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Comentario de “El secreto de Gray Mountain” de John Grisham

 

Luego de haber publicado 35 títulos en similar cantidad de años, uno imagina a los lectores de John Grisham especulando con qué los va a sorprender. La fórmula es muy similar y efectiva: un relato en tono de thriller, con una trama empapada en el mundo del derecho y sus derivaciones en la sociedad norteamericana. Lectura ágil, entretenida y el planteo de una problemática en formato de denuncia.

 

Como una novedad en la bibliografía de Grisham, la protagonista es una mujer. Samantha Kofer es una joven de clase muy acomodada, desplazada de su puesto de abogada en uno de los más importantes bufetes de Nueva York, en el incipiente tsunami financiero causado por la crisis de Lehman Brothers. Como consecuencia de esta situación y motivada más por la aventura que por una necesidad altruista, termina como asistente sin sueldo de un centro de asesoría judicial en un ignoto pueblo montañés. Esta comunidad padece el avance de la minería del carbón y sus consecuencias ambientales y sanitarias. Allí descubre una realidad muy distinta a la que estaba acostumbrada, tanto en el plano humano como profesional.

 

De esta manera, “El Secreto de Gray Mountain” se puede resumir como un relato sobre las víctimas del dinero: Camadas de jóvenes profesionales que abruptamente retrocedieron varios casilleros en su status social al quedarse sin trabajo o poblaciones enteras que sufren las consecuencias del avance de la minería de carbón en los Montes Apalaches, que a pesar de ser una actividad económica dañina, es la única que brinda posibilidades de desarrollo. Ahí nace un enfrentamiento de pobres contra pobres, de víctimas contra víctimas. También se expone la ignorancia, necesidad y desesperación de los que no tienen nada o han perdido todo. La pobreza, en una escala norteamericana, donde no tener parece sinónimo de no ser.

 

Pero si hay víctimas, también hay verdugos y el dinero tiene su propio ejército. Empresarios inescrupulosos, abogados adeptos a la lógica de someter a los más vulnerables y funcionarios corruptos, componen un sistema ruin y despiadado.

 

Así pintados los bandos, a veces con personajes muy estereotipados, el texto transcurre en una guerra inclinada a que ganen los más débiles, aunque pierdan varias batallas, con muchas bajas en el medio.

 

Pero a pesar de todo, el Dios del dinero seguramente se las arreglará para quedar, una vez más, incólume y vencedor.

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