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"Candelaria", cuando la pasión no tiene edad

Para los gustosos de las pequeñas e intensas historias narradas en cine, hoy les contamos del filme “Candelaria”, del director colombiano Jhonny Hendrix Hinestroza en co-producción con Cuba, Argentina, Alemania y Noruega que pasó por Córdoba las últimas semanas. Puertas adentro, en La Habana de los `90, una pareja sexagenaria se re-inventa en el amor y la pasión a pesar del olvido, el hambre y la derrota.

 

 

 

Candelaria es una película real. Y no porque su relato tenga anclaje en personas que existieron, sino porque cada uno de los puntos que va hilando su narración está cuidadosamente puesto en pantalla para mostrarnos la vida tal cual es. Con sus tiempos y sus claroscuros. La vida es a veces bella y otras no. Eso es Candelaria, un filme triste y bello.

 

Candelaria (interpretada por una excelente Verónica Lynn) es una mujer cubana, de 60 años, que trabaja como servicio de limpieza en un hotel, que canta sones cubanos por las noches en un bar  y que resiste, como puede, al hambre y la sensación de asfixia en su país cuando el mundo más le dio la espalda a inicios de la década del `90 post Guerra Fría.

Candelaria es una mujer vieja y está cansada, muy cansada. Camina por las calles de La Habana dando pasos pequeños y llega a desgano a su trabajo para después volver a su rutina, deteniéndose a veces a mirar ese mar que siempre la acompaña, y ella sólo parece volverse vital cuando se pinta la boca color carmín y sube a escena para cantar.

 

Candelaria no tiene deseos de vivir. Víctor tampoco. Víctor (un soberbio Alden Knight) es su marido, también sexagenario, que a diferencia de ella va y viene pero en bicicleta por esas calles empedradas, coloniales y destruidas de su ciudad, con una mirada perdida en el infinito.

De a pie y en bicicleta se trasladan los protagonistas, pero también la historia, que transcurre lenta para ir contándonos a nosotros, como espectadores, de esta pareja cubana como reflejo de un triste capítulo de la historia latinoamericana donde las coordenadas políticas y económicas del mundo no pasaban por Cuba, en el llamado Período especial (marcado por un férreo bloqueo norteamaericano) sentenciando a sus habitantes al más indigno de los destinos: el olvido.

Candelaria y Víctor casi no se hablan, no porque no se quieran, sino porque al paso del tiempo –que casi siempre se le ocurre teñir todo de silencio- se le suma la pobreza y el desánimo, logrando que la vida se convierta en una resistencia. El deseo de vivir para ellos es como el agua transparente de ese mar que le pisa los pies pero siempre se va, y el deseo es tan sólo un recuerdo que se olvida.

 

Pero un día algo sucede. Candelaria descubre  una cámara filmadora casera en el hotel donde trabaja y se la guarda. Como una niña que se asoma al peligro, ella toma lo que no le pertenece y decide llevarlo a su casa, lo incorpora a su rutina. Lo nuevo, lo distinto, lo ajeno, lo inaccesible, lo extraordinario llama su atención y la curiosidad empieza a crecer. Dispuesta a (re)descubrir su imagen, Candelaria se filma y filma lo que tiene a su alrededor, registra su mundo y registra a Víctor, por supuesto. Candelaria, de repente, recordó que sabía amar.

La escena del esquivo beso frente al malecón es una imagen que traspasa la pantalla tocando nuestras fibras más íntimas y nos abre las puertas de un nuevo mundo.

De gesto adusto, Víctor no parece simpatizar con la idea, pero después, el sólo hecho de ver a Candelaria en la pantalla cantando a capella una seductora melodía despierta algo en él. El deseo lo roza y acepta el reto. Como un juego de niños se filman uno y otro, a escondidas, a propósito, para luego verse, mirarse, encontrarse, registrarse otra vez. La pregunta nos interpela directo desde la pantalla: ¿Cómo se aman dos viejos de 60 años? ¿Cuánta intimidad cabe en esos cuerpos castigados por el paso del tiempo y la tristeza de un pueblo?  

 

Pero las cosas se pusieron difíciles, como en la Cuba de los `90. Y aunque ellos guardan su secreto, alguien descubre su juego. Aparece el dueño de la cámara -un yanqui que está haciendo negocios- quien pide lo que le pertenece y al descubrir las escenas de erotismo, redobla la apuesta ofreciendo dinero a cambio de un film porno. Sexo por dinero. Dinero x libertad. Libertad x vida.

 

 

Es aquí donde mejor se ve cómo el universo simbólico de la película es el que abre el juego una y otra vez  para pensar la historia en parámetro político temporales. Es aquí donde los discursos radiales de Fidel que se escuchan como sonido de fondo mientras la historia transcurre, toman incluso protagonismo. Ese otro que viene del país opresor es quien ofrece una salida a su pobreza. Amarse para seguir vivos. Vender su intimidad, su cuerpo y su deseo es lo más cercano a la gloria.

 

Sutil pero al mismo tiempo intensa, delicada, dolorosa y conmovedora. La película Candelaria cuenta en coordenadas tragicómicas un capítulo de angustia en la historia revolucionaria de Latinoamérica y decide hacerlo poniendo sobre la mesa un relato de amor, puertas adentro, de dos personas que por más que han pedido sueños en el camino y viven casi en su propio olvido, nunca pierden el verdadero sentido de la libertad.

 

«Candelaria» pasó por algunas salas de Córdoba y en los próximos meses se podrá ver en la plataforma Cine.ar. Hasta el momento, te dejamos el trailer para que la esperes ansioso. 

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