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Aquella infancia arrebatada por la guerra

La periodista bielorrusa, ganadora en 2015 del Premio Nobel, vuelve al tema de la Segunda Guerra Mundial pero este vez desde la voz de los niños y niñas que durante el contexto bélico sufrieron pérdidas y dolores irreparables. 

“Últimos testigos” es un relato coral y conmovedor.

“La Segunda Guerra Mundial dejó casi trece millones de niños muertos, y en 1945, solo en Bielorrusia vivían en los orfanatos unos 27 mil huérfanos”, con esos datos se presenta este libro que al igual que en otros de Svetlana Aleviévich (La guerra no tiene rostro de mujer, Voces de Chernóbil y Los muchachos de Zinc), la periodista bielorrusa despliega su enorme habilidad en el arte de entrevistar para dar vida a un relato coral y conmovedor.

En este caso “Últimos testigos” juega justamente con el recuerdo y la reconstrucción de quienes, durante dicho enfrentamiento bélico, estaban atravesando su infancia. Por eso tal vez la ternura y la simpleza forman parte del recurso narrativo que, con detalles simples, da cuenta del horror de la guerra, de esa devastación que va más allá de los números, de esas marcas imborrables. Ya adultos, los entrevistados vuelven a la piel de ese niño o niña rusa que fueron en aquellos tiempos en los que aprendieron el verdadero significado de las palabras miedo,  muerte, pérdida, dolor y hambre.

 A diferencia de libros como “La guerra no tiene rostro de mujer”, en estas páginas Alexievich no se detiene a detallar los procedimientos y técnicas periodísticas utilizadas para el armado del material. Aquí simplemente da cifras contundentes y luego enmudece para dar paso a esas  voces que con su decir, con sus recuerdos fragmentados, reconstruyen otra faceta de la guerra. Aquí hay cuentos truncos, situaciones incomprensibles, la pitada de un primer y último cigarro, un padre que se marcha, una madre asesinada a la vista de sus hijo… En definitiva: aquí se expone con dureza el final de la niñez. Porque hay algo que si queda en claro: ante la guerra la infancia queda trunca. Ya nadie vuelve a ser el niño o niña que era. Hay algo que se pierde para siempre.

En estas páginas la guerra se construye con imágenes, rezos, aromas, sonidos… Cada sentido es una pieza más del rompecabeza con el que se construye “Últimos testigos”. 

“Pasé mucho tiempo sin hablar. Tan solo miraba”. “Yo creía que en la guerra solo mataban a los hombres”. “Oí: la guerra. Yo,  es comprensible, a mis cinco años no tenía en la cabeza ninguna imagen para esa palabra: guerra”… Uno a uno los testimonios se suman, a veces como susurros, a veces quebrados por el dolor, a veces como gritos desesperados.   

Nuevamente, Svetlana Aleviévich utiliza relatos individuales para dar cuenta de una narración colectiva sobre ese genocidio silenciado detrás del genocidio conocido. 

La esencia de este libro, se sintetiza con una frase de Dostoievski que la escritora toma como epígrafe: 

«¿Puede haber lugar para la absolución de nuestro mundo, para nuestra felicidad o para la armonía eterna, si para conseguirlo, para consolidar esa base, se derrama una sola lágrima de un niño inocente?… No. Ningún progreso, ninguna revolución justifica esa lágrima. Tampoco una guerra. Siempre pesará más una sola lágrima».  

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