«La película habla de la fe, pero también de los hijos creciendo y buscando su camino»

La directora y guionista argentina Paula Hernández nos cuenta cómo fue adaptar “El viento que arrasa”, tremenda novela de la entrerriana Selva Almada que llega esta semana a los cines. El relato se ambienta en un paraje inhóspito del litoral, donde se encuentran un pastor evangélico y su hija con un hombre escéptico de todo y su hijo adoptivo.  

Hace 12 años, se publicaba en Argentina “El viento que arrasa”, de Selva Almada, de la mano de Mardulce, una editorial independiente.  A los pocos meses, el público y la crítica elogiaban generosamente este relato contemporáneo que describía sin prejuicios y con crudeza, el encuentro azaroso de cuatro personas antagónicas en un lugar perdido de la frontera con Brasil, habilitando así el diálogo de dos mundos –si se quiere- contradictorios: la fe y la nada. “El viento que arrasa” se convirtió en 2012 en la novela del año por la Revista Ñ y tiempo después consiguió el First Book Award en Edimburgo por su traducción al inglés, distinción que estaba en sintonía con el reconocimiento que fue recibiendo Almada en el panorama de la literatura internacional.

Segunda edición a cargo de Penguin Random House.

Es que cuando Selva Almada apunta y dispara, su tiro siempre es certero. Sabe qué contar y cómo hacerlo. En “El viento que arrasa”, observa con detenimiento la peregrinación del Reverendo Pearson en un auto algo destartalado junto a su hija adolescente Leni, de viaje por pueblos del litoral. Él, Pearson, cree absolutamente ser un instrumento de Dios. Su hija, Leni, apenas si puede pensar en su propio destino ya que está atada a su padre día y noche. Ninguno sospecha que, kilómetros delante, se encontrarán con un espejo que les devolverá su mundo al revés. Salen al cruce el Gringo y Tapioca, padre e hijo, dos personajes paridos y criados por la naturaleza, lejos de los designios del Señor.  En una tierra de extremo calor, en un paraje inhóspito y salvaje, la tensión se abre y empieza a abarcarlo todo.  

¿Cuántas formas hay de contar una historia? ¿Cuántas voces se pueden encontrar en una trama para que cada una hable, para que narren lo que allí sucede? ¿Cuántas maneras de ver a Pearson, Leni, el Gringo y Tapioca existen?

Con una carrera plagada de reconocimientos, premios y aplausos, Paula Hernández (también guionista y productora) llega a los cines para presentar la adaptación de “El viento que arrasa”, proyecto que –como cuenta en esta entrevista- llegó como ofrecimiento de la mano del productor Hernán Mussalupi, y que rápidamente abrazó por sentir que era todo un desafío para su carrera.  “Después de ver “El sonámbulo” (basado en una novela de Sergio Bizzio) y “Las siamesas” (cuento de G. Saccomanno), Hernán me dijo: acá hay algo acá que a vos te puede interesar”, recuerda Hernández mientras confiesa que si bien ese acto ya la condicionó a la hora de leer la novela, ni bien conoció a los personajes reconoció por qué era ella quien podía hacer la adaptación.  

Fue así como se embarcó otra vez en este trabajo de trasladar el lenguaje literario al cinematográfico, quitando y sumando registros, herramientas, dinámicas, escenas. Dice, Hernández, que al principio fue con pies de plomos recorriendo la potente/austera/bellísima narrativa de Almada, pero que de a poco se sintió libre para recrear la historia.

En la previa del estreno, habló con Babilonia y nos contó un poco más de ese proceso.  

Alfredo Castro, Sergi López, Almudena González y Joaquín Acebo

-La narrativa de Selva Almada es muy visual cuando la leemos: sus descripciones, los climas, los pensamientos internos. ¿Eso jugó en contra o favor?

– Son cuatro enormes personajes y Selva además tiene una descripción muy minuciosa de los espacios, tiene algo sensorial en la escritura sin caer en el costumbrismo o el pinterequismo. O sea, tiene cosas que a mí me atraen desde afuera. Igual todo eso visual que tiene, tampoco hacen una película, o sea, tiene que haber otra cosa para crear un filme. Ahí hay empezar a pensar otro tipo de narración: qué traspolás, qué te llevás con qué te quedás. Y ahí empezás a tomar las decisiones del lenguaje cinematográfico.

-¿Qué decisión fue crucial en ese sentido?

-Se podría haber hecho una película fragmentada en el tiempo, como la novela, pero no me atraía. Sí me parecía interesante la mirada de Leni sobre ese universo, entonces pensé: qué pasa si ese punto de vista se corre y hay una mirada más omnisciente sobre lo que se va contando o una primera persona muy cercana a Pearson. Y se dio que esas fueron las dos decisiones más importantes: el punto de vista del narrador y la temporalidad.

-Otra característica de la pluma de Almada es que es sumamente austera, con economía de recursos, ¿cómo jugó eso a la hora de pensar el filme?

-Al igual que Selva, yo también son austera dirigiendo. Si querés mirar mis últimas tres películas, todas tienen economía de recursos. En el caso de esta película en particular, yo me llevé los personajes, el universo y la sensorialidad. Primero empecé a trabajar de manera atada a la novela, pero en un momento me olvidé y empezaron a aparecer cosas que pertenecen a mi mirada.

Cuando uno ve la película ve el libro, pero también ve algo que no tiene que ver con eso.  

Leni es Almudena González y Pearson, Alfredo Castro.

Cuando uno lee la historia, la figura del reverendo Pearson es central y de a poco Leni toma protagonismo. La única mujer de la trama. ¿De ahí partiste?

-Si no hay Pearson no hay historia, es fundamental porque tracciona el relato hacia adelante. Y en el caso de la película –como decía- decidí poner a un observador casi de asistencia a Pearson, pero que al mismo tiempo esa mirada cobra sentido y es lo que uno quiere contar sobre sus hijos: cómo crecen dos personas, como Tapioca y Leni, bajo la órbita de personas tan contundentes y opuestas como Pearson y el Gringo. Dos maneras de ver el mundo y también de vincularse con ellos, es un amor manipulado, generoso, libre, todo lo pasa en los vínculos. Creo que los personajes no son planos en ese sentido. Uno puede adherir o no a lo que dicen o hacen, pero tienen una integridad y uno los puede comprender.

Paula Hernández

La figura de Leni reconfigura el relato hacia el universo femenino que tanto te gusta narrar…

– Vengo trabajando con universos femeninos, y si bien aquí hay hombres, la mirada del filme es femenina. Me interesaba presentar una Leni que empieza teniendo cierta incomodidad pero que todavía no puede poner en palabras, que tiene que ver con ese padre. Qué lugar ocupa: si es niña, adulta, adolescente. Preguntas que tienen que ver con el desprendimiento de los padres. Me interesaba también ver cómo ese padre miraba a esa hija y las dificultades de que esa hija crezca, porque uno tiene que darle a los hijos las herramientas para que sean libres y muchas veces es dificultoso, y en el proceso entre Pearson y Leni hay una dependencia muy fuerte. Y que a medida de que sucede lo que sucede, ella puede ver otras formas de vincularse, como el Gringo con Tapioca, que funciona un poco como espejo. Y por último pensar qué pasa con las madres. Porque si bien esas figuras no están de manera presente, sí lo están en los personajes, dejaron su marca, su huella y son una gran pregunta en la vida de los chicos.

Y también hay un mensaje generacional

– La película no transcurre en el 2024, pero sí me parecía sembrar una semilla a futuro y de poner la mirada en esa mujer y escuchar a Tapioca, cuál es el imaginario de él también. Son generaciones que pueden preguntar, pueden mirar las masculinidades desde otro lugar, de forma renovada. 

¿Cuál fue para vos el mensaje de la historia? ¿Qué narrás en el filme?

– La película habla de la fe, de las creencias pero también de los hijos creciendo y buscando su camino.

¿Fue un desafíos también abordar el universo de Pearson?

– Esto de no ser religiosa e indagar en qué pasa con la fe, cuáles son mis creencias, cuáles son mis puntos en común con estos personajes. También preguntar por qué estos personajes llegan a tantas personas o qué expectativas tiene la gente para verlos. Fueron preguntas que me hice. Fue un proceso muy abierto, como que no estaba todo en la novela y yo intenté entrar de diferentes lados.

«El viento que arrasa» se puede ver desde ayer en los cines de la ciudad. 

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