El andar en colectivo se parece un poco a leer las aguafuertes de Roberto Arlt.
A diferencia de los anteriores comentarios sobre “Clásicos en colectivo”, no voy a adelantarles parte de lo que se lee en este libro recomendado. Y no lo haré, justamente porque sería contarles casi lo mejor de cada historia. En cambio, elijo introducirlos en el surgimiento de estos particulares relatos.
Publicadas a partir de 1928 y acompañando el nacimiento del novedoso diario “El Mundo”, las “Aguafuertes porteñas” se ubicaron siempre en la misma página del periódico, estableciendo una sección puntual y que inauguraba un formato nunca antes leído por los argentinos. En estas Aguafuertes el autor tenía plena libertad para escribir sobre lo que quisiera, porque justamente el ingenio estaba en esa agudeza para encontrar temas que vayan calando hondo en quienes tomaban en sus manos a «El Mundo».
Estamos hablando del joven Roberto Arlt, quien para entonces ya había publicado “El juguete rabioso”, pero que –por supuesto-, no había conseguido el renombre que consiguió con el correr de los años. Por eso digamos que hasta ese momento su oficio de periodista prevalecía por el de escritor, por lo menos en el sentido de cumplir con una tarea rutinaria.
Y cuando hablamos de ´agudeza para encontrar temas mundanos», eso podía referirse tanto a un hecho puntual de la política, la cultura o la sociedad, o bien algo insignificante para el resto de los mortales, que para él se volviera relevante.
Convocado por su opinión siempre mordaz sobre la realidad moderna de comienzos del siglo XX, Arlt se encargaría entonces de estas Aguafuertes, donde daría rienda suelta a su creatividad.
Por demás adelantado para esa época, el lector de El Mundo no tenía mucho tiempo para detenerse en cada artículo periodístico, y eso Arlt lo tenía en cuenta, por eso resumía lo que quería decir en breves párrafos. A veces tres o cuatro, otras un poco más, pero tanto en pocas o muchas líneas, Arlt era capaz de hablar de infinidad de temas, ya sea de la crisis que vivió el país en un marco internacional signado por la economía norteamericana en los años ´30, con una multitud reclamando en una plaza por trabajo digno, o la particular idea de una joven pareja que decide llevar a su bebé al cine, alterando la paz de una sala de Avenida de Mayo.
Con sólo salir a la calle, Arlt siempre encontraba algo para contar. Algo que describía ese presente cambalachero de la década del ´20, que le costaba digerir, y que a veces ni siquiera entendía.
Así, como cada uno de los que viaja conmigo en el colectivo, seguramente él iba recorriendo Buenos Aires de a pie, y era capaz de observar lo diferente para hacerlo propio.
Compiladas en uno o dos tomos, las Aguafuertes Porteñas se consiguen en diferentes ediciones y bajo distintos sellos editoriales. Si sabemos mirar, seguramente las encontraremos en mesas de saldos de viejas librerías a excelentes precios. Yo, puntualmente, recomiendo la selección hecha por Losada, con prólogo y notas de Sylvia Saítta.
Arlt dejó de escribir las Aguafuertes el mismo día de su muerte. De hecho, el día después de que inesperadamente falleciera, el 27 de julio de 1942, se publicó su último artículo titulado “El paisaje de las nubes”. Para ese entonces, en su haber ya tenía publicadas varias novelas y dramaturgias, miles de lectores se habían acostumbrado a su estilo sarcástico, a veces cruel, a veces tierno de entender el mundo, y su prosa se convertiría en una nueva forma de hacer literatura en Argentina.