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Periodismo vs. Poder, hoy analizamos "The Post" y su carrera en los Oscar

 

Si hay algo que no se le puede criticar a un director como Steven Spielberg es su oficio. Su conocimiento sobre las narrativas cinematográficas, los actores, sobre la producción y cuanto recurso humano o técnico sea necesario echar mano. Y más aún, no podemos negar el dominio que tiene en la industria después de décadas de trabajo, que lo ubican directamente en el tapete con cualquiera de sus propuestas.

Sin embargo, aquí la pregunta es:  ¿vale toda su reputación y trayectoria para decir que Spielberg ha logrado en este momento hacer la mejor película del año?

Y el interrogante no lo hacemos porque sí, sino porque justamente “The Post”, su último filme, está nominado como Mejor Película (junto a otras excelentes propuestas) y nos parece interesante analizar qué puede distinguirse y qué no, de la pantalla grande.

 

Dicen desde EEUU que Spielberg logró realizar esta película en tan sólo nueve meses y debo reconocer que este dato quedó dando vueltas de tal modo en mi cabeza  que quise verla para entender cómo había podido resolver en tan poco tiempo cuestiones que para otros directores cuesta meses o años.  Y al verla entendí en que allí radica, en parte, el gran oficio del director: en tiempo récord consiguió no sólo un respaldo económico sino también dos protagónicos de alta talla (Meryl Streep y Tom Hanks) para narrar una historia que sintió que era el momento adecuado para contar.

 

El contexto, creo yo, será determinante a la hora de recordar una película como The Post. Para ser sincera, el filme no tiene una gran performance de sus actores (ambos se lucen muchísimo mejor en otros filmes), ni originalidad en su planteo narrativo, ni una jugada producción técnica. Sin embargo, la apuesta que hace por tratar temas sensibles en la opinión pública en la actualidad, logra que quede como una muy buena propuesta.

 

 

Ambientada a  finales de los años 60, la historia pone en foco varias personas. En tres, para ser exacta.

Por un lado, en la valentía de un funcionario del Pentágono -Daniel Ellsberg- quien, durante el gobierno de Richard Nixon, fotocopió las siete mil páginas del informe titulado «Relaciones Estados Unidos: Vietnam, 1945-1967» archivado en la sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, con la imperiosa necesidad de hacer saber la despiadada verdad acerca de los motivos reales  de la Guerra de Vietnam y de por qué el Estado había decidido extender las acciones bélicas contra el país asiático. Después de ser testigo del horror, Ellsberg decide develar  los verdaderos motores del conflicto. Nadie lo contrató para hacerlo. Nadie de afuera le pidió que ingresara al sistema para decir que lo sabía. Nadie lo tentó con millonarios resultados. Por decisión personal y sólo por saber que un mejor futuro para su país dependía de su accionar, asumió los riesgos, conservó los datos de esa extraña trama de mentiras y confió en el periodismo para sacarla a la luz. Confió en el periodismo, un oficio que hoy parece ser uno de los más desprestigiados.

 

El foco también está en Katharine Graham, la primera Editora mujer de The Washington Post, puesto que debió tomar obligadamente, luego que su marido, Philip Graham, quien estaba a cargo del periódico, se suicidara en 1963. Con una serenidad de ama de casa adinerada que le cuesta abandonar y una angustia no superada por la muerte de su compañero, Graham debió lidiar en carne propia los mandatos de la época y el patriarcado del que antes estaba conforme, para pelear sus propias batallas y demostrar de lo que era capaz. Graham fue un claro ejemplo de cómo la mujer de los `60 supo sentar las bases del feminismo del siglo XXI, de mujeres empresarias y líderes de opinión. Lejos de las confrontaciones, ella salió airosa  de una crisis que involucraba económicamente al diario y al mismo tiempo lo ubicó en la línea de  vanguardia marcando el terreno que divide poder político y periodismo. Ligada a los estratos más altos de su país, íntimamente vinculada al gobierno de Nixon, Graham hizo a un lado sus relaciones privadas y amistades, y como editora responsable apostó al fin mismo del periodismo: contar las múltiples caras de la realidad.

 

Y por último, el foco está puesto en Ben Bradlee, el jefe de redacción en ese entonces del Washington Post, quien tomó el riesgo de publicar lo hasta el momento imposible. Las mentiras del Pentágono no hubieran salido a la luz si no hubiese habido un jefe como él: exigente, comprometido, compulsivo y con un perfecto equilibrio entre la envidia y la confraternidad con los colegas de otros medios. Una de las mejores escenas del filme es cuando envía a un novato periodista de su redacción a  «investigar» cuánto de reales son los rumores acerca de que el The New York Times tiene datos internos del gobierno sobre Vietnam. Hoy por hoy lo definiríamos como un “adicto al trabajo”, un tipo que no descansa un segundo del día pensando en cómo hacer mejor su laburo. Quizás en periodismo haga falta más gente así. Periodistas de raza que busque más datos, fuentes, ese hecho que todos quieren ocultar y menos gacetillas de prensa y actos públicos.

 

La película gira en torno a estos tres personajes y el ritmo vertiginoso que toma promediando la historia es imparable, a pesar de que ya conozcamos cómo se dieron los hechos. Mostrar el costado privado de sus decisiones y la cocina de una redacción que tiene una bomba -en sentido figurativo- y se debate entre publicar o no, es lejos lo mejor del filme. Poner el foco en estos tres personajes que no fueron otra cosa que tres personas comunes y corrientes que, por una profunda convicción y honestidad intelectual, arremetieron contra el sistema y desafiaron al destino por decir la verdad es la gran apuesta de Spielberg. Porque no estamos hablando de héroes. Estamos hablando de tipos como cualquiera de nosotros que ocuparon como debían su puesto de trabajo y que se les presentó la oportunidad de decir aquello que muchos no querían oír. Pero no porque haya habido plata o éxito asegurado. No porque la oposición les haya pagado por hacerlo ni porque hayan buscado reconocimiento, sino sencillamente porque fueron sinceros con ellos mismos. Y eso nos interpela directamente como personas.

 

Por supuesto que Spielberg tuvo sus intereses por detrás para elegir esta historia. Pero para nosotros desde acá, espectadores de la geopolítica mundial actual, haber logrado ser empático con la angustia, desesperación, temor  y satisfacción de ellos tres es, lejos, un objetivo cumplido, aunque -es cierto- la trama puede cansar para quienes no sean de la partida de la política internacional.

The Post es una película que antes o después  es necesario ver. Que gane o no el Premio a Mejor Filme, créanme, poco importa.  

 

Si quierés ver el trailer, te lo dejamos a continuación. 

https://www.youtube.com/watch?v=Oe_Ewf5Vdj0

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