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Femeninas. Feministas. Feminismo.

Chimamanda Ngozi Adichie es una de las escritoras africanas más leídas en los últimos años. Este libro "Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo" es una carta que escribió a una amiga y que se convirtió en un mensaje global.

     “Somos solo palabras, palabras que retumban en el éter. Palabras musitadas, gritadas, escupidas, palabras repetidas millones de veces o palabras apenas formuladas por bocas titubeantes. Yo no creo en el Mas allá, pero creo en las palabras”. Hace bastante leí este pequeño párrafo en el libro “La hija del caníbal”, de Rosa Montero y desde entonces, no hace más que girar en círculos en mi cabeza una y otra vez. 

    ¿De qué palabras estoy, estamos hechos?, suelo preguntarme. Y al tener en mis manos el libro “Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo”  la conexión fue directa con ese interrogante.

    Feminismo. Una palabra. Muchos significados.

    Desde hace tiempo me registro como parte de una generación clave, bisagra, determinante. Y no porque me crea mejor que las que me anteceden o vendrán, sino porque justamente es esta palabra: feminismo, la que fue (re)configurándose en el tiempo y se presenta en la actualidad como fundamental, por atravesar lo cotidiano y no ser sólo parte de un sector determinado. Con esto no niego las miles de mujeres protagonistas del  mundo que durante siglos lucharon y combatieron por la igualdad entre hombres y mujeres, todo lo contrario. Solo trato de hacer foco en cómo ese concepto de “Mujeres feministas”, de señalamiento hacia algunas (muchas o pocas) que se animaban a hacer algo en particular y que fueron criticadas o -tal vez peor- señaladas por eso, ha dejado de ser una característica individual y se ha convertido en los últimos años en un movimiento masivo, social/plural/mundial que nos integra a muchísimas, más allá de las obvias diferencias que puedan existir entre quienes lo integramos, y se presenta a las nuevas generaciones como una enseñanza casi formal.

    Femineidad. Feministas. Feminismo. Estamos hechos de palabras y sus significados. Mi abuela fue (tuvo que ser) femenina, mi madre me contó/enseñó sobre feministas, yo tengo el deber de criar en el feminismo porque el feminismo sólo podrá crecer en el tiempo si nos educamos en él. La pregunta viene por añadidura: ¿cómo hacerlo?

    El libro de Chimamanda Ngozi Adichie está para reponderlo.

    De un verde bello e impactante, este pequeño ejemplar llama la atención desde su título: “Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo”. Escrito como la carta de una amiga hacia otra –de hecho nació como un posteo de su autora en Facebook-, la misiva va describiendo quince consejos –sugerencias- de crianza para una pequeña niña que acaba de nacer. La consejera no es más que Chimamanda, periodista, intelectual y escritora nigeriana que se ha convertido en activista feminista alrededor del mundo por haber tenido la habilidad de crear un discurso fresco, rotundo, sensato y sumamente real sobre la lucha de las mujeres desde su África natal.

    Además de este libro, Chimamanda tiene editados novelas como “La flor púrpura” o “Medio sol amarillo”, aunque el más celebrado sigue siendo su otro ensayo, casi un manifiesto: “Todos deberíamos ser feministas”. Sin embargo, en “Querida ijeawele” Chimamanda no proclama un discurso desde su  intelectualidad, sino que se ubica desde el más íntimo de los espacios y desde allí cuenta sobre experiencias propias y reflexiones particulares a una amiga que acude a ella  luego del nacimiento de su primera hija. Y es a partir de ejemplos de su vida y tomando situaciones al alcance de su mando, cómo la autora logra conformar un texto profundo, llano que se convierte casi en una conversación cara a cara.

    Sobre la importancia de otorgar herramientas para criar mujeres seguras, que no duden un instante en su poder interior, sobre la necesidad de cuestionar todo el tiempo los mandatos vengan de donde vengan, sobre la determinación del lenguaje para conformarnos como seres humanos habla, en parte, este libro.

Una a una Chimamanda va construyendo los pilares que -ella cree- son fundamentales para educar en el feminismo, siempre partiendo de la base de los valores de honestidad, libertad y respeto por toda la humanidad.

    Y de todas las sugerencias, me quedo con dos que muchas veces son el punto más complicado para reflexionar desde el feminismo: la maternidad y el amor. Durante décadas, muchas veces se tildó a quienes eran referentes “feministas” como mujeres que odiaban a los hombres y rechazaban su posibilidad de concebir. De hecho, crecí pensando que quizás era imposible articular la lucha feminista con la construcción de una familia o la estabilidad de una pareja. Sin embargo, Chimamanda es una de las militantes que más ha hablado al respecto y por eso comienza el libro justamente desplegando la necesidad de hablar del feminismo, la maternidad y el amor. La maternidad deseada y el amor construido desde la igualdad se conjugan en el discurso de la autora sin ningún tipo de ruidos ni contradicciones.   

    Por último quiero señalar lo curioso de cómo fue que llegó este libro a mí. Editado por primera vez en 2017, hace rato que viene dando vueltas por el mundo y ejemplo de ello es que me lo regaló una amiga española que me visitó el año pasado. Amiga que descubrí gracias a mi cuñada y que, desde que me conoció, logró una conexión impresionante con mi hija de 8 años. Creo y apuesto profundamente por esa red -simbólica y concreta- de mujeres que defienden derechos colectivos y logra conectarse más allá de las distancias y diferencias personales. Por eso cuando leí «Querida Ijeawele, entendí el propósito final con el fue escrito por su autora, que no es sólo hablarle en privado a su amiga sino conseguir ser amplificadora de una necesidad que tenemos millones en el mundo. Esta carta personal e íntima, logró transformarse de mano en mano, en un mensaje de amor y amistad que trasciende fronteras y culturas, hablando desde un sentido profundo y genuino.

    El mensaje llegó a mí y yo no puedo hacer otra cosa que compartirlo. Cuando les llegue, por favor, multiplíquenlo, es la mayor acción de sororidad que podamos regalarnos.  

 

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