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Macondo, una experiencia literaria sin riesgo de olvido

En el marco de las celebraciones por el 50º aniversario de la primera edición de “Cien años de soledad” -la genial obra de Gabriel García Márquez-, desde Babilonia debatimos sobre el libro con un grupo de lectoras. Además, sumamos las voces de las reconocidas escritoras cordobesas Garciela Bialet, Lilia Lardone y Perla Suez quienes reflexionaron sobre lo que significó para ellas esta novela en los personal, pero también para la literatura en general.

Esa tarde no llovía, pero el lugar estaba ambientado con el sonido de una persistente tormenta. Más de cuatro años llovió en Macondo y ese diluvio fue el pretexto para que un grupo de lectoras decidieran hacer la “Experiencia Babilonia” sobre “Cien años de soledad”. Allí estaban las fanáticas, esas que no se cansan de leer una y otra vez la novela de Gabriel García Márquez y que recuerdan escenas y nombres con absoluta precisión. También aquellas que habían descubierto a los Buendía hace muchos años atrás y que sin embargo guardaban en su memoria imágenes, personajes y frases. Nos acompañaban las que con absoluta sinceridad admitieron que lo habían dejado a medias pero que aún así sentían curiosidad por la novela.  Y por último las más audaces, las que admitiendo no haberla leído nunca se atrevieron igualmente a “(re) descubrir” Macondo.

El olvido, los sueños, la memoria, la alquimia, la estirpe, la soledad, la tiranía, los niños con cola de cerdo, las maldiciones, los gitanos, los José Arcadio, los Aurelianos, Úrsula, Amaranta, Remedios la bella… Personajes y temáticas que nos llevaron a un clima de realismo mágico marcado por juegos, anécdotas, lectura, creación y reflexión.

“(Re)descubrimos y descubrimos Macondo, lejos de la soledad”; “Una tarde en Macondo para toda la vida”; “Macondo, un lugar mágico donde todo pasa y todo queda”… Esas fueron algunas de las frases que dejaron las lectoras, al finalizar la jornada propuesta por Babilonia Literaria para rendir un pequeño tributo a “Cien años de soledad”, la gran obra de Gabriel García Márquez que este mes celebra el 50º aniversario de su primera edición.

Pero a la valiosa experiencia de las lectoras, decidimos sumar las voces de tres autoras referenciales de Córdoba: Graciela Bialet, Lilia Lardone y Perla Suez. Ellas hablaron de lo que les generó leer por primera vez estas páginas y del valor que esta obra tiene en el mundo literario.

– ¿Qué recuerdan de aquella primera vez que leyeron “Cien años de soledad”?

 – Perla Suez: La primer edición de “Cien años de soledad” coincide con mi entrada a la carrera de Letras. Para una muchacha que había leído ya con ferviente admiración a Tolstoi y a Dostoievski, encontrarme con esa alquimia insospechada fue deslumbrante. Quizás, la palabra sea deslumbramiento, y quizás, ese deslumbramiento se pueda completar con imágenes como la de Rebeca comiéndose las paredes o Melquíades y los cubos de hielo. Recuerdo la ascensión de Remedios la bella que me llevó, y no sé por qué, a una de las pinturas que fue y sigue siendo hoy una de mis preferidas de Sandro Boticcelli: El nacimiento de Venus.

Sé que disfrute del recurso permanente de García Márquez de agigantar ese Macondo tan diferente y tan distante de las aldeas de los escritores rusos. Encontrarme con ese hielo tan natural de la estepa rusa, en otra realidad donde su sola aparición era mágica, fue asombroso.

