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Entrevista al escritor colombiano Luis Miguel Rivas

Crédito de imágen: Francisco Saldarriaga.

 

De visita por Córdoba para celebrar la escritura en el marco del Festival Internacional de Literatura, el colombiano Luis Miguel Rivas participará el próximo sábado en la ciudad de un hermoso encuentro denominado “El secreto del cuentista”.

El autor que supo habitar Medellín y después eligió Argentina para radicarse, estará presente en la tarde cordobesa contando acerca de su oficio de narrar junto a la escritora local Lilia Lardone (Córdoba) y Federico Falco, en una mesa donde dos generaciones compartirán formas de concebir este formato, que nos permite descubrir historias que se degustan en pequeños bocados.

Catalogado como de culto por lectores, editores y prensa en general, el camino de Rivas en la literatura ha sido desde hace años ascendentes -si por eso se entiende multiplicar su público, reeditar volúmenes anteriores o continuar publicando historias nuevas-, pasando de estar «guardado» en el fondo, a salir sobre la superficie, aunque eso a él poco le importe, porque tanto abajo como arriba la calidad de la escritura depende de otra cosa. ¿De qué depende? No lo sabe, o más aún, no intenta quiere descubrirlo.

Autor de “Los amigos míos se viven muriendo” y “Tareas no hechas”, Rivas editó el año pasado “¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno?”, otra compilación de relatos breves, donde nos invita a deambular por un universo urbano, donde sus personajes claroscuros nos pintan de cielo a infierno nuestra Latinoamérica.

Contando un poco más sobre su modo de entender la literatura, sus por qué como escritor y su paso por Córdoba, Rivas dialogó con Babilonia Cultural en esta entrevista.

 

La prensa y críticos te definen como uno de los «secretos mejores guardados» de la literatura latinoamericana, ¿cómo recibís y percibís ese nombramiento?

– Lo de “secretos mejor guardados” fue el nombre de un evento que organizó la Feria del libro de Guadalajara en el 2011, con veinticinco escritores latinoamericanos que no eran muy reconocidos o no hacían parte de los circuitos de las grandes editoriales. Como todo nombre de evento la expresión es hiperbólica porque ninguno de los invitados éramos tan secretos ni tampoco los únicos ni los mejores de nuestros respectivos países; pero sí representábamos a muchos de nuestros colegas que hacían (y siguen haciendo) su labor en silencio y al margen del reconocimiento o el apoyo editorial. Agradecí mucho la invitación, fue una experiencia muy linda, pero no me tomé muy literalmente el título que nos adjudicaba el evento.

 

– En relación con ésto, ¿crees que muchas veces la «mejor» literatura se presenta más en el fondo que en la superficie de las librerías, editoriales o circuitos literarios?

– La mejor literatura puede estar en cualquier parte. Ni la marginalidad ni el reconocimiento son garantías de calidad. Pero ¿qué es la calidad? ¿Quién determina qué es bueno o malo? O sea que ni la “calidad” garantiza la calidad. Lo que sí es cierto es que hay muchos escritores serios, honestos, y muchos de ellos potentes y brillantes, que no hacen parte de los circuitos literarios o editoriales ni aparecen en revistas y festivales, cuya producción está amontonada en los últimos estantes de las librerías.

 

– En una entrevista, señalaste que no tenés técnica para escribir, ¿cómo es tu forma de concebir la literatura? ¿Sería algo alejado de los cánones académicos?

– No me he preguntado muy concretamente cómo concibo la literatura y no me sabría responder. Para mí tal vez ha sido la búsqueda de un acceso a otro mundo más verdadero que éste en el que tienden a reducirnos a trabajar para comer, pagar el alquiler, cargar la tarjeta sube y llegar a fin de mes. A ese otro mundo más rico y verdadero que crepita en el inconsciente de todo ser humano no podemos acceder a través de métodos muy rígidos. Sin embargo por muy despelotado que sea un escritor siempre tendrá una técnica y una disciplina particulares, porque narrar es construir y toda construcción requiere una armonía, unas reglas internas. Los cánones académicos son como la carretera pavimentada que nos pretende llevar a la belleza, y por esa ruta se la encuentra muchas veces. Pero hay desvíos y trochas y caminos de piedra y tierra en los que brilla la belleza y a donde no alcanza a llegar la autopista de la academia.

