Cada 13 de junio se celebra el Día del Escritor argentino, en homenaje a Leopoldo Lugones. La fecha es una buena oportunidad para reflexionar sobre la situación actual de los autores y autoras, uno de los sectores más precarizados en el ecosistema del libro.

Columna de Fernanda Pérez
“¿Sos escritor? ¡Qué lindo! ¿Y cómo es eso? ¿Se vive los libros? ”… Más de una vez, quienes nos dedicamos a esta profesión/vocación escuchamos expresiones y preguntas como estas. Existe en el imaginario una idea romántica sobre el arte de escribir. Tal vez creen que somos de los que podemos huir a una bella campiña y quedarnos allí meses y meses para dar rienda suelta a nuestra imaginación. O que somos seres raros (a decir verdad un poco lo somos) y encriptados que nos encerramos en nuestra propia «caverna» para construir textos que dan cuenta de nuestras frustraciones, deseos, oscuridades y luces.
Lo cierto es que en tiempos actuales ser escritor o escritora en Argentina es algo mucho menos romántico y bastante más complejo. En esta columna hago un recorrido por algunas de las aventuras y desventuras que conlleva el camino literario
La odisea de publicar
Habitualmente se piensa que lo difícil es escribir un libro (cuentos, novelas, poesía). Pero lo cierto es que lo más difícil es publicar ese libro, en especial si se trata del primero. Hay quienes optan por la autopublicación, una práctica que carga con cierto estigma pero que no es nueva. Borges, Proust y hasta Margaret Attwood comenzaron así. De hecho, en el 2022 los registros de ISBN mostraban que cerca del 30% de los libros inscriptos eran autopublicados. No olvidemos que en algún momento los grandes sellos multinacionales salieron a la caza de aquellos títulos que causaban furor en las plataformas gratuitas como Wattpad. Nadie discute del valor de tener buenos editores o un equipo profesional que acompañe la salida de un libro, sin embargo hay autopublicados que, teniendo ofertas de sellos, prefieren mantener su práctica de autogestión. Esto se debe a que muchas de estas editoriales no terminan de funcionar como tal. Les proponen publicar los libros pero les cobran esa primera edición, a veces a precios exorbitantes que bien podrían pagar unos cuantos lanzamientos más. Es cierto que ya no deben preocuparse por la edición, corrección, diseño y distribución, pero los contratos de quienes pagan por su primera publicación son leoninos. Finalmente, y luego de pagar una cuantiosa suma de dinero, deben conformarse con el 10% -y a veces hasta con el 8%- del precio de tapa por cada ejemplar vendido. De pronto, esa inversión inicial es imposible de recuperar. Vale decir que en el mundo editorial hay de todo: los que pagan adelantos, los que no. Los que abonan las regalías en tiempo y forma, los que no abonan un centavo jamás aduciendo que no vendieron libros. Los que hacen acuerdos especiales, los que quedan atados a contratos absurdos, los que prueban con el crowdfunding… En concreto, publicar suele ser un territorio sinuoso en el que queda muy expuesta la vulnerabilidad de los autores. Y, cuando se logra atravesar ese camino y el libro llega a las librerías, viene el otro desafío. sobrevivir a un universo atestado de títulos y con la presión de un tic tac imparable que marca el breve tiempo de exposición de los lanzamientos.
Multitasking
En Argentina deben ser muy pocos los autores y autoras que viven solo de los libros. Quizá algunos más puedan decir que además de los libros viven de la escritura. Porque parece lo mismo, pero no lo es. Vivir de libros es vivir de las ventas (ya sabemos que los autores cobran solo el 10 % de cada ejemplar vendido y las rendiciones se realizan en la mayoría de los casos cada 6 meses). La inflación y la caída de las ventas han complicado al sector. Por eso vivir de vender libros es casi para un círculo privilegiado. Vivir de escribir o de la escritura es otra cosa. Están quienes complementan sus ingresos con el dictado de clases, talleres, columnas en medios, artículos, ponencias y otros proyectos afines a la literatura. Son escasas las políticas públicas que apuntan al proceso de producción. Tal vez deberían existir estímulos tanto para los que están iniciando su carrera como para aquellos que ya tienen una trayectoria, Sería una manera de estimular una dedicación plena a la escritura de un texto sin sucumbir en un entorno laboral que empuja necesariamente al multitasking.
¿Por amor al arte?
