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«Los colores del incendio», histórico + policial con sello Lemaitre

El escritor francés Pierre Lemaitre propone en esta novela la continuación de "Nos vemos allá arriba", que hace foco en la familia Pericourt en el Parìs de la primera mitad del siglo XIX. El autor referente de la novela negra demuestra ser un gran narrador en un género que propone una mixtura entre lo histórico y policial.

    Si nombro a Pierre Lematire, seguramente algún lector levantará la mano y me dirá que es uno de los mejores escritores contemporáneos europeos del género negro. Y tendrá razón, ya que la saga del detective y policía Verhoeven que comienza con Irène y finaliza con Camille, lo han ubicado como uno de los mejores en el rubro, y le valieron la consagración en audiencias a nivel global.

    Sin embargo, aquí no hablaremos de estos relatos, sino de su última producción –publicada en 2019 por Salamandra para Argentina-, que despliega un drama familiar ambientado en París en el período entreguerra, y que si bien se vale de las herramientas narrativas de toda novela histórica, muestra su mejor brillo cuando coquetea con el suspenso y el policial, sin dudas el mejor perfil de su autor.

    “Los colores del incendio” es la continuación de “Nos vemos allá arriba”, que le mereció a Lemaitre ni más ni menos que el Premio Goncourt 2013 y más de dos millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Aquí, la acaudalada familia Pericourt seguirá estando en el centro de la escena, pero el foco ya no estará en las directivas del patricarca Marcel o las acciones de su hijo Éduard, sino plenamente en Madeleine, la joven mujer que se encuentra de un día para el otro –tras la muerte de su padre- como guardiana de un apellido ilustre y, al mismo tiempo, dueña y principal accionista de uno de los bancos más poderosos de Francia.

    No es un buen momento para Madelaine. Acostumbrada a la superficialidad que dan ciertos lujos y a lidiar con (sencillos) problemas puertas adentro de la mansión que la protege, deberá afrontar -sin quererlo ni desearlo- no solo la mirada del sector empresarial que no ve con buenos ojos que se ella quien esté al mando de la empresa de su padre sino el peso de su propia consciencia que le impedirá registrarse como una mujer capaz de afrontar dificultades morales y económicas.  Y para colmo de males, su único hijo, Paul, acaba de sufrir un terrible accidente.

 

    Durante la primera parte, Lemaitre irá describiendo de manera puntillosa cada uno de los personajes del libro. Nos lo presentará de frente y de perfil, nos contará sus miserias y bondades trazando así una trama en red que de a poco irá creciendo abarcando cada vez más nudos problemáticos. Madelaine como una mujer arquetipo de la clase burguesa francesa de la década del `30 y su tío Charles que busca arrebatarle la fortuna familiar, Madelaine como portadora de un apellido pero incapaz de poder entrometerse en los negocios familiares y la sombra de Gustavo Joubert, gerente de la firma Pericourt quien planea quedarse con su empresa. Madelaine como madre negadora y amante del ambicioso André Delcourt.

    Pero será promediando la novela cuando el relato se volverá realmente interesante al plantear un giro policial que la pondrá a la protagonista en el ojo de la tormenta ya no como víctima sino como victimaria, elucubrando un plan estratégico. Es allí donde aparece el Lemaitre auténtico, el artesano de escenas inolvidables, el narrador cauteloso, el escritor avezado en crímenes y engaños. Y lo hace de manera natural aunque su propuesta sea mixturar dos géneros en uno, creando un híbrido entre la novela histórica y el género negro.    

¿Qué le sucede a la ruina absoluta, la mentira, la transa y la desolación? ¿Puede haber un costado ético en una venganza cuando llega desde el más profundo deseo de justicia?

    En una Francia económicamente endeble luego de la crisis del `29 y políticamente atenta a los movimientos fascistas que se presentan a su alrededor, una mujer que nunca entendió de intercambios bursátiles, ni de transacciones comerciales, ni círculos de poder comenzará –desde las sombras- a digitar sus acciones para salvar, al menos, la memoria de su apellido.

 

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