La novela de Nicolas Barreau falla en casi todos los condimentos del género. ¿Qué logra? Un relato poco creíble que no convence ni entretiene.
Las novelas románticas suelen ser el blanco fácil de la crítica despiadada y, en algunos casos, hasta mal intencionada. De todas maneras el género puede defenderse, y muy bien, bajo el amparo de algunos clásicos así como de textos actuales y contemporáneos que hacen gala de buena literatura. Sin embargo, cada tanto, aparecen libros que avalan todo ese arsenal de posiciones detractoras de las “historias rosas”. Lamentablemente “El café de los pequeños milagros” de Nicolas Barreau, integra ese grupo de libros.
En “El café…” casi nada funciona, ni siquiera los esquemas básicos y los clichés del género. Más allá de que no exista otra pretensión que la de leer un relato con personajes divertidos, detalles románticos, algo de pasión y unos cuantos enredos sentimentales, ninguno de esos condimentos le imprimen sabor a una trama obvia y, por momentos, aburrida.
Nelly es la protagonista. Una chica parisina de 25 años que integra un equipo de trabajo y estudio dedicado a la filosofía. En los primeros capítulos la vemos envuelta en un amor platónico con el profesor que dirige su tesis. Tiene fobia a volar y por eso pierde la gran oportunidad de acompañarlo en un congreso. Angustiada por su decisión conoce a un músico callejero norteamericano que le aconseja unas cuantas cosas. El lector intuye que quizás ese podría ser un buen inicio para una comedia romántica, sin embargo, el argumento toma un giro inesperado cuando Nelly descubre un libro que la lleva al pasado de su abuela. Para resolver el misterio -y superar la noticia de que su profesor sale con otra mujer- viaja a Venecia. Allí encuentra, de casualidad y por accidente, a otro personaje: un italiano romántico y atractivo. ¿Otro buen inicio? El lector a esa altura no sabe muy bien qué esperar.
Luego todo es un ida y vuelta: el pasado de la abuela, el atractivo joven veneciano, las llamadas telefónicas con su prima, el encuentro -poco creíble- con su profesor, el segundo encuentro -menos creíble aún- con el músico callejero norteamericano, un viejo libro, un anillo, una carta, un bar, globos aerostáticos, etc., etc., etc.
Ni el mundo parisino, ni las góndolas de Venecia son suficientes para insuflarle algo de romanticismo a esta novela en la que la trama se desvía una y otra vez de su camino central tomando pasadizos que dispersan y, en algunos casos, aburren al lector.
Además, en casi todos los capítulos, el autor tiene la mala costumbre de adelantarnos lo que va a ocurrir en las próximas páginas. Frases como “Nunca imaginó que volvería a cruzarlo” se repiten una y otra vez, quitando así toda posibilidad de sorpresa.
Los personajes son más bien un boceto de lo que aspiran a ser. Intuimos que podrían ser divertidos, románticos, graciosos, adorables, pero les falta mucho para transmitir efectivamente todo eso. “El café de los pequeños milagros” es algo así como una sinopsis -larga- de lo que aspira ser una entretenida comedia romántica.
Una historia que, por momentos -y en especial a partir de las página 300- parece mejorar pero que aún así no logra remontar vuelo.