El escritor y referente del género negro , actual director de la Biblioteca Nacional (BN), participará la semana próxima del “Festivalón”, propuesta que reunirá –por única vez y debido a la pandemia- a varios festivales de literatura policial de todo el país. Aprovechando esta ocasión, le propusimos hacer una entrevista para recorrer su camino lector dentro del género, además de consultarle, por supuesto, por su flamante rol como funcionario.
Cuando se le pregunta a Juan Sasturain sobre el por qué de la invitación a ser Director de la Biblioteca Nacional, él no duda ni en un segundo y responde: “Si me convocaron para esto, debe ser porque vieron en mí alguien que ama los libros y que no le interesan para que estén en los estantes, sino para que circulen; alguien que -sin dudas- se enorgullece de lo que lee y que piensa en que todos puedan tener la posibilidad de acceder a la lectura”.
Ni por su trayectoria como escritor (“Perramus”, “Manual de perdedores”, “Arena en los zapatos”, “El último Hammet”, entre tantos otros), su labor como periodista gráfico y de TV (columnista de Clarín, La Opinión y actualmente de Página 12 o conductor de “Ver para leer”) o –incluso-, por su rol de editor (dirigió la colección Negro Absoluto junto a Ricardo Romero). Sasturain le otorga solamente a su recorrido como lector (avezado, a decir verdad) el valor sobresaliente para estar al frente de tan importante institución.
Y desde ese punto parte, entonces, esta entrevista, que surgió a raíz de su participación en el Festivalón el próximo viernes 6 de noviembre, festival que, durante todos los fines de semana de noviembre, reunirá diferentes propuestas de literatura argentina del género negro como Azabache (Bs. As.), Córdoba Mata, Rosario Negra o el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica.
Desde su casa de Buenos Aires, el escritor dialogó con Babilonia haciendo un repaso por sus memorias lectoras, recordando aquellas primeras aproximaciones al género negro desde la revista Leoplán, su gran amor por la narrativa norteamericana del siglo XX, hasta llegar a su mirada como editor de autores nóveles, rol que le permitió descubrir que la literatura, al igual que la vida, puede dispararse para cualquier lado.
Un llamado telefónico que (casi) se convirtió casi una clase de formación, donde habló de libros, autores e historias sin rótulos editoriales ni reglas académicas, aportando una mirada personal y sumamente calificada de la literatura contemporánea.

La lectura empieza por casa
–Si tuviera que contarnos cómo se descubrió lector del género negro, ¿Cómo lo haría? ¿Cómo fueron sus primeras aproximaciones a la literatura de policiales?
– La verdad es que nunca he sido un fanático lector del género negro, aunque es una de las tantas cosas que leo y he leído. Y –seguramente- las primeras cosas que leí fueron las que salían en la revista Leoplán en los años ´50, cuando Leoplán tenía un formato más pequeño, como otras revistas que salieron en las postrimerías del gobierno peronista, allá por el ´51, ´52 y ´53.
Entonces, resulta que en mi casa se compraba Leoplán, sobre todo por mi vieja que le encantaban los policiales, y ahí había mucho para leer. Había pilas de esas revistas en mi casa. Entonces es muy probable que mis primeros policiales los haya leído cuando tenía 11 o 12 años. Era una época en que todavía los autores no existían, sino que existían las historias. Y en esos ejemplares de la revista de los ´50, con el tiempo, yo me di cuenta que había leído a grandes cuentistas como Jack London o Priestley, ahí también leí uno de los primeros cuentos de Bradbury, de Roald Dahld, de Hammet. Pero todo eso quedó como en una especie de sustrato. Digamos que el género quedó escondido, mientras también leía historietas y aventuras.
Después leí mucha literatura argentina e iberoamericana, en los años ´60 estaba de moda, antes y durante el boom, incluido García Márquez. Y luego, en la segunda mitad de los años ‘70, a mis 22 o 23 años, ahí sí se produce mi acercamiento definitivo al género, y eso tiene que ver con algunas cosas. La primera de ellas, que ahí descubrí a los yanquis. Ese fue un descubrimiento que quedó para siempre.
–Ya no pudo salir
-Es que leer la literatura antigua urbana yanqui, es una continuidad, porque están en la misma línea unos tras otros autores como Hemingway, Chandler, Faulkner, Scott Fitzgerald. Hay un continuo en sus obras aunque no sean del mismo género. Una novela como “El cartero siempre llama dos veces”, por ejemplo, o los de Caldwell tienen el mismo clima de los años ´20, ´30 y ´40. Es esa narrativa urbana norteamericana tan poderosa que nos marcó generacionalmente a todos nosotros. Y dentro de ese paquete general de la literatura norteamericana, donde también está la del siglo XIX con autores como Poe o Melville, entró el género negro.
