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“Cuando la realidad es múltiple y compleja solo se puede abordar desde la literatura”

Desde París, la escritora argentina Laura Alcoba (radicada en Francia desde 1979) habló con Babilonia sobre la reciente publicación de la trilogía “La casa de los conejos” que incluye “El azul de las abejas” y “La danza de la araña”. Tres novelas breves con un fuerte registro autobiográfico,

que desarman la memoria de una niña durante su infancia clandestina previa al golpe del ´76, atravesando el exilio junto a su madre y el encarcelamiento de su padre.

Laura Alcoba es una mujer que habla despacio, que parece elegir las palabras exactas que quiere decir y que al mismo tiempo no teme dejar preguntas en el aire sin terminar de armarlas.

Vive en París hace décadas, aunque no fue ésta la primera ciudad donde se radicó al llegar a Francia, cuando apenas era una niña. Corría enero del año 1979 y desde hacía un tiempo, su madre estaba radicada en Blanc-Mesnil, una zona “cercana” a la capital francesa, donde ella terminaría arribando para mudarse a la Europa que la cobijaba tras la tormenta de la Dictadura de 1976.

Laura es una escritora que narra la oscuridad y el desamparo con una pluma sutil y serena, y así de sutil como escribe también habla, cuenta, y sigue reflexionando sobre cuestiones del pasado, consciente que la vida (y también de la literatura) se enriquecen mucho más con preguntas que con respuestas. Por eso cuando se le consulta sobre el origen de “La casa de los conejos”, a 16 años de su publicación, aún responde con frases en puntos suspensivos.

“La casa de los conejos” es el libro que da nombre a la trilogía integrada también por “El azul de las abejas” y “La danza de la araña”, tres novelas breves que reconstruyen la memoria de una niña -hija de militantes montoneros- en La Plata en la previa de 1976 hasta 1979, el exilio junto a su madre en Francia y el intercambio epistolar con su padre preso político en Argentina durante un período de dos años, hasta 1981.

Siempre que le pregunten, Alcoba dirá que esa niña que habla en sus novelas puede ser ella y puede que no, porque trabaja con la memoria solo como una “materia prima autobiográfica”. Pero lo cierto es que como lectores nos sumergimos en esa invención que amalgama a la perfección recuerdos y hechos  y que atraviesa directamente coordenadas reales ya que ella –siendo una niña- fue testigo (ocasional/fortuito) no solo de un capítulo de la militancia montonera argentina, sino de un caso emblemático para Abuelas de Plaza de Mayo. Porque lo cierto es que Laura Alcoba vivió varios meses en un casa operativa del partido peronista de La Plata (La casa de los conejos) donde se imprimió la revista Evita Montonera. Casa que fue desbaratada/destruida por las fuerzas militares en 1976 asesinando a sus habitantes, y desde donde fue apropiada  Clara Anahí, hija recién nacida de Diana Teruggi y Daniel (Cacho) Mariani, y abuela de Chicha Mariani, referente institucional junto a Estela de Carlotto.

Laura dice que toda esa historia (su historia) permaneció muchos años en ella como atrapada bajo un “mandato de silencio”, y que fue justamente este mandato lo que más le costó romper a la hora de querer construir una trama. Y que el desafío mayor no fue escribir lo que su memoria le fue dictando, sino encontrar una voz que habilite el relato.

En esta nota, desde Francia, la autora cuenta cómo fue el proceso de escritura de las tres novelas –que se acaba de publicar en Edhasa en un mismo libro como trilogía-, que comenzó el día en que entendió que no era ella la que tenía que narrar la historia, sino aquella niña que había sido.

-En la introducción de la trilogía decís que primero hubo una necesidad de no contar y luego una urgencia por decir todo. ¿Recordás el momento exacto en que decidiste iluminar todo ese pasado para convertirlo en historia?

-Fue una lenta toma de consciencia sobre la necesidad que sentía de hacerlo. Creo que la experiencia que está en el centro de La Casa de los Conejos es muy particular. Había una especie de mandato de silencio del que me costó mucho tiempo salir. Creo que el hecho de que yo no estuviera en el origen de la militancia o en esa decisión que me puso en esa situación, me hacía difícil hablar. ¿Desde qué lugar, qué decir…? Tardé mucho, primero en decidirme a escribir y luego en decidir… ¿qué cuento… qué legitimidad…? Estuve dando vueltas con eso, tardé muchos años en escribir “La Casa” por esas trabas que tenía, hasta que acepté esa voz infantil que era la que me parecía legítima. Pero no la acepté inmediatamente, primero tenía otra idea, quería decirla de otro modo. La aceptación fue larga, pero cuando acepté que esa era la voz lo escribí relativamente rápido.

 

-Leopoldo Brizuela, quien fue traductor de algunos de tus libros, dice en “Ensenada” que no escribió esa novela “para dejar una memoria, sino para desarmarla”.  ¿Te pasó lo mismo? ¿Tenías que desarmar esa memoria y ver sus partes?