 

– Algunos escritores dicen escribir novela porque los cuentos son mucho más difíciles de construir narrativamente, ¿coincidís con esto? ¿qué desafíos te presenta un relato de estas características?

– A veces los géneros tienen mucho que ver con el carácter y las circunstancias del escritor más que con una decisión premeditada o estética. En mi caso, empecé a escribir cuentos porque era lo que me permitían hacer mis circunstancias (durante varios años trabajé en oficios no relacionados con la literatura que me exigían demasiado tiempo) y mi carácter un tanto disperso. En la elaboración de esas narraciones cortas encontré algunas exigencias similares a mis impulsos de ese momento: una búsqueda de potencia concentrada, de profundidad no discursiva sino atisbada en flashazos. Eso se parecía más a mi manera de sentir. Ahora, al cabo de varios años, estoy escribiendo una novela y encuentro elementos acordes con los impulsos de esta etapa de mi vida: la apertura a un universo más extenso, el trabajo paciente y constante de tejedor de la filigrana de la trama; y también un poco la liberación del prurito de la síntesis, que me permite extenderme en antecedentes y consecuencias de la historia principal. Soy muy aficionado al ciclismo de ruta y la escritura de una novela me parece como correr un Tour de Francia de 22 etapas: no importa que no llegués de primero en todas las etapas, pero debes mantener la regularidad que te permita tener al final el mejor tiempo.

 

– Entre tantos novelistas latinoamericanos, apareces como cuentista, y tu forma de narrar me recuerda a aquellos escritores que también elegían contar sobre la cotidianeidad del siglo XX, como Rulfo, Onetti, Borges, Carpentier o Fuenmayor, ¿cuál es tu principal motor a la hora de elegir contar desde la modernidad? ¿Por qué narrar desde ese rol de observador urbano?

– Solo puedo narrar lo que conozco y soy un hombre urbano. Escribo cuentos que suceden en las ciudades no porque el tema de la modernidad me interese teóricamente sino porque necesito resolver cierta cojera o ansia o desazón o desencuentro o desbarajuste o como se quiera llamar, que me acompaña y que veo también en la otra gente que comparte conmigo las ciudades. Por entre las grietas de la vida cotidiana y por los intersticios de la rutina de hogares y oficinas sale a la superficie una caótica vegetación que es nuestro fundamento y que medra aprisionada bajo el pavimento de la civilización.

 

– ¿Qué es lo que más disfrutás de escribir?

– Cuando fluye, cuando uno logra entrar a un mundo a cuya puerta ha estado golpeado con frases y párrafos infructuosos y que de un momento a otro se abre para dejarnos pasar y entonces escribimos sin darnos cuenta de que estamos escribiendo.

 

– Estás participando de este festival en Córdoba, donde hay también muchos otros autores del mundo, ¿para qué sirven encuentros como éstos?

– Primero que todo para reivindicar la fundamental importancia de la palabra, del pensamiento, de la pluralidad de sentidos que tiene la vida, en un mundo cada vez más sometido al unívoco imperio de lo económico. En segundo lugar para compartir y hermanar, para debatir y conocer qué se está haciendo en otros países, cuáles son las preocupaciones y las estéticas que están ocupando a nuestros colegas.

 

– ¿Estarás atento a Córdoba para llevarte historias para contar?

– Voy muy contento a este encuentro con la literatura y con la ciudad y estoy seguro de que volveré lleno de historias y buenas impresiones.

 

La actividad donde participará Luis Miguel Rivas tendrá lugar mañana a las 17 en el Centro Cultural España Córdoba (Entre Ríos 40), y es con entrada libre y gratuita. 

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