Obviamente que la impronta ideológica de esa lectura la dio Ricardo Piglia. Él fue el más grande de nuestra generación. Porque cuando la serie Negra de Tiempos Contemporáneos aparece, todos esos autores ya habían sido publicados, por lo que no era ninguna novedad ahí (excepto Jim Thompson todos habían sido publicados). Pero aparecieron releídos en una clave de reivindación ideológica como realismo crítico. Y en ese momento es cuando toda esa literatura de la infancia se hace carne, porque ya somos lectores que empiezan escribir.
Y estoy hablando en plural porque me animo a decir que es una cuestión generacional que lo abarca a Gandini, a Elvio Gandolfo, al Negro Fontanarrosa, a Feiman, a Battista, al gordo Soriano, a Mempo Giardinelli. Todos leímos eso y es algo muy añorable. Y me animo a decir que no fue sólo generacional sino también trasnacional, porque algo similar ocurrió en otros países como Francia, México o España. De hecho, por ejemplo, “Triste, solitario y final” de Soriano del `74 es contemporáneo con la gran novela policial “Tatuaje”, de Manolo Vázquez Montalbán.
– Literatura que es reflejo de movimientos estéticos y políticos del mundo
-Tal cual, es el clima ideológico de fines de los ´60: la revolución y la posibilidad del cambio de sociedad que está ahí. El cambio en las costumbre, las opciones revolucionarias, ya sean electorales o de insurrección, desde Allende hasta las guerrillas. Ese es el clima de cambio social que nutre una literatura que, como bien formuló Piglia –uno de los luminosos de la época- es ese policial negro en que aparecen implicados la violencia, el dinero y el poder. No es literatura de compromiso ni de cuestiones políticas, -es cierto que Hammet era de izquierda, pero eso importa un carajo-, pero esa literatura urbana está contando el capitalismo y sus aspectos más detestables.
Y esa literatura que leímos fue la que nos marcó después como críticos, lectores y cuando llegamos a escribir, como escritores.
-Imagino la cantidad de historias en su memoria. Sin embargo, sospecho que su deseo por seguir descubriendo buenos relatos no descansa, entonces ¿qué busca cuando abre un nuevo cuento o novela del género: vanguardia o versiones refinadas de los autores clásicos o consagrados?
-He tenido la posibilidad de hacer la experiencia de nuevas lecturas desde un lugar –que puede ser un lugar que te deforma en alguna medida, pero no deja de ser un buen lugar- que es el de ser editor. Hace uno años hicimos una colección con Ricardo Romero, Negro absoluto, y ahí empezamos a publicar escritores argentinos contemporáneos, a quienes se los invitaba a inventar personajes protagónicos de historias que sucedían en Buenos Aires. De ahí salieron algunas novelas de Ricardo Romero, de Leo Oyola, Juan Terranova o Federico Levín, y descubrí relatos que no tenían nada que ver con lo que yo había visto o leído antes. Cada uno de ellos, a partir del desafío de escribir policiales, incorporó su experiencia de escritores de menos de 40 años que vivían en el siglo XXI, y entraron en el policial desde otro lugar que no era el mío. Y te doy unos ejemplos: las últimas novelas que publicamos, como una de Juan Mattio “Tres veces luz”, o de Fernando Chulak “Jauría” o “El juez y la nada”, de Gonzalo Santos, que no tienen un carajo que ver entre sí, son textos muy poderosos y hermosos policiales o de terror, e incluso la última de ellas, una novela con zombies. O sea, que llega casi al límite con otros géneros, que son –por supuesto- los cruces que se dan hoy.
Y en esa experiencia, más que leer a mis amigos, que van desde mi mujer que escribe policiales (Liliana Escliar) o montones de compañeros que son escritores hechos y derechos, este muestreo de posibilidades de autores nuevos me ha permitido encontrarme con lecturas que sorprenden, y ver que el género se dispara para todos lados.
–¿Qué lo diferencia con la forma de escribir que estaba acostumbrado a leer?
-Sobre todo lo que más se nota en la última década es el cruce con la fantasía y con el terror y la presencia audiovisual. Todos los escritores son formados por el texto y la pantalla. Eso no quiere decir que escriban guiones, que por otra parte no está ni mal ni bien, me refiero a su experiencia desde la ficción y de toda una tradición hecha de historias leídas y –sobre todo- vistas.
–Imaginemos para esta pregunta un lector o lectora que recién se asoma al género negro. Usted, como avezado lector ¿Qué libros o autores le aconsejaría como introductorios? ¿Clásicos como Poe, Hammet, Chesterton o Chandler, son para novatos o experimentados?
