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Benedetti, Bradbury y Neruda. Tres clásicos para (re)leer en cuarentena

El aislamiento preventivo y obligatorio nos brindó tiempo para descubrir nuevos textos, pero también para volver a aquellos libros que ya nos cobijaron en otra oportunidad. "La muerte y otras sorpresas" + "Fahrenheit 451" + "Regalo de un poeta" son las tres opciones que te proponemos desde Babilonia.

A partir de esa experiencia en la que me vi envuelta surge esta columna, para recomendarte tres autores que me acompañaron/acompañan en esta cuarentena, con lo que dialogué por estos días y me han podido dar respuestas en tiempos de desolación.

Por supuesto que son mis relecturas, pero los tres autores pueden también servir de recomendación para primeras lecturas de aquellos que todavía no se asomaron a su bibliografía.

“La muerte y otras sorpresas”, de Mario Benedetti

    Hacía varios meses que venía pensando en el escritor uruguayo, en parte porque siempre lo tengo presente, y en parte porque en agosto se cumplirán 100 años de su nacimiento. Autor referente y necesario de la literatura latinoamericana, Benedetti se sumerge (nos sumerge) como pocos en las emociones humanas y lo hace desde un lenguaje sumamente llano y a la vez poético.

    Editado en 1968, después de haber encontrado cierta consagración internacional con “La tregua” (1960) y acompañando la escritura de una de sus mejores novelas “Gracias por el fuego” (1965), este libro de 19 cuentos despliega relatos cortos donde siempre hay una voz que en medio de la vorágine de la rutina diaria se frena para reflexionar sobre un sentimiento que lo cruza. Así, cada personaje es atravesado por el temor, la duda, el amor, la ira, la tristeza o el aburrimiento y es su autor quien les brinda cobijo en una trama sencilla, pero no por eso liviana, que nos interpelará en cada párrafo.

    “Ahí tocó fondo su desesperación, y, paradójicamente, eso mismo le permitió rehacerse”.

Las frases de Benedetti son perlas que se van engarzando unas con otras para narrar los pasos que damos -a veces- sin medir. Y así habla, por ejemplo, de Mariano, un hombre que se detiene en el banco de una plaza un día cualquiera a la espera del temible resultado de un diagnóstico médico. ¿Qué pensamiento le habrá hecho tocar fondo? ¿Qué se cruza por la cabeza de alguien, por nuestras cabezas, cuando sentimos la posibilidad de la muerte? ¿Qué nos puede salvar de la asfixia de sentirnos tan terrenales?  

  Benedetti siempre es compañía. Es ese autor que -uno sabe- entenderá las emociones más terribles y contradictorias de nosotros mismos y las devolverá convertidas en inolvidables historias.

Fahrenheit 451“Fahrenheit 451”, de Ray Bradbury

    Yo sé que no son tiempos para leer cualquier distopía, sobre todo aquellas que hablan de mundos desolados por virus desconocidos o pestes tremendas, pero la que traigo a colación, creada por el escritor Ray Bradbury, en cambio, nos proporciona cierta perspectiva para pensarnos como sociedad en estos momentos.

    Ahora que estamos en un paréntesis obligado, donde cada uno camina solamente su casa y rumea sobre qué será del universo en el corto (y largo) plazo, quizás tengamos la única oportunidad de avanzar siendo mejores. Porque, quizás, nos estábamos encaminando a un lugar como el que planteaba Bradbury allá por 1958.

    En el universo ficcional construido en Fahrenheit 451 por el autor norteamericano las cosas funcionan. De manera extrema, y a un costo terrible, pero finalmente funcionan, y parte de ese orden establecido, orden que la gente agradece después de una época de caos, se consiguió a partir de un sistema que se establece a partir de: un estado que ejerce poder a través del terror, de medios de comunicación que digitan la información de cada ciudadano y personas que se convirtieron en autómatas. Hombres y mujeres que no son capaces de sentir porque carecen de imágenes para crearse a ellos mismos ni palabras para describirse, porque es un mundo donde los libros han desaparecido. O peor aún, han sido eliminados.  

    Así la distopía se centra entonces en una sociedad donde todo tipo de literatura está prohibida y son los bomberos los encargados de vigilar que esto se mantenga y, llegado el caso, utilizar el fuego para destruir cuanto libro se descubra. 

    Guy Montag es un bombero que cumple a rajatablas esta labor aunque no puede evitar reflexionar sobre el devenir de su propia vida y la humanidad en cada una de sus jornadas de trabajo. Sobre todo, cuando en su vida se cruza una pequeña niña que se da el lujo de dudar.

    Volviendo a nuestra realidad, en un momento de total incertidumbre, historias como éstas nos dan la posibilidad de pensar sobre nuevos mundos. Sobre cuánto somos capaces de aceptar de realidades oscuras, y también cuánta habilidad tenemos para sentirnos conscientes del cambio.

Poesía de Pablo Neruda

Por último, la relectura me ha llevado a la poesía,  expresión literaria que con mayor flexibilidad se pliega  a nuestra extraña rutina actual y es capaz de acompañarnos en cualquier momento. Basta con abrir un libro de poemas para descubrir una palabra como cobijo.

En particular, yo me sentí acompañada con la poesía de Pablo Neruda.

Pocas cosas como la palabra plagada de metáforas y simbolismos es capaz de regalarnos momentos de serenidad y sosiego. En cualquiera de sus formas y tonalidades, de sus registros y épocas.

La poesía como territorio atravesado por el dolor, el amor y el odio, quizás tres de las emociones más instintivas de los seres humanos y que nos permiten reaccionar ante sucesos imprevistos.

“Ahora me parece que no está solo el hombre. En sus manos ha elaborado como si fuera un duro pan, la esperanza, la terrestre esperanza”, dice Neruda en “Nuevas odas elementales” y sentir que más allá de la tremenda realidad siempre hay un horizonte -aún lejano- que se puede alcanzar, es reparador.

“Deber de los poetas es cantar con sus pueblos y dar al hombre lo que es del hombre: sueño y amor, luz y noche, razón y desvarío” (Las piedras de Chile).

Y cuánto todo esto nos roza cada día y cada hora, será entonces necesario sentirnos vivos poetas y echar a rodar las palabras sobre la mesa para narrar nuestro mundo hoy.  

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