– Mi relación con Leopoldo fue muy importante aunque fue a distancia, nos escribíamos mucho. Tradujo no solo La Casa, El azul y sino también Los pasajeros del Anna C.  Entiendo su reflexión y tiene que ver mucho con mi camino. Yo encontré el camino andando, intentando y eso tiene que ver con desarmar. Yo no tenía un testimonio preciso que aportar, una idea de qué quería decir y para qué, sino que fue buscando, en el sentido de desenredar, como un ovillo que está demasiado apretado, pero es escribiendo es que yo entiendo dónde quiero ir.

PH.Catherine Hélie

-En Argentina este libro fue tomado también como un testimonio más del horror de los ´70 sobre todo porque el caso de Clara Anahí fue emblemático para Abuelas. ¿Esa memoria compartida con Diana Teruggi y lo que podías contar sobre esa casa accionaban como una presión para vos?

-Sí y no, porque para mí nunca fue un caso. De hecho, hay mucha gente que presenta la novela como “el libro sobre el caso Clara Anahí” y no es un libro sobre eso, de hecho ella nació casi al final y yo no la conocí. Es sobre la experiencia de vida desde un punto de vista infantil en esa casa donde estaba Diana Teruggi. Pero por supuesto está en contacto con esa historia.

 
“Para mí es importante que la novela se lea como literatura”

 

La materia prima, el barro donde los escritores sumergen sus nudillos para generar una masa homogénea que luego se convertirá en una forma acabada son las palabras. Palabra que a veces son esquivas y otras tan generosas que con una sola se ilumina un cielo infinito. Alcoba cuenta que cuando finalmente se decidió a escribir “La casa” a desentrañar esa infancia clandestina, lo primero que se le vino a la cabeza fue la palabra embute.  Palabra que para ella daba significado de todo un pasado, pero que al mismo tiempo provocaba un choque idiomático entre su lengua madre y su lengua de escritura, el francés.

-¿Esta novela fue escrita en castellano o en francés?

-En francés. Yo no tengo ninguna duda que mi lengua de escritura es el francés, pero es verdad también que mi escritura está vinculada a vivencias grabadas en mí en castellano. De hecho, la primera palabra que escribí cuando me decidí desarmar esta memoria fue la palabra embute que me vino así, tal cual. Una palabra que no solo era en castellano sino de la jerga (militante) y que es una palabra que tenía significado para poca gente. Pensé inmediatamente: ¡qué dificultad! Porque yo ya sabía que iba a escribir en francés, pero la primera palabra  que me aparece fue esa. Me pregunté: ¿cómo voy a hacer con esto?

Entonces me parece que el libro fue sacar de ese embute personal toda esa historia.

(*embute es la palabra dentro de la jerga militante que se utilizaba para señalar un espacio que sirve para esconder objetos prohibidos, acciones clandestinas. En este caso, en La casa de los conejos hace referencia al embute realizado en el fondo que escondía la imprenta).

-En la novela hay una niña protagonista, pero también otros dos personajes casi tan importantes en la trama (la madre y el padre) que tienen un peso gravitacional. La niña habla pero también necesita ponerle voz a ellos. ¿Es así?

-Ellos están presentes pero no hablo en su lugar. Por eso señalo el tema de la legitimidad, porque yo no quiero ni hablar ni ponerme en su lugar. Justamente la cuestión fue buscar el lugar desde donde yo podía contar, tanto la historia de La Casa como el exilio (en El azul y La danza).  

 

-Desde hace algunos  años hay una revisión de la voz de los hijos de (desaparecidos, militantes, etc) que así como glorifican hechos y/o victorias, también señalan errores y egoísmos. ¿Te identifica esto? 

-No está dicho así, pero sí. Por eso para mí es importante que la novela se lea como literatura, porque para mí la literatura abre puertas y no toma ninguna verdad excluyendo las demás. Que se pueda leer de ese modo lo entiendo, pero no se trata de mostrar panfletos, yo no vengo a reclamar nada. Hay un tejido complejo…, espero que se pueda leer así -yo creo que sí-, desde la complejidad de la situación, pero no hay un reclamo no hay lemas.

Uno de los autores que más me construyó como escritora fue Milan Kundera, que habla de la “multiplicidad de sentidos” que es -para él- lo que puede la literatura. Sino yo hubiera escrito un libro de testimonio, de historia, un ensayo, pero no se trata de eso. Cuando la realidad es múltiple y compleja solo se puede abordar desde la literatura y creo que quise tomar ese camino. Tampoco pretendo decir: así hay que leer, cada cual lo lee como quiere y como le llegue.

Quienes hacen una lectura militante de mi libro, me parece tan  legítimo como no hacerla. Creo que es lo que permite la literatura, situarse en un punto donde hay verdades múltiples, más preguntas que certezas.

