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“Lo que hoy entendemos por derecho surge a partir de empezar a regular la venganza»

Luis Carranza Torres lanzó recientemente su nueva novela “Secretos de odio”, una historia que transcurre en San Carlos de Bariloche durante 1922. Ese territorio de frontera es el escenario para un relato que ahonda sobre las pérdidas, la injusticia, la venganza y obviamente el amor como redención.

El prolífico escritor cordobés, cuyas obras van desde la Antigua Roma hasta tiempos contemporáneos, vuelve al mundo editorial con un relato que transcurre en 1920 en San Carlos de Bariloche.

Tal como su nombre lo indica, “Senderos de odio” ahonda sobre ese sentimiento humano, complejo, dañino y doloroso. En estas páginas el lector se encontrará con un hombre y una mujer golpeados por la crueldad humana y la injusticia. Son dos seres que han sufrido en carne propia la pérdida y que no encuentran consuelo ni respuestas por parte de la ley. Entonces emerge el deseo de venganza, pero ¿es posible amar en medio del odio?

Luis Carranza Torres cuenta a Babilonia cómo es esta novela recientemente editada por Del Fondo.

-¿Qué te llevó a escribir una novela como “Senderos de odio”?

-He ido a los lugares que sitúo la historia, en la zona del lago Nahuel Huapi con mi familia en varias oportunidades, recorrido sus caminos y bosques, escalado alguna de sus montañas y navegado sus lagos, hasta el límite mismo con Chile. Tengo recuerdos de allí entrañables, no solo de esa naturaleza imponente, sino sobre todo del espíritu de su gente, que mantiene no poco de los primeros pioneros.

También me llamó la atención que quienes vinieron de Europa a instalarse a fines del siglo XIX e inicios del XX, no se decían inmigrantes, sino “pioneers”, usando en inglés el término. Gente franca y decidida, capaz de vivir en la adversidad de manera habitual, en un entorno natural tan bello como duro e implacable.  

Quise plasmar eso en una historia que pintara tanto a la magnificencia del paisaje, como a lo agreste del lugar y lo bravío que resultaba habitarlo. El esfuerzo de asentarse a inicio del siglo pasado en tales sitios prácticamente despoblados, y hacerlos progresar.

Debía ser una historia tan intensa como el escenario en que transcurre. Recordé entonces una película de Clint Eastwood llamada “La Marca de la Horca”. Fue el primer filme que produjo en 1968 con su productora The Malpaso Company. Siempre pensé que trataba temas muy interesantes sobre la justicia y la venganza, en el marco de un territorio todavía por pacificar, pero que se quedaba a mitad de camino. Fue la inspiración inicial para contar otra, muy distinta, pero con similares preocupaciones respecto a los tópicos que se abordan. 

– Justamente esta historia indaga sobre la naturaleza de la venganza, la desesperación, la pérdida… ¿Cómo fue trasladar esos tópicos a nivel literario? 

 – Muy movilizante. Dicen algunos que uno escribe para saber quién es. Tal vez, entre muchas cosas, también sea eso. En cualquier caso, la escritura es un fenómeno complejo donde uno, en la construcción de la historia, se empapa de ella a un nivel profundo. Por lo menos para mí es impensable escribir sobre esos temas sin reflexionarlos por dentro, asociarlo a hechos que se han vivido o visto vivir a otros.  

Hacía tiempo que buscaba escribir una historia que tuviera que ver con la venganza. Una emoción que resulta pariente, y no demasiado lejano, de la justicia. De hecho, históricamente, lo que hoy entendemos por derecho surge a partir de empezar a regular la venganza. La regla del “ojo por ojo” que hoy apreciamos como brutal y sería impensada en nuestra sociedad, en su momento, en la Babilonia de Hammurabi, 18 siglos antes de Cristo, fue todo un avance que limitaba la posibilidad de vengarse a provocar solo un daño equivalente.

No es casual por eso que, entre los antiguos griegos, la diosa Némesis que era quien tenía la venganza en sus manos, fuera también la deidad de la justicia retributiva, la solidaridad, el equilibrio y la fortuna.

Resulta también una paradoja de roles: la víctima se convierte en justiciero para algunos, y en victimario para otros, pues en eso de devolver el mal con mal, siempre generan víctimas. 

Como puede verse hay mecánicas, prejuicios, construcciones culturales respecto de la venganza que la hacen atractiva y fecunda para tomarla como eje de una historia.  

Respecto de la pérdida y la desesperación me pasa igual. Aquello que bueno o malo, se acepte o no, ya no tiene remedio y no volverá, me ha interesado como tema literario. Al igual que plantear qué pasa con alguien que lo ha perdido todo, absolutamente todo: lo material, los afectos, a sí mismo. Cómo se sigue llegado a ese punto. Sobre esas inquietudes es que se construyó la novela.

-La novela se desarrolla en San Carlos de Bariloche, en la década del 20… Desde el punto de vista histórico, ¿qué tuviste en cuenta a la hora de construir ese marco geográfico e histórico? 

-Las primeras décadas del siglo XX son cruciales en cuanto al desarrollo de la zona del Nahuel Huapi, donde ocurre la novela. Allí, desde inicios del siglo XX hay una libertad de aduana con Chile dada por el presidente Roca y eso contribuye al progreso y poblamiento de la zona.