-Es que no hay recetas para eso me parece, no creo en eso. Hay que pensar en cómo empezó a leer cada uno. Y eso es algo absolutamente azaroso. Yo, por ejemplo, me he dado cuenta que no soy lector de géneros sino que soy lector de autores. Y si ese autor escribe del género o no, eso es otra cosa. A mí me gusta Chandler no porque hable del capitalismo, sino por el pedazo de escritor que es, por la técnica que tiene. Además uno es escritor y cada vez más te deslumbra su capacidad. La verdad es que uno puede entrar por cualquier lado. Por ejemplo, hace poco tuve que hacer una antología.
–La de los Cuentos Clásicos Policiales
-Bueno, sí, pero lo de clásicos es una mentira, la idea era que sean Cuentos ineludibles, pero bueno, digamos que funcionan los rótulos editoriales. Lo cierto es que ahí –haciendo un recorte de norteamericanos e ingleses- tenés más de 100 años de literatura y de tipos que pasaron por el género quizás una sola vez. Porque el policial también es una manera de leer. Vos convertís en policial un texto en tanto lo lees en clave policial, aunque el autor no haya pretendido hacerlo. Con esto quiero decir que si yo incluyo en esta antología a Stevenson o Kippling, por ejemplo, autores que no son del género necesariamente, es porque es una manera de leer y porque estamos privilegiando al escritor no al género.

“Algo habrán visto en mí”
–Desde febrero ocupa el cargo de Director de la Biblioteca Nacional, ¿le sorprendió la convocatoria?
-Lo que me sorprendió es que aceptara (risas). Yo pensé que no iba a aceptar.
–¿Lo convencieron?
-Y… un poco. Yo estaba muy cómodo en mi casa…(risas) Pero la verdad es que es un laburo hermoso, un lugar bárbaro, que provoca tanto vértigo, como emoción y pánico. Pero bueno, está bien. Si a alguno se le ocurrió que yo podía ser útil… debe ser porque habrán visto algo en mí. Y uno trata de pensar –a veces- en lo que esperan de uno. Y si me convocaron para esto, debe ser porque vieron en mí alguien que ama los libros y que no le interesa para que estén en los estantes, sino para que circulen, alguien que sin dudas se enorgullece de lo que lee y que piensa en que todos puedan tener la posibilidad de acceder a la lectura. Y si esa es la idea de por qué me citaron, bienvenido sea.
-Supongo que habrá tenido otros proyectos para el 2021, sin embargo y a pesar de las complicaciones, la Biblioteca ofreció y sigue ofreciendo en pandemia diferentes proyectos audiovisuales, podscast, colecciones digitales y las propuestas en Youtube “Mientras Tanto” y “Diario de la Peste” sumamente interesantes.
-Sí, la verdad es que hemos tenido que inventar actividades compensatorias y alternativas que no tenían nada que ver con lo que había pensado. Sobre todo porque veníamos de una gestión macrista que había sido muy desafortunada.
–¿Qué valoración hace de la gestión anterior?
– En la Biblioteca, como otros ámbitos de la cultura, se sintió el rigor de un concepto de política y economía que era muy ajeno y lejano a lo que uno considera que debe ser. La cultura fue puesta muy de lado. En el caso particular de la BN, había habido despidos incluso. Después de una gestión tan poderosa de Horacio González y Elvio Vitali, se había desmontado prácticamente todo ese trabajo cultural realizado y eso había sido un mordiscón muy fuerte en el presupuesto que había quedado prácticamente congelado. El presupuesto quedó en un 60% de lo que era. Y además, había distintas áreas de la Biblioteca que habían quedado anuladas. Por ejemplo, el Museo de la Lengua, que en las últimas gestiones había trabajado de manera singular, con un trabajo muy riguroso o sino la editorial de la biblioteca que produjo mucho títulos en pocos años.
–¿Y qué se propuso cuando decidió asumir como Director?
-Por un lado volver a poner en movimiento todo eso, y por otro lado, ocuparse de la gente. Yo sé que suena demagógico, pero no lo es, porque la realidad es que hay que ocuparse de las personas, tanto de los laburantes como de los usuarios, esa fue mi prioridad. A los laburantes, a la gente maltratada, que esté bien, cuidarla. Porque somos casi 900 personas, ¡es gigante! La BN es un monumento nacional con muchísima historia y hay que hacerse cargo de esa totalidad, y además hay que entender que también es un lugar para ir aprender. Y una de las cosas que me di cuenta rápidamente, es que soy un especie de paracaidista, porque fui uno de los pocos que armó equipo con los que estaban ahí dentro. Porque sacando a María Moreno (a cargo del Museo de la Lengua) y yo, toda la demás gente es de adentro, que tiene desde 18 a 25 años de experiencia, que ama y que conoce su espacio de trabajo, un verdadero equipo.

–Volviendo a las actividades que actualmente y en plena pandemia está ofreciendo, ¿Qué se ganó con ese contenido virