Por cuestiones del destino, o vaya a saber qué, después de leer “Alguien llama a la ventana”, antología del cuento gótico, de Cristina Bajo, encontré entre los tantos libros de mi biblioteca “Otra vuelta de tuerca”, de Henry James. Estoy segura (o casi), que en otra ocasión, este mismo título hubiera pasado desapercibido ante mis ojos, pero después de haber descubierto su trama, no podía dejarlo pasar.
Una edición pequeña, denominada actualmente “de bolsillo”, de uno de los grandes escritores mundiales, no se deben dejar escapar así nomás.
Y bastaron cuatro o cinco párrafos para entender por qué el nombre de Henry James se convirtió con el tiempo en un clásico del género de fantástico y de terror. Es como leer a Shakespeare y hablar de tragedia. De hecho, si tomáramos cualquiera de las tantas, cientos de películas de terror que se estrenan hoy en día en los cines de todo el mundo, o quizás se estrenaron en los últimos 50 años, la mayoría tendría como raíz algo similar a lo que narra el norteamericano Henry James en “Otra vuelta de tuerca”. Pero quizás ninguno como él, pueda perturbarnos tanto. Es decir, hace más de un siglo que quieren hacernos asustar con algo parecido a esto que James escribió en 1898. De principio a fin.
Vamos entonces por el principio. Por momentos asfixiante, por momentos aterradora, esta historia se ambienta en una casona perdida en el medio de un bosque, donde no viven más que unos criados y dos niños. Al lugar llega, después de mucha insistencia, una institutriz, quien tiene la exigencia de educar a Flora y Miles, tras abandonar el colegio por complejas razones. Sin embargo, ella no pregunta, y se aferra a ese trabajo y al maravilloso vínculo que supo crear con los pequeños desde que los conoció.
Todo parece perfecto. Pero sólo parece. Pronto comenzarán a suceder en la casa hechos que no responden a situaciones normales. Y será la pobre formadora, quien deba enfrentarse con espectros que la acechan a ella y a sus queridos niños.
La casa está alejada de todo y de todos. Quienes allí viven poco y nada hablan con ella, sólo la señora Grose, quien lleva el ritmo de la casa, y esconde –por supuesto-, un secreto que tardará en develar.
Narrada en pasado, es Douglas, un testigo indirecto de eso que la institutriz contó y dejó por escrito hace ya 20 años, quien cuenta lo sucedido a un grupo de personas, una noche cualquiera, en una ronda donde otras tantas historias de terror son parte de la fogata. Sin embargo, ninguna como ella dejará sin aliento a los que la escuchen.
Fantasmas, ánimas maliciosas aparecerán y desaparecerán acechando a corazones bondadosos, y hasta que se descubra el por qué de sus visiones, tendremos que animarnos a leer varios capítulos, sin dejar de pasar por alto una sola palabra. Es que James sabe elegir a la perfección los elementos que construyen su trama, para que nada ni nadie esté librado al azar. Con él, el terror no sólo se dimensiona en los espectros misteriosos que nos quieren hablar, sino también los dos o tres pasos que alguien da en un oscuro corredor, en los suspiros de un niño mientras duerme, o en los gestos de un tercero que espía por la ventana.
Todo, absolutamente todo en la novela, se convierte en objetos de suspenso.
Impactante, la obra de Henry James, seguro que dejará mella en quien la lea, porque si bien las historias de fantasmas acompañan al hombre desde el comienzo de los tiempos, el autor supo sembrar de intriga y un fino terror psicológico al miedo instintivo hacia aquello sobrenatural. “Otra vuelta de tuerca” fue justamente eso, el ajuste que le dio James a los cuentos de terror, antes de entrar al siglo XX. Hoy, a comienzos del XXI, sería bueno que alguien pueda darle otra vuelta de tuerca más y dejen de repetirlo.
Florencia Vercellone