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Poema a Burnichon de Manuel J. Castilla

 

 

Y estas son las lindas cosas que ocurren cuando un sitio se plantea como un espacio abierto y colectivo en la que cada uno puede hacer su pequeño aporte. A la nota sobre el Dia del Editor y el homenaje a Alberto Busnichon, se suma esta joyita: el poema que en 1976 le dedicó al editor cordobés Manuel J. Castilla.

 

Gracias Sergio Chalub por el aporte, y gracias Iván Burnichon por hacernos llegar este valioso material.

 

¡Lo compartimos con nuestros seguidores!  

 

 

 

Poema a Burnichon

 

Vengan, arrimensé, vean lo que han hecho.

Antes que se lo lleven mirenló de perfil en este charco.

Ya le va ahogando el agua poco a poco el cabello

y la alta frente noble.

Los pastos pequeños afloran entre el agua sangrienta

y le tocan el rostro levemente.

Su corazón sin nadie está aguachento con una bala adentro.

¿Miraron ya?

¿Era de mañana, de tarde, de noche que ustedes lo mataron?

¿Se acuerdan cuándo era?

(Los alquilones sólo miran la hora del dinero.)

No, no se vayan, oigan esto:

El hombre que ustedes han matado amaba la poesía.

Cuando ustedes aún no habían nacido

los pies de ese señor iban por todos los pueblos de Argentina

dejando en cada uno la voz de los poetas.

Esos versos llevaban

sus ganas de justicia y de mostrar belleza.

Ustedes han cobrado dinero por matarlo

y él jamás cobró nada porque ustedes aprendieran a leer.

Fíjense:

hacía libros de poemas que regalaba a los obreros.

Tenía como ustedes, hijos, mujer y un techo

que también le han derrumbado

y libros de aprender a ser gente.

Todo eso han destruido, ¿se dan cuenta?

¿Y ahora?

Ustedes, pobres matadores,

perdonados por él, ya reposados

piensan conmigo: ¿Qué haremos con el muerto?

Yo lo recobro ahora, húmedo en yuyarales.

Mi mano le despeina como a un nido dormido.

Miro su portafolios abierto en donde caben todas las sorpresas del mundo,

fotos de sus amigos pintores y escultores

saliendo entre las pruebas de algún libro de versos.

Lo miro apareciendo en cualquier parte en cuanto lo han nombrado.

Se iba quedando siempre que se iba.

Por eso estaba con nosotros, ausente.

Nos quería en silencio.

A Wernicke, a Galán, a Lino Spilimbergo y a Alonso.

Luis Víctor Outes, Bustos,

le arrodillaban el corazón

cuando Rolando Valladares triste, andaba en las vidalas.

Se echaba en la amistad como un vino en las copas

y había que beberlo

hasta la última luz del alba y la alegría.

Va cielo arriba, en Córdoba, solito.

Nosotros, aquí en Salta, lo pensamos.

Y ahora, matadores alquilados:

¿qué hacemos con el muerto?

 

MANUEL J. CASTILLA

 

Salta, 16 de abril de 1976

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