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Hoy leemos… relatos del Espacio Illia

Los textos que presentamos a continuación son algunos de los publicados en el libro «Cuentos de la vida» (Babel), pertenecientes al taller de escritura creativa del Espacio Illia, dictado por la docente y escritora Alicia Díaz. Durante todo el 2018, adultos mayores de nuestra ciudad fueron puliendo cada una de sus producciones hasta verlas convertidas en obras literarias, cerrando un proceso de crecimiento no sólo artístico sino también emocional.   

 

 

A continuación les dejamos cuatro cuentos/relatos de diferentes géneros, a manera de abanico, como muestra de la diversidad que puebla este libro, que se consigue en las instalaciones del Espacio Illia (La Tablada y General Paz).

 

«QUON»

 

Nuestro mundo ha estallado, lo observamos desde nuestra estación espacial; allí nos habíamos mudado los que fuimos elegidos como reserva para preservar nuestra especie, hasta saber cuál iba a ser el desenlace de la guerra que mantenemos desde hace algunos años y estábamos perdiendo día a día hasta el final que, hoy, horrorizados veíamos. Inmediatamente tuvimos que organizarnos; nuestra sociedad no se maneja con mandos, todo está basado en la lógica y ella nos indicaba que teníamos que buscar un nuevo planeta. Subimos a nuestras naves y nos pusimos en marcha guiados por los conocimientos anteriormente adquiridos, ya habíamos incursionado en otros mundos para saber cuál sería el más adecuado el día de mañana, hoy era ese día. Nos dirigimos directo a él con las coordenadas que ya habíamos marcado previamente. No fue fácil llegar, estábamos muy agotados, íbamos a un promedio de 58.000 kms. por hora y no tardaríamos menos de cien días, nuestra energía se estaba consumiendo. Tuvimos que hibernar para no desfallecer, nuestros recuerdos ya se habían borrado de nuestra mente, estábamos en un estado puro para residir en el nuevo planeta. Empezamos a asimilar la información que se había almacenado: nombres de plantas y algunos animales bautizados por los antepasados. Al fin llegamos, solo sabemos que en nuestros mapas se llamaba QUON, según lo habían denominado. Tiene mucho verde y una paleta de colores que no conocíamos, nuestros conocimientos en los colores son muy básicos, ya que en nuestro planeta todo era marrón. Primero recargamos nuestra energía a través del contacto con el agua, era nuestro alimento y aquí hay mucha. Logramos alcanzar a estar en óptimas condiciones luego de varios días y noches, aquí muy marcadas y muy cortas ambas, lo cual es muy diferente a nuestro planeta donde vivimos muchos años luz de noche y muchos de día. Cuando salimos, totalmente, de nuestro sopor, comenzamos a trasladarnos para conocer a qué nos debíamos enfrentar o amoldar; teníamos mucho trabajo por delante: hacer un relevamiento del terreno, de la vegetación, de los seres extraños que comenzaron a visitarnos, algunos reconocemos, otros no. Hay unos en particular que nos anunciaban la llegada de la noche, al comenzar a oscurecer, los ciervos bajaban por el corredor del bosque a tomar agua a ese arroyo tan hermoso que corre entre los árboles y donde hemos hecho nuestro primer asentamiento. Allí regresamos luego de nuestras incursiones, la base operativa donde estaban nuestras naves, donde volcamos toda la información que cada grupo recababa; nos dimos cuenta que hay cambios de temperatura al caer la noche que no estábamos acostumbrados, nuestros cuerpos debían ajustarse rápidamente a esos cambios, muchos de nosotros no lo logran. Fue el escollo más difícil de vencer; cuando recorrimos distancias más largas con las naves, observamos que el frío y calor eran extremos en algunos lugares y allí no es posible que vivamos. Solo encontramos animales en este bello planeta, aprendimos a convivir con ellos a respetarlos y sabemos que ellos están antes que nosotros aquí, por eso imitamos sus formas de vida para sobrevivir hasta crear la propia, las cuevas nos sirven de refugio en la noche, la sombra de los árboles nos ayudan a protegernos del calor. Hoy han pasados muchas noches y días. Desde que llegamos, ya nos hemos reproducido y formado nuestro sistema de vida adecuada a este planeta: Quon. Hace mucho tiempo que no hay invasiones ni invasores, solo vivimos en la naturaleza. No tenemos otras necesidades, nuestros cuerpos se ajustaron al clima, a la noche, al día, nuestras naves ya no existen, porque no las necesitamos. Toda la información está en nosotros y tenemos la posibilidad de transmitirla a nuestros predecesores telepáticamente, solo necesitamos para vivir el agua, el contacto con ella.

