, es lo que más me gusta, y de periodismo. También Poesía, cuentos… creo que lo que menos leo es novela.
– ¿Le gusta aprovechar la visita a ciudades del mundo para descubrir nuevos libros?
– En la medida que puedo, sí, pero en eventos como estos tenemos poco tiempo.
– ¿Está atento a literatura argentina?
– Sí, me gusta mucho Samanta Schweblin, Mariana Hernández, María Gainza, Selva Almada, Alan Pauls, Beatriz Sarlo, Martín Caparrós, Rodrigo Fresán, Marcelo cohen, Graciela Esperanza.
Villoro ciudadano
– Para cerrar, siendo usted ciudadano mexicano, hace unos días el presidente López Obrador ha hecho un pedido de perdón al Rey de España y al Papa por los crímenes cometidos durante la conquista, ¿cómo tomó usted esta noticia?
– Es una discusión compleja. Yo creo que el presidente ha hecho un uso social de perdón que ha sido significativo, porque ha pedido disculpas a personas que han sufrido agravios por parte del estado mexicano, como desaparecidos o torturados, y es importante que un Estado pida perdón, porque si bien esto ha sido hecho por gobiernos anteriores, señala que no debe volver a ocurrir. O sea, que las disculpas comprometen moralmente. Pero me parece que la petición de disculpas a España y al Papa son un tanto extemporáneas, no sólo porque llegan 500 años después sino porque los indios de México viven hoy sojuzgados en una situación de oprobio y están siendo amenazados por proyectos que está apoyando este gobierno. Hablo del famoso Tren Maya que piensa hacer, plan desarrollista que devastará la península de Yucatán y convertirá a los indígenas en súbditos de las compañías transnacionales. Entonces, si tú apoyas este proyecto no estás apoyando las comunidades del presente. Y así lo ha dicho el Congreso Nacional Indígena, el Ejército Zapatista y los grupos que luchan por los derechos de la tierra, entonces es un poco paradójico que se le pidan cuentas a España. Más bien parece un intento demagógico de desplazar la discusión a lo que ocurrió hace 500 años. Lo que no quita que sea criticable la conquista como un expolio de la sangre, pero hace 200 años que somos un país independiente y tenemos que asumir las responsabilidades que tenemos y el propio colonialismo que nosotros mismos fuimos fomentando.
Villoro básico
Nacido en Ciudad de México en 1956, Juan Villoro comenzó a editar libros en la década de los `80 y desde entonces ha contado no sólo con el apoyo de lectores en todo el mundo, sino también con el respaldo de premios se instituciones internacionales. Entre sus libros más conocidos se encuentran los infantiles «La gota gorda» (1980), «El libro salvaje» (2008) y las novelas «El disparo de Argón» (1991), «La casa pierde» (1998), «Los culpables» o «¿Hay vida en la tierra?». Además, Villoro escribe columnas en el diario El País, de España.