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Luis Pescetti: “Con los niños hay que tener oído de abuelas”

El cantante, escritor y compositor vuelve a Córdoba para presentar el próximo domingo «Una que sepamos todos», unipersonal de antología donde hará un repaso por sus canciones más populares.

En Babilonia aprovechamos su visita para que nos cuente sobre su particular manera de abordar el arte para el público infantil. 

 

 

Luis María Pescetti no necesita presentación. O mejor sí. Escritor santafecino, también cantante, compositor, guitarrista, mucho antes docente y mucho, mucho antes un escucha atento de las ocurrencias de niños y niñas propios y ajenos, Pescetti ha construido una carrera artística que trascendió fronteras nacionales llegando a familias de todo el mundo siempre con un oído alerta a eso que los niños tienen para decir.

 

Pescetti es el que le canta al ‘Niño caníbal’ que nadie quiere, el que hace melodías que aseguran que para ser feliz hay que con ponerse un dedo en la nariz o que la señorita Teresa tiene caca en la cabeza; el que narra las ocurrencias de Natacha, su amiga Patti y su perro Rafles y el que viaja incansablemente hasta llegar a una escuela rural perdida en la montaña o el monte buscando historias de paciencia y tesón. Ese es Pescetti, el que no tuvo ni tendrá miedo de involucrarse con los celos, las maldades, las envidias, las manipulaciones, el enojo y el descontrol, o sea, el lado B que nadie quiere de los chicos.

 

Ese Pescetti, que parece tener mil caras y reproducirse en discos, libros, radio, TV y soporte digital vuelve a Córdoba para subirse al escenario el próximo domingo en el Quality con “Una que sepamos todos”, concierto de antología donde hará un repaso por canciones que están a punto de cumplir 20 años y más también. Será algo así como un “ritual” de melodías conocidas, como le gusta decir a él y que -por supuesto- funcionará como la excusa perfecta para disfrutar con él un tiempo donde magia y humor se combinan de manera única.

 

Inquieto, auténtico, transparente, como un eterno niño, Pescetti parece haber adquirido con los años las sinceras reacciones infantiles de los más pequeños y por eso responde con verdades, pero también con chistes; se pone ansioso si la entrevista es larga y trae a colación ejemplos sacados de una galera. Y en sus respuestas, es capaz  de aportar miradas sumamente agudas e interesantes sobre las crianzas apuradas que reciben muchas veces las nuevas generaciones, las falencias que sigue existiendo en las aulas y el gran ausente a la hora de vincularse hoy por hoy con los niños: el tiempo sin tiempo.

 

– Esta vez venís con un show de antología. ¿La idea es sólo una estrategia para el público o te gusta parar y disfrutar de todo lo realizado?

– Es una mezcla de cosas que empezó porque me resisto mucho a hacer shows que no tengan muchas novedades. Y siempre, en todo concierto, el público tironea con “una que sepamos todos”. Los recitales se dividen entre los artistas que complacen al público y los que dicen: te quiero mostrar el artista que soy. En mi caso era pensar: “Uy, se vinieron hasta acá cómo les voy a mostrar lo mismo”. Así fue años y años, hasta que un día me dije: vamos a hacer como estos rituales de canto colectivo. Justo  festejaban 100 el Teatro de la ciudad de México, hice un formulario para que voten en internet las canciones que más le gustaba  y de esa votación armé el repertorio. Para mi sorpresa esa fue una novedad que debía presentar en el show, fue algo maravilloso. Por eso lo hice en México, lo hice acá en Buenos Aires, ahora lo llevaré a Córdoba y también lo llevaré a Colombia. Es como la frescura de lo repetido, es como decir: qué lindo volverte a ver.

 

Recorrés con tu música muchísimas ciudades de diferentes países y desde siempre aprovechás tus viajes para visitar colegios, aulas, patios escolares para charlar con los chicos. ¿Te seguís tomando ese tiempo para hacer ese trabajo de campo?

– Menos del que quisiera. Tengo un proyecto que es visitar escuelas rurales y de la ruta 40, y para mí es como un pin de boyscout que me pongo en la camisa, porque nutre y me hace bien. Es como la gimnasia de mi carrera. ¿Por qué no lo hago más seguido? No sé. El año pasado hice muchas visitas y este año me dije: lo tengo que hacer, pero hubo mucho viaje y todavía no pude. Pero visitar escuelas, siempre que sea en chiquitito, a un solo grado, por ejemplo, es una fuente inagotable de testimonios. Y quienes  la tienen fácil, fácil, fácil son los maestros. Como maestro ellos son testigos de las ocurrencias de los chicos día a día.

 

¿Ellos recopilan información y vos la transformás en canciones?