 

Teresita Zaragoza

 

 

«¿QUIEN NOS PROTEGE DE LAS URGENCIAS EN LA CALLE?»

 

 

Siempre he sido cabulero, supersticioso, llamémoslo como quieran. Por eso fui a verla a “La Tita”. Tiraba las cartas como nadie. ¿Y quién podía aconsejarme mejor? Las chicas tenían sus graves problemas y no servían para eso, y la finadita desde el cielo…

Debíamos dejar la casa en que vivíamos todos juntos, arracimados con las familias, y el posible préstamo del banco era la solución para construir en el terreno de las afueras. Siempre me disgustaron las deudas y los pleitos. Pero las circunstancias cambiaron. Claudiqué en mis principios pero me impuse hacer el pedido en el momento propicio. “La Tita” con sus cartas me aseguró que “era el momento adecuado” y no dudé. Ni me dolió lo que me pidió. Al llegar al banco para realizar el trámite y mientras bajaba ayudado por mi bastón, el colectivo arrancó intempestivamente. Caí rodando en la vereda. Y luego me deslicé. Los mosaicos eran muy resbaladizos y estaban siendo baldeados fuera de hora.

Desperté en una cama de terapia intermedia con un brazo enyesado y dolores por todo el cuerpo, además de la fractura de húmero, tres costillas rotas y acúfenos muy molestos. Y toda la familia alrededor. Estelita con su bebé sin padre y Juana con el bruto de su marido y sus tres mocosos. Y además furioso con “La Tita” por el fallo de sus pronósticos.

Pero empecé a mejorar y apareció en mi mesita de luz una tarjeta con la dirección de un abogado. Mi moralidad “inculcada” por mis padres fue siempre muy estricta pero atento a las circunstancias podía ser un poco menos fanático. El abogado me aconsejaba tres fuentes de lucha: la más dura y redituable una eventual mediación con la empresa de transporte, la comuna, por las veredas patinosas y los dueños del local por lavado fuera de hora, con arreglo directo. Todo para solucionar las graves secuelas que me esperaban.

Tengo que tomar una decisión cuando se me aclare un poco la cabeza.

Pero pese a haber renegado, después del accidente, de las cartas de “La Tita”, creo que volveré a recurrir a ella. Tal vez con los resultados, no necesite ya el préstamo del banco.

 

 

José Yukelson

 

 

«¿TENGO RAZÓN…O NO?»

 

 

Créame que yo no me siento culpable para nada por esto que pasó…yo sólo estaba cocinando los discos para hacer los canelones, tanto los salados como los dulces… ah… sí, porque a mi familia le gusta cómo yo los hago, nada de comprar masa hecha… bueno como le decía ehhh… todos ellos son muy, pero muy golosos, por ello, tengo que hacer toneladas de discos de masa.

