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"Guasón", cuando la locura es la única salida

El filme protagonizado por Joaquin Phoenix que cuenta la historia detrás del villano más recordado de Batman sigue rompiendo récords consiguiendo pasar el millón de entradas vendidas en el país, superando -incluso- su primera semana de estreno. Oscura, cruenta, perturbadora y difícil de digerir, «Guasón» o «Joker» (en inglés) se reafirma en el camino en convertirse en un clásico del cine y en esta nota te contamos por qué. 

 

 

 

 

Desde hace diez días, aproximadamente, desde que vi Joker en el cine (situación que coincidió con la jornada posterior a su estreno), no dejo de hacer tres cosas: recomendar a todo el que se me cruce por delante que vaya verla, leer entrevistas a su protagonista y/o director y/o críticos de cine sobre la producción, y, por último, debatir acerca de antiguos guasones, películas de villanos y superhéroes con amigos, familiares y adeptos a la temática. Es más, en una de ellas, -incluso-, se puso sobre la mesa revistas de cómics para analizar particularidades de los mismos.

 

Eso genera Joker: moviliza, contagia, recrea, prende la magia, desarma y rearma lo mil veces visto y escuchado y lo lleva a su máxima expresión.

 

Vaya a saber en qué momento del proceso de producción la historia se convirtió en esto. Digo, hay un guión, un director (excelente la labor de Todd Phillips) que decide hacerlo, una productora que banca la partida (DC Cómic) y un reparto (de lujo) elegido. Toda película comienza así, sin embargo no todo filme se convierte en clásico (sin dudas que éste lo es), hasta que surge un momento en que todos esos elementos, más allá de la suma de las partes, crean la alquimia.

 

Cuentan las crónicas de “El Padrino I”, por ejemplo, que la película estuvo varias veces a punto de fracasar durante su rodaje, cuando la tensión entre su director –F. F. Cóppola- y la productora –Paramount- se acrecentaba por el protagónico nunca aprobado por ésta última de Al Pacino. Pero que ese clima de constante quiebre se disipó luego de la (inolvidable) escena donde el hijo pródigo venga el atentado contra su padre en un bar de las afueras de NY. Dicen, los que estuvieron en dicho set, que aquella energía que se generó fue indescriptible, y que el Michel Corleone que nació allí fue el que trajo todo lo demás. No lo hizo ni la obsesión de Coppola, ni la templanza de Al Pacino, ni el guión (Robert Towne) de un ya best seller (escrito por Mario Puzo) que marcaba apuntar, disparar y salir corriendo. O, quizás, el estado a punto de esas tres cosas en un instante perfecto.

 

Volviendo a The Joker, ¿en qué momento de la construcción del personaje Phoenix deja de ser él para convertirse en el Guasón para arrastrar la historia al estrellato? ¿Habrá sido en la enésima vez que repite esa risa enfermiza y sanadora como mantra? ¿O al momento exacto donde descubre que moviendo lentamente sus caderas al ritmo del jazz de los `50 con sus manos ensangrentadas por gatillar a los bufones del metro en un repugnante baño público es que se va liberando el monstruo que lleva dentro?

No lo sé. Pero de lo que sí estoy convencida, es que este Phoenix consagrado, este actor obsesivo hasta la locura, observador incansable, ha logrado construir un personaje que trasciende una historia y un guión y –al mismo tiempo-, se catapultan al cielo de los clásicos.

 

Es fácil hacer una crítica de lo bueno, de lo que se apoltrona en la cima de lo más visto en las salas de todo el mundo y de lo que se perfila como favorito en cuanto festival se presente. El problema –en todo caso- está en dar buenos argumentos sobre las bondades de lo perfecto. Sobre todo, porque estamos hablando de una película oscura, violenta, profundamente dramática, y que pone al espectador en un lugar terriblemente incómodo.

Entonces, ¿por qué ir a ver The Joker?

 

Planteada como una fotografía social y política de una sociedad gótica que se parece demasiado a nuestro mundo, Joker abre el juego para hablar de varias cosas. En primer lugar, de poder discernir entre la violencia concreta y visible de un golpe, de un crimen y la sangre que sale a raudales de una víctima, a aquella que subyace a cada injusticia cometida por un estado invisible, que persiste de generación en generación por silencios elegidos y que crece cuanto más grande es la brecha entre los que más y menos tienen.

Acá no se muestra al Guasón y se aplauden sus demencias. Acá se explica por qué Arthur Fleck, aquel joven, payaso de profesión, que arrastra una enfermedad neurológica, que sueña con ser un gran comediante mientras anota remates de chistes en su triste libreta con reflexiones suicidas, o aspira -al menos- a tener sus 5 minutos de fama en el programa más visto de la ciudad, un día decide tirar todo por la borda.

 

Como si solo la maldad pudiera darles razones para seguir viviendo. Como si la locura fuera la única salida.

Y si la ciudad gótica ya es ciudad real hace mucho, la pregunta de cajón es cuántos anónimos quebrados por el sistema están en

proceso de convertirse en guasones.

 

Pero hay más. Casi como un guión escrito por Orson Wells, días antes de su debut en EEUU, se planteaban en los medios norteamericanos lo preocupante que podía ser exhibir un relato donde se comprenda el despertar violento y agresivo de un fulano peligroso y desquiciado que se revela contra un sistema opresor. Y traigo a colación lo del guión, porque es justamente el vínculo de Fleck con la TV (esa tecnología de punta dentro del contexto histórico del filme) el que sirve para articular su estado íntimo y personal con ese yo social y mesiánico en el que luego se convertirá. No es casual que sea la pantalla chica el nido donde termine de madurar ese villano que después hará padecer al Batman salvador, y tampoco es casual que sea el humor –en todas sus formas- el hilván que usa para confeccionar su mejor traje.

 

Los medios como canal y espejo, el arte como reflejo y proyección.

 

Joker no es un chiste. No vayan a verlo pensando en una película de malos y buenos, de héroes y malvados. Vayan sabiendo que la historia que se narra es un puñal que entra directo a las tripas y remueve para que pronto despertemos.  

 

 

Además de J. Phoenix, trabajan en el filme Robert De Niro. Zazie Beetz, Frances Conroy. El filme cuenta con dirección de Todd Phillips y su calificación es Apta mayores de 16 años con reservas. 

 

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