En el mundo del arte en general cuesta hablar de dinero. Parece ser que aquello de “por amor al arte” ha calado hondo. Sin embargo, en el mundo de la escritura es aún más difícil monetizar el trabajo que en otras disciplinas artístico-culturales. Si se contrata a un músico o a un elenco teatral se establece un cachet, es lo esperable. Si se contrata a un autor ya no es tan esperable. “¿Cobrás para presentar un libro? ¿Cobrás para dar una charla? ¿Cobrás para leerme o corregirme una novela?”. Son algunas de las preguntas que debemos tolerar casi con culpa. La respuesta es sencilla: no cobro por presentar un libro, dar una charla, leer o corregir una novela, tengo un honorario como cualquier profesional porque cada una de esas actividades requieren tiempo, trabajo y compromiso. Incluso en la mayoría de las veces es un tiempo que le quitamos a otros trabajos que sí son remunerados. Ni qué hablar cuando se trata de acciones que requieren traslados (con viáticos que más de una vez salen del bolsillo del propio autor). La Unión de Escritoras y Escritores de Argentina presentó en 2022 un tarifario referencial para las distintas actividades literarias. Sin dudas eso fue un gran acierto ya que ayudó a ponerle valor real a nuestro trabajo. Escribir es trabajo y vocación. Como la de un médico, como la de un docente o la de un músico. Y debe ser reconocido y respetado como tal.
El asedio influencer
Por momentos algunas editoriales están más pendientes de la cantidad de seguidores que tiene un autor y/o potencial autor, que de su producción literaria en sí. Es cierto que necesitan vender libros y que alguien con un número exponencial de followers da cierta garantía de ventas. Solo que los límites deberían estar claros, y en todo caso un autor o autora no debería estar obligado a mantener en redes ciertos estándares, en todo caso esos estándares deberían reflejarse en sus obras. En los últimos tiempos se habla y mucho de las inteligencias artificiales, pero lo cierto es que hay títulos (incluso de ficción) que nacen de este extraño “Frankenstein literario” de “influencer/autor”. En esos textos también se descubre el artificio. La diferencia es que en las AI es honesto: sabemos que detrás hay un boot. En este tipo de textos se entreteje la mentira de hacernos creer que se trata de escritores/as.
Hay muchas cuentas en IG y Tik Tok que hablan de libros (bienvenidas sean). Pero hay pocos profesionales, medios y espacios periodísticos que ahondan sobre la crítica literaria. Es necesario repensar ese terreno: una crítica que se corra de los cánones, que más allá de las estructuras narrativas pueda reflejar una literatura que tal vez se maneje por fuera de esos cánones. Menos prejuicios y más apertura a leer e todo.
En medio de tanto influencer, cuentas que promocionan libros y “colaboraciones”, ese lazo tan genuino de lector/autor parece sucumbir
Sobrevivir en un océano de libros
El sector del libro atraviesa un momento difícil. La escasez de papel, la inflación, los altos costos de esta materia prima y los problemas de importación/exportación ya conocidos, complican y mucho al mercado editorial. Se vende menos, esa es una realidad. Muchos afirman que los libros están caros, y es cierto. Pero están tan caros como un kilo de asado, una salida a cenar o una entrada a un show… Todo está caro y los libros no son la excepción. Algunos sellos hacen apuestas de bajar ciertos estándares de calidad para abaratar costos y creo que es una medida acertada. Mientras, se editan muchísimas novedades mes a mes. Las librerías están atestadas de títulos que sobreviven expuestos como mucho durante el mes de lanzamiento. Luego son desplazados por otras que correrán la misma suerte…, y así. Es como esa pesadilla circular que bien narraba Borges en el microrrelato “Un sueño”.
¿Y los ebooks? Sabemos que están muy lejos de generar las mismas ganancias que el soporte papel. Además es el terreno perfecto para la piratería. Aunque hay un crecimiento de consumo de libros digitales, sigue siendo aún el papel el que marca la dinámica del mercado editorial.
Escribir, pese a todo
Sin embargo y pese a todos los avatares del arte de escribir, siempre surgen nuevos autores y autoras con textos que nos sorprenden, nos emocionan o nos vuelan la cabeza. Escribir es un acto solitario que evoca a la humanidad. Habla de lo que fuimos, de lo que somos y seremos. Es la historia del mundo narrada una y otra vez de distinta maneras, por distintas voces y miradas. Es la mentira más veraz, y la verdad más alocada narrada de la mano de una gran mentira. Como decía Ítalo Calvino “El arte de escribir historias está en saber sacar de lo poco que se ha comprendido de la vida todo lo demás; pero acabada la página se reanuda la vida y nos damos cuenta de que aquello que se sabía en verdad no era nada».