 -Graciela Bialet: En tercer año de secundaria, mi profesora de literatura del Colegio Williams Morris, “la vieja” Fontaine de Souto (¿y tendría 40 años?), intercalaba «El Cantar del Mío Cid» y «Fuente Ovejuna», con “El cautivo» de Borges o cuentos de “Bestiario” de Cortázar. Entonces aprendí que la literatura no era cosa de descodificar lenguajes antiguos y que existían otras narrativas. Pero cuando apareció con «Los funerales de la mama grande” de García Márquez, mi cabeza voló. A tal punto que me convertí en la típica alumna “chupamedias de la profe”, cosa impensada en mí que era una alumna rebelde y contestataria que en el casillero de Conducta en el boletín de calificaciones, siempre había una alerta a mis padres. Me ofrecía a llevarle cargando su bolsa de libros a la vieja Fontaine, que vivía a pocas cuadras del colegio, con tal de ganarme su amistad y finalmente lograba que me prestara algunos libros. Así leí los ocho cuentos de ese primer libro de García Márquez que llegó a mis manos. Y era evidente que la profesora no dejaría escapar a esa chiquilla molesta sin darle más probadas de lecturas. Ella me prestó «Cien años de soledad», y desde esa lectura, el mundo nunca más fue un lugar solitario para mis luchas de temperamento, sino una playa infinita regada de caracoles por sortear al paso, un oír sus músicas… La literatura me redimió. Me convertí en una devota lectora de García Márquez a los 15 años, y desde entonces, nunca pude parar de leerlo. La profesora de literatura de tercero fue Cupido, y «Cien años de soledad» mi fiel compañera de tantas noches de lectura.

– Lilia Lardone: Había expectativa por la aparición de «Cien años de soledad» a fines de la década del 60`, cuando revistas como Primera Plana, Panorama y Confirmado daban espacio a la literatura. Por fin, la espera terminó y abrí el grueso volumen de Editorial Sudamericana, tapa blanca en donde destacaban rectángulos azules que semejaban cartas de una baraja de figuras extrañas. Al leer el primer párrafo, me sentí de inmediato dentro de un mundo diferente a todo cuanto había leído antes, donde la desmesura brotaba en cada página. Ese efecto no se disipó ni disminuyó en ningún momento. Es más, al seguir los intrincados y excepcionales recorridos por las siete generaciones de la familia Buendía, me di cuenta de que estaba frente a una obra única y por eso lentifiqué el ritmo de lectura, ¡no quería que el libro se terminara!… No sé si en ese momento tuve conciencia, pero sí después, de que García Márquez nos había mostrado el lado oculto de América Latina en un Macondo desenfrenado y audaz donde caben el misterio y lo real, las orgías y la soledad, el hielo y el fuego… Una obra incomparable.

– ¿Cuál creen que fue y es el mayor aporte que hizo a la literatura en general, y a la latinoamericana en particular, esta obra de Gabriel García Márquez?

 -Lilia Lardone: Tal vez «Cien años de soledad» tuvo la fortuna de llegar en el momento propicio, en esa década prodigiosa de amplitud de miradas. Traía un aire refrescante que empezó a colarse, y avanzó hasta marcar la presencia de Latinoamérica en el mundo, un boom literario llamado «realismo mágico» que incluyó autores como Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa. Con la fuerza de la palabra, todos ellos construyeron otras dimensiones para dar cuenta del «nuevo mundo».

Un continente colonizado e ignorado emergía y mostraba los resortes del poder, en obras contestatarias del orden instituido.

– Perla Suez: Gabo abrió un mundo imaginario cuando mucha de la literatura estaba tapada por el costumbrismo y el realismo naturista de los 60. Desde Centroamérica mostró al mundo la literatura latinoamericana. Su mayor aporte para mí fue innovar con un tipo de lenguaje que tuvo un gran alcance geográfico y semántico.

– Graciela Bialet: Fue un faro. Una daga. Un hito en la cultura literaria de Latinoamérica. Con mordaz insolencia habló de la tragedia de nuestros pueblos. De la pesadilla de las dictaduras. Del valor de la vida, que por estos tiempos es tan necesario volver a defender y revalorar.  Por eso tengo escrito en mi espejo y en el epígrafe de uno de mis libros, esta cita de “Cien años de soledad”: “ … y el forastero le había respondido sin un vestigio de pudor que no hay gloria más alta que morir por la patria, excelencia, y él le replicó sonriendo de lástima que no sea pendejo, muchacho, la patria es estar vivo…”

Anécdotas…

¿Qué más decir sobre esta obra? Que en solo una semana vendió 8 mil ejemplares y que lleva ya vendido un millón en el mundo entero. Que -junto a sus otras creaciones- le valió a García Márquez el premio Nobel. Que marcó y sigue marcando a generaciones enteras. Que puso a la literatura latinoamericana en un lugar diferente. Que abrió las puertas del realismo mágico. Que sus personajes tienen un brillo, una luz y una belleza únicos, y que no hay quizá otra obra que reúna tal variedad y cantidad de criaturas maravillosas. Que hay algo de onírico y poético en cada párrafo.

Que está colmada de imágenes inolvidables. Que Macondo no es un lugar perdido en el corazón de Colombia sino que es una metáfora de tantos otros lugares recónditos de nuestra Latinoamérica, y que además -tal como lo define el propio autor- es “un estado de ánimo”.

Sin embargo, para terminar de entender el espíritu de esta novela, qué mejor que rescatar algunas anécdotas narradas por el propio Gabo.

“Esperanza Araiza, la inolvidable Pera, era una mecanógrafa de poetas y cineastas que había pasado en limpio grandes obras de escritores mexicanos. Cuando le propuse que me sacara en limpio la obra, la novela era un borrador acribillado a remiendos… Pocos años después Pera me confesó que, cuando llevaba a su casa la última versión corregida por mí, resbaló al bajarse del autobús con un aguacero diluvial y las cuartillas quedaron flotando en la calle. Las recogió empapadas y casi ilegibles con la ayuda de otros pasajeros y las secó en su casa hoja por hoja con una plancha de ropa”.

“A principios de agosto de 1966, Mercedes y yo fuimos la oficina de correos de México para enviar a Buenos Aires la versión terminada de ‘Cien años de soledad’, un paquete de 590 cuartillas escritas a máquina a doble espacio y en papel ordinario dirigidas a Francisco Porrua, director literario de la editorial Sudamericana. El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales y dijo: ‘Son 82 pesos’. Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que le quedaban en la cartera y se enfrentó a la realidad: ‘Sólo tenemos 53’. Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos una a Buenos Aires sin preguntar siquiera cómo íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto. Sólo después caímos en la cuenta de que no habíamos mandado la primera sino la última parte. Pero antes de que consiguiéramos el dinero para enviarla, Paco Porrúa, nuestro hombre en la editorial Sudamericana, ansioso de leer la primera parte, nos anticipó dinero para que pudiéramos enviarlo. Así es como volvimos a nacer en nuestra vida de hoy”.

“Tenía que seguir escribiendo después de Cien años de soledad. Nunca pensé que iba a suceder algo así y que me iba a encontrar en una situación como ésa. Me di cuenta que tenía que salir con algo totalmente distinto. Yo podría haber seguido escribiendo así, incluso hacer un segundo tomo, un tercer tomo… pero honradamente yo sabía que lo que quería contar estaba allí… Yo hasta ese momento no tenía lectores, ninguno de mis libros anteriores habían llegado a los mil ejemplares, y cuando salió ‘Cien años de soledad’ con 8 mil ejemplares, y al mes 10 más y se armó todo eso y después llegaron las traducciones en el mundo me di cuenta que los lectores que tenía en ese momento eran solo lectores de ‘Cien años de soledad’ y que esperaban más de ‘Cien años de soledad’ y yo no iba a seguir en eso porque no era honesto. Entonces tenía que salir con un anti ‘Cien años de soledad’ y empecé a hacer ejercicios sobre otra manera de contar las cosas. Escribí ‘El otoño del patriarca’ y cuando salió fue una desilusión total. … Ahora es mi libro más estudiado”.

“Ni en el más delirante de mis sueños en los días en que escribía ‘Cien años de soledad’ llegue a imaginar en asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal parecería a todas luces una locura”.

Así, solo con 28 letras del alfabeto, “Cien años de soledad” es una novela de la que emergen las mariposas amarillas, no hay vendaval que pueda con la guarida que nos ofrece en cada una de sus páginas. Y aunque pareciera que esa estirpe estuvo condenada a la soledad y al olvido, los lectores sabemos que eso no es posible. Macondo y los Buendía tienen un refugio sagrado en la memoria y en el corazón de los lectores. 

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