"La casa de los conejos" fue llevada al cine el año pasado, con dirección de Valeria Selinger.

Conejos, abejas, araña

-Hay conejos, hay una abeja y una araña. El primer título surgió de un dato histórico, ¿cómo surgieron los otros?

– Los conejos están, eran reales. De hecho, cuando se publicó en Argentina alguien me hablaba de la metáfora de los conejos como algo inocente, y yo pensaba que a veces la realidad se pone a hacer metáforas sola porque no era ninguna metáfora. Creo que tiene que ver con una realidad aplastante y angustiante de ese libro. Los conejos están como una única defensa posible y al mismo tiempo irrisoria.

Después, los otros dos libros tanto las abejas como la araña pertenecen al espacio mental de la protagonista. No hay abejas y no hay arañas sino que es aquello de lo que se habla en las cartas. En “El azul de las abejas” me parecía importante que en el título esté el espacio donde la narradora y el padre se encuentran mentalmente a pesar de las circunstancias. Y también el azul que evocaba al mismo tiempo el mar, el cielo, la distancia. La araña tampoco está, se habla de ella pero no existe.

-¿Aunque sí estaban en las cartas?

-Sí, yo intercambié con mi padre durante dos años una carta por semana, o sea, el material epistolar que tengo es enorme. Tanto “El azul” como “La danza” surgieron de zambullirme otra vez en esa correspondencia. Correspondencia de la que tengo solo una voz porque mis cartas se destruyeron en la cárcel.

Por eso es novela, porque las cartas que imagino son los silencios que traté de llenar con la escritura entre carta y carta de mi padre. Es un diálogo del que tengo solo una voz.

Y por supuesto que al ser tantas cartas elegí las que significaban para mí algo simbólicamente. Elegí algunos episodios y tomé la decisión de dejar como título esos dos cuentos. Lo que habíamos intercambiado sobre “La vida de las abejas”, de Maurice Maeterlinck  y después, cuando me fui acercando a la evocación de la salida de prisión de mi padre, me pareció muy fuerte un diálogo que habíamos tenido sobre una araña en su jaula, porque era en reducción lo que él iba a sentir al ser liberado, entonces funcionaba de manera simbólica.

Materia prima autobiográfica

-El registro autobiográfico de las novelas es central, pero al mismo tiempo jugás con la invención. ¿Cómo fue equilibrar eso?

-En estos libros yo utilicé una materia prima autobiográfica pero con un objetivo que para mí no lo es. Yo elijo lo que parece significar más allá de mi propia experiencia. Entonces se trataba de hablar de tomar esa niña en esa situación, que es esa nena que fui pero que funciona como personaje y ver qué respuestas pueda dar y aportar para construirse a pesar de todo, construir una relación con su padre a la distancia.  

– La trilogía se inicia con la niña en Argentina, previo al ´76 y cierra con la salida de su padre de la cárcel en el ´81. ¿Fue pensado como el comienzo y fin de la Dictadura o surgió naturalmente?

-Nunca se había ocurrido hacer una trilogía. Para mí La casa fue un lento, doloroso, complicado camino de escritura. Después escribí otro libro, “Jardín blanco”, que no tenía nada que ver. Ahí fue cuando Leopoldo (Brizuela) me dijo: tenés que escribir sobre el exilio. “El azul” es mi cuarto libro y de hecho nació de un pedido que me hizo el fotógrafo Daniel Mordzinski. El me sacó unas fotos y me pidió un pequeño texto para un epígrafe. “Como te saqué sobre París, escribí sobre cómo llegaste a París”, me propuso. Ahí me puse escribir para él y no paré. Conté que justamente yo tardé en llegar a París no solo porque tardé un montón en llegar a Francia, ya que estuve dos años con mis abuelos en Argentina mientras mi padre estaba en la cárcel y mi madre en el exilio, sino que después estuve en las afueras de París y yo me imaginaba otra cosa. Todo eso le conté y fue allí que me dije: tal vez es el momento. Entonces empecé a releer las cartas de mi padre que no había vuelto a abrir. Eso fue fuertísimo. Yo llegué a Francia en enero del ´79, y las conservé a todas porque sabía que ahí había algo importante. Las empecé a clasificar y ordenar cronológicamente. Fue un viaje en el tiempo muy fuerte.

– También volviste a La Plata

– Antes de escribir La Casa volví a Argentina, a esa casa, después de no volver desde que me había ido en el ´76. Volví por primera vez en el 2003 y fue terrible para mí, fue como un terremoto. Me vinieron imágenes, veía a Diana, me veía yo, a mi madre y era una casa destruida que hablaba de la violencia que había ocurrido. El libro surgió de ese retorno, lentamente. Estuve tres años con el eco de lo que fue volver. El azul fue también fue muy fuerte porque del mismo que volví a ver la casa fue volver a ver las cartas, físicamente, tocarlas, olerlas, manipularlas, ver las letras. Muy fuerte…

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