Ya la tanda de los rellenos con pollo, ricota y verdura estaba lista y estaba terminando la última tanda que serían los rellenos con dulce de alcayota y dulce de leche para el postre. ¿Cómo? ¡que nunca los ha probado! ¡no puede ser!… bueno en cuanto tenga la oportunidad de cocinar, se los hago para que los pruebe…

Sí, sí, que no me vaya por las ramas… ah usted sabrá disculpar, pero como me gusta tanto cocinar, me pongo a explicar cosas que no vienen al caso. Como ahora, que le estoy relatando lo sucedido y salgo yo a explicarle los rellenos…pero bueno como le había dicho que estaba terminando la última tanda, cuando en eso entra mi marido a la cocina y agarra uno de los discos que acababa de cocinar y comenzó a comérselo sin más…sin relleno ni nada… entonces yo me enfurecí, porque no hay cosa que me moleste más que me toquen la comida cuando la estoy haciendo y no está terminada todavía…y él lo sabe…él lo sabe…pero cómo le encanta molestarme… por eso no pude contenerme…qué quiere… y agarré el sartén y se lo planté por la cabeza. Pero le juro que no me di cuenta de la fuerza que puse en el ademán y bueno ¡qué fatalidad! parece que fue mucha porque cayó al suelo y ya no se movió más. Uno de mis hijos, Jorge, entró justo a la cocina, seguro porque oyó el ruido del sartenazo, el grito del exagerado de mi esposo y el ruido del cuerpo al caer. Mis otros hijos Adrián, Marta y Esteban entraron también, probablemente por la misma razón y se agacharon al lado del cuerpo inmóvil de su padre, el muy artista, dramático por supuesto… Uno a uno se fueron incorporando, menos el idiota de mi marido, claro, y me dijeron:

“¡Lo mataste mamá! pero ¿cómo sucedió?” preguntaron al unísono y yo les contesté indignada:

“Lo de siempre, me tocó la comida cuando no estaba terminada y esta vez no me aguanté y le puse el sartén de sombrero. Además no lo he matado, puede que esté desmayado solamente”.

“No mamá” -me dijo Adrián, que es médico– “no tiene pulso y mira el charco de sangre que se está formando, ¡le partiste el cráneo!”

Ahí nomás llamaron a la Policía y aquí estoy…puede usted creer que me trajeron a este lugar, qué sé yo por cuanto tiempo, que por cierto es muy bonito, parece una casa de campo…Pero dígame si no tengo razón de haberme enojado con él, toda la vida diciéndole que no me gusta que se metan en mi cocina y menos que me toquen la comida que no está terminada. Ah… ¿pero ahora usted me pregunta que si hubiera estado terminada, no le hubiera pegado?… usted no me entiende… pero claro que sí, porque hasta que yo no llevo la comida a la mesa y la sirvo, nadie la toca… ¡esos son buenos modales! ¿O no, dígame usted Doctor?

 

Graciela Castromán

 

«EPIDEMIA»

 

Hermoso día de primavera, aunque era pleno otoño. Estaba en la cocina de mi casa preparando el almuerzo, cuando la radio interrumpió la transmisión. Un comunicado, con la voz aterrorizada del locutor, decía que el día anterior se había observado la caída de un asteroide en la provincia. En veinticuatro horas hubo cuatro muertos y seis internados en la zona y todos afectados de una extraña enfermedad. El desconcierto era total. A la tarde, a través de la radio y televisión se informó que Defensa Civil pasaría, casa por casa, repartiendo escafandras, como forma de evitar un contagio masivo. La disposición sería por el término de cuarenta días. Me preparé a recibir la mía, casi con ansiedad por conocerla. Cuando la trajeron… la sentí perfecta. Las había de distintas formas y colores. Llegamos a sentirnos inseparables. Yo le hablaba y ella se sentía muy a gusto, llegó a obedecerme en pequeños mandatos: que abriera el visor para comer, que me ayudara a lavarme la cara. Ella a su vez me pedía paseos, me defendía, era sociable y amable. Antes de la fecha fijada por la cuarentena, informaron que el peligro ya había pasado y se podían retirar las escafandras. Kafi, así la bauticé, me dijo: “no quiero irme, no sabría qué hacer”, y no pude sacármela. Grande fue la sorpresa cuando salí a la calle y nadie se la había retirado. Los habitantes de mi ciudad continuaron por siempre con las escafandras puestas…cada uno había encontrado su máscara perfecta.

 

Mirta Griselda Viola

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