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El rescate de la historia migratoria a través de la gastronomía

Florencia Vercellone y Elva Beatriz Massola sacaron recientemente la segunda entrega de “La cocina es puro cuento”,  un libro que recopila historias y recetas de la cultura inmigrante sirio-libanesa. 
Una explosión de aromas y sabores, marcada por las anécdotas y una trama ficcional que nos lleva a la increíble odisea que vivieron esos hombres y mujeres que llegaron desde tierras lejanas a nuestro país.

Florencia Vercellone (coordinadora de Babilonia Literaria) y Elva Beatriz Massola, su madre, se embarcaron hace algunos años en un proyecto literario que las llevó a recopilar la historia familiar (que de alguna manera reflejaba también la memoria de los inmigrantes piamonteses que se instalaron en la ciudad de San Francisco y alrededores), desde la gastronomía. Platos, anécdotas, registros, relatos… Todo funcionaba en un texto en el que convivían las recetas, los testimonios, la ficción y datos oficiales.

Aquella primera entrega de “La cocina es puro cuento” dio inicio a una colección que, bajo la misma premisa, ofrece en esta oportunidad un segundo título destinado al rescate de la inmigración sirio-libanesa.

Sin dudas, aquí se mantiene la esencia del proyecto pero tiene el valor agregado de que las autoras logran desprenderse de lo propio para sumergirse en un mundo y cultura que de alguna manera les es ajena. De allí la enorme riqueza de este trabajo.

“La cocina es puro cuento” se estructura en cuatro ejes: el marco historiográfico (que nos sitúa en la época, contexto y algunas otras características culturales que llevaron a los sirio-libaneses a migrar a nuestro país), los testimonios (una recopilación que rescata las voces de los protagonistas pero también de sus hijos, hijas, nietos, nietas…), las recetas (que van desde entradas frías a platos calientes, pasando por infusiones y postres), y un texto ficcional (una especie de cuento extenso o breve nouvelle) que recrea el acercamiento de Leila -una chica joven en tiempos actuales- y su zete (abuela) quien de a poco le irá narrando aquellos  éxodos y migraciones de su casta. Como siempre, hay un quinto eje: ese espacio de hojas en blanco para que el lector o la lectora puedan completar el material con sus propias recetas o, porqué no, con sus propias anécdotas. Es decir que no se trata de un libro acabado, sino más bien de un texto vivo, de memoria latente, que está en permanente construcción.

Entre los testimonios surgen esas mujeres trayendo -entre sus pocas pertenencias-  aquel mortero que era casi un emblema de esa tierra que dejaban. También aparecen la incertidumbre ante el arribo a un país desconocido, la barrera idiomática, los primeros “paisanos” que ayudaban a esos inmigrantes recién llegados; la soledad, la venta ambulante, las creencias, los pesares, los amores perdidos en el camino, los amores encontrados en el camino, lo que nunca dijeron, lo que prefirieron dejar atrás, el cargar con el apodo de “turcos” cuando en realidad la gran mayoría de los sirios libaneses dejaron su país para huir del gobierno otomano…. Todo se mezcla entre relatos reales y ficticios, bajo el aroma y las preparaciones del muhammara, hummus, kepes crudos y cocidos, y el aromático té con su rito cotidiano.

Mención aparte merece el registro fotográfico, un material clave para apreciar la gastronomía sirio-libanesa y también para descubrir las tantas historias que se esconden detrás de esas fotos familiares, de esos rostros que llevan a cuestas el peso del desarraigo. 

Un libro hermoso, por lo que se cuenta, por lo que se muestra, y por el maravilloso arte de construir, desde los relatos individuales, la memoria colectiva

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