La trama de la novela se da en el último período de la colonia agrícola ganadera y forestal. Pues a inicios de la década de 1920 la instalación de una aduana detiene ese libre tránsito de mercaderías con los puertos de Chile y la instalación del parque nacional en 1922 supone un cambio de paradigma en la región.

Tenemos entonces un periodo bisagra, donde existe una sociedad rural que avanza, pero que todavía conserva ese espíritu de los pioneros, como se llama a la inmigración en tal sitio. Bariloche tenía por entonces menos de dos mil habitantes, mayoritariamente europeos de Alemania, Italia o Suiza. Gente acostumbrada a vivir en zonas de montañas y lagos como pasa en buena parte de los Alpes. Toda la vida allí gira en torno de un hotel, un café-bar, una capilla, una escuela, un muelle, un aserradero, y el almacén de ramos generales de Primo Capraro.

Me gustó ese ambiente de pueblo, donde todos se conocen y se ayudan, así como desempeñan varios oficios. Por caso, el comisario fabricaba además ladrillos, y el sacristán de la iglesia era enfermero del pequeño hospital establecido por los padres Salesianos. Ese microcosmos te da mucho para contar una historia donde priman los afectos humanos como es esta novela. 

– ¿Cómo definirías a los protagonistas: Guillermo y Ema? 

-Seres muy heridos, muy golpeados por la vida. Pero también, personas con la resiliencia necesaria para sobreponerse y seguir camino. A veces, como se pueda.

De hecho, es la empatía por el otro, o la compasión para decirlo en términos cristianos, lo que los hace acercarse. No se cierran en el dolor, sino que se abren para que lo malo de ese momento les brinde la posibilidad de entender al otro. No es fácil, pero sí propio de seres magnánimos.

Respecto de Ema, hay una frase de Augusto Roa Bastos que dice: “La mujer, aun atravesando las más aberrantes vicisitudes, puede mantener su dignidad íntima, esta especie de inocencia innata, de candor de corazón”. A partir de allí construí a Ema. Y para darle desde lo físico ese toque de exotismo, un rasgo tan unido a lo sexual, lo amalgame a una ascendencia checa, apelando a mis recuerdos de cuando siendo estudiante, estuve en Praga. Me gustó esa belleza de lo sutil, de los silencios que observé allí.

Guillermo en cambio es un Ave Fénix que debe pagar un precio para resurgir de esas cenizas. Por eso, cada vez que debe recomponerse, la oscuridad también resurge, con mayor intensidad. Se trata de un hombre al que no le gusta lo que debe llevar a cabo, pero tampoco encuentra otro remedio para sobrevivir. Todo lo opuesto de Ema.

En tanto ella es cada vez más magnánima con quienes la han lastimado, Guillermo se vuelve más implacable.

Y como toda historia de amor, se construye en el contrapunto de las dos partes que intervienen. Cada uno aportará lo suyo en esa peculiar relación que va a enlazarlos. Pues aun la vida más dura puede deparar ciertas segundas oportunidades. Pero claro, no sin antes pagar un precio.

– ¿Qué desafíos narrativos te generó esta nueva historia? 

-Con cada novela trato de dar un giro a lo narrativo, de explorar nuevas formas de contar una historia. En esta se da la particularidad que es uno de los protagonistas secundarios quien la narra, por lo que a veces parece una tercera persona, y en otras está contada en primera, según conozca los hechos de forma directa o no. Me pareció una perspectiva interesante para explorar y que me permitió en gran medida darle el tono exacto a ese final tan peculiar.

Captar el espíritu de la época es otro de los asuntos que siempre demanda mayor dedicación y atención. Uno debe leer e investigar mucho para moverse con soltura respecto de qué pensaban, comían, leían, la música que escuchaban. Sobre todo, en lugares apartados de frontera donde hasta comprar las provisiones, qué vestir o la forma en que debían bañarse o lavarse el cabello tenían sus particularidades.

Otra cuestión desafiante, en una historia donde se involucran cuestiones tan fuertes, fue el que los distintos personajes tuvieran su profundidad psicológica, su historia por detrás. Como pocas veces me ha pasado, es como si la trama a medida que avanzaba, pidiera nuevos personajes para seguir adelante. El caso del mercenario ruso Vladimir Peshkov fue uno de ellos. El otro, el del alemán enviado por el Deutsche Bank a Puerto Montt, Horace Schacht.  

– Para cerrar: ¿puede el amor vencer al odio? 

Si fuera por gusto, te diría que sí. Tiendo a pensar lo mejor de la gente. Pero también sé que la realidad no siempre es como nos gustaría.

Una cuestión importante para responder a eso es que ambos sentimientos no son para nada lejanos. Ese refrán de que del amor al odio hay un paso, ha tenido hasta cierta constatación científica. Hace años, algún estudio llevado a cabo comprobó que tanto uno como otro tienen una actividad a nivel neurológico similar. Creo que en el fondo no es una mala noticia. Sabemos de sobra que el amor se pierde si no se cuida o se respeta. Pero entiendo que también debemos pensar que el odio no es un sentimiento tan definitivo como se lo ha pintado tradicionalmente.

Depende de quienes sean los que están involucrados. Y enfatizo el plural en esto. Las relaciones son de a dos. Y lo que se consigue, nunca deja de ser una especie de promedio de ambos. Tal como ocurre en la novela con Ema y Guillermo. 

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