– Sí, a veces los maestros y también los padres me cuentan cosas. También me entero cosas que le pasan a los amigos, o cosas que ves en la calle, porque para mí las canciones tienen que ser como un espejo de lo que ocurre en la vida real. Y no sé vos, pero yo no conozco libros de magia y humor, porque por alguna razón el humor surge más de la vida real.

 

 

¿Se los escucha poco a los chicos?

– En toda comunicación o se es huésped o se es anfitrión. Ahora, por ejemplo, vos me estás entrevistando y sos mi anfitriona porque yo te estoy contando cosas. Vos tenés la ética del anfitrión, de tratarme bien, y yo debo tener la ética del huésped, o sea, portarse bien como visita. Y todo buen anfitrión empieza con la buena escucha. Yo, que hago canciones, tengo que empezar por escuchar bien a los chicos, sino baja como un sermón de alguien que ni te dedicó tiempo para escucharte.

 

¿Ese es el secreto de la conexión que lográs con ellos con canciones que los identifica del pelo a los pies?

– Mucho de mi secreto es ese. Mucho, mucho, mucho los escucho.  

 

Tu carrera comenzó hace décadas, ¿cambió la forma de escucharlos a medidas que creías vos también?

– La magia de escucharlos no cambió: yo siempre los escucho con orejas de abuelas que quieren que las sigan visitando. Si a un chico lo cantás a pedo nunca viene, en cambio si llega y enseguida hay un mate cocido con tostadas con manteca, y dale que te coso la remera, y vení que no le cuento que te portaste mal en la escuela… Entonces seguro va a volver. Yo creo que con los niños siempre hay que tener oídos de abuelas.

 

El tema es que como padres es difícil porque hay que poner límites concretos. Los abuelos la tienen más fácil.

– Entonces pensate como suegra o como mamá de un adolescente que piensa: o lo mato o quiero que me siga contando. Me pasa a mí, me pregunto: «¿le digo lo que pienso o prefiero seguir siendo su confidente?» (risas). Pero básicamente, los tres ejemplos que te di no suponen nunca un lector cautivo, sino un lector que hay que conquistar. Porque yo creo que cuando la educación pone a un chico cautivo, en el lugar de “te toca aprender esto” , lo pierde. Y tampoco digo que sea una educación hedonista, pero creo que hay un punto intermedio.

 

Siempre has sido un gran observador de lo que ocurre en los colegios, ¿creés que el sistema educativo tradicional pierde de vista ese punto intermedio?

– Depende qué decimos cuando hablamos de educación. Si es el Ministerio y lo que bajan a los a los docentes, si –en cambio- lo pensás como ese paquete donde dejás a tu hijo todos los días que es la escuela hecha de la directora y docentes. Y después tenés a la escuela que habla de la educación con padres ausentes o que se meten mucho. Educación es una reunión de consorcio de demasiada gente. La educación se parece más al cine que a la radio. En la radio va a uno sólo y ni el operador sabe lo que vas a decir, en cambio el cine tiene presupuesto, guión, fotografía, y al público llega como historia un hilito de aquella idea  que empezó. Entonces, sí te creo que la estrategia no tiene que ser “te toca aprender”, esa época ya pasó, los chicos tienen un millón de accesos a la información, entonces no podemos trabajar con un chico cautivo.

 

 

Hablando de radio y cine, fuiste uno de los primeros artistas en meterse en diferentes formatos a la vez con programas de radio, TV, página web, ¿la innovación para vos fue un aliada para llegar a los más chicos?

– Sí porque disimulaba mi hiperactividad y la ansiedad. Hay un chiste muy viejo donde se encuentran dos mujeres y una le dice a la otra: ¡Qué lindo los mellizos! Y la otra le dice: no es uno sólo pero es muy activo (risas). Bueno, algo así soy yo.

 

Con tanto chico con celular, Ipad, tablet, ¿te adelantaste un poco con todos tus soportes?

– No, yo uso Facebook, Twitter e Instagram sólo para que no usen mi nombre por mí, pero nada más. No creo que los chicos tengan que estar en tantas plataformas. Tiene que haber siempre un amable equilibrio entre el mundo virtual y el mundo físico.

 

El año que viene se cumplen 20 años de «El vampiro negro»…

– ¿ En serio? Ahhhh, ¿por qué llevás las cuentas? No está bien.

 

Es que en casa la seguimos escuchando, pero de todas maneras, ¿qué sentís que cambió del principio hasta ahora al momento de componer o escribir?

– Es como los casamientos, ya no puedo usar el mismo traje, debo usar una talla más grande (risas). 

 

¿Y estás atento a otras cosas?

– Sí, por supuesto, el año pasado, saqué un libro por ejemplo un libro de poemas «Magia todo un día» y hay nuevos discos. Muchas cosas. 

 

Dónde y cuándo

 

La cita con Pescetti es el próximo domingo en el Quality Espacio (Av. Cruz Roja 200) a las 18 y las entradas se pueden conseguir vía Ticketek desde los $350

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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