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«Vivir en la foto de otro», viajar para encontrarse

En esta novela breve del cordobés Marcelo Casarin, un viaje dispara en un hombre la posibilidad de ubicarse en su mapa existencial. Un relato sencillo pero profundo, que indaga sobre el ser y estar en este mundo.

La historia que despliega Marcelo Casarin en “Vivir en la foto de otro” (Caballo Negro) es de apariencia sencilla, aunque en cada oración o párrafo vaya dejando palabras o escenas que conformarán luego -unas con otras-, y de manera sutil, un cimiento que construye una trama profundamente sólida.

En la novela del escritor cordobés, es también un cordobés su protagonista y –al igual que su autor-, alguien que ha trabajado en los circuitos internos de la cultura de Córdoba, que conoce por lo tanto los pormenores de sus instituciones y funcionarios y, además, escribe.

Se puede decir, entonces, que la novela de Casarin es un relato que parte de la literatura del yo; aunque decir eso sería algo mezquino, ya que también es una propuesta que no se queda (sólo) en ese registro autobiográfico, sino que buscar interpelar al lector sobre la mirada de los otros. Es decir, el autor habla de un personaje que -tranquilamente podría ser el mismo-, pero en un doble juego que busca decir sobre uno pero en relación a/los otro/s. Esos otros que pueden ser colegas, un familiar o un desconocido, ya que –asimismo- Casarin intentará en cada página descubrir(se) en cada uno de estos registros, como colega, familiar o desconocido.

Narrado -entonces- en primera persona, bajo una perspectiva que le permite indagar en el universo personalísimo de un sujeto urbano y solitario, la novela se inicia cuando el protagonista está a punto de emprender un viaje -sin compañías- por las sierras cordobesas. Pero no se trata de un viaje cualquiera, sino uno de extrema contemplación, como si la observación detallada y pausada que resulta de viajes sin tiempo, sirvieran para disparar otros recorridos internos y mucho más reflexivos.

Desde que inicia su itinerario a bordo de un antiguo Citroen 3CV y va recorriendo los valles del norte provincial, el protagonista descubre las diferencias que hay entre su mundo y el de quienes se cruza en el camino, para luego cuestionar -en paralelo- diferentes pasajes de su vida. 

Se pregunta -por ejemplo- sobre su historia personal, haciendo hincapié y de manera constante, acerca de algunos hechos puntuales algo alejados en el tiempo, pero que parecen tener continua conexión con episodios actuales o emociones que lo atraviesan.

Es evidente que el movimiento de un cuerpo frente a la inmensidad de un paisaje inabarcable, activa movimientos internos frente a la inmensidad de nosotros mismos.

Como si aquellos hechos del pasado estuvieran unido por un lazo que hilvana diferentes modos de ser y -por eso- se constelarán unos con otros puntos tan alejados entre sí, como las estrellas en la ilustración de tapa. Episodios tan inconexos como el incidente donde un grupo de trabajadores movilizados rompe la estatua de Ana Frank frente al Museo Caraffa, la singular historia del oso polar de cemento construido para el puente Atlántica o el recuerdo de un encuentro casual protagonizado en Madrid con el cineasta Pedro Almodóvar en el contexto del estreno de su película “Volver” e inmortalizado en la fotografía de un desconocido.

“Vivir en la foto de otro” puede leerse entonces como vivir a través de la vida de otros o dejar que la vida de otros protagonicen la propia. Y es allí donde la historia planteada cobra nuevos sentidos. Ese viaje no será cualquier viaje, y lo que sucederá en la travesía permitirá cerrar círculos que aún siguen abiertos dentro de su cabeza. 

La escritura de Casarin es amable, invita a la constante reflexión y a segundas o terceras lecturas. Como autor es sutil, pertinente y parece convencido que la economía de recursos y palabras es una manera inteligente de pensar la literatura. Y así logra despejar esa historia que tiene en su cabeza de descripciones innecesarias, personajes o escenas forzadas y/o de refuerzo, para dejar lugar a un relato diáfano, sincero, que refleja –como el agua- aquello que se quiere narrar, que no es más ni menos el relato de alguien que desde hace años busca descubrir el sentido de su existencia.

La historia de Casarin parece pecar –por momentos- de pequeña, banal, sin embargo esconde la maravilla de ser un retrato de situaciones cotidianas, narradas desde un lugar sin estridencias que se disfruta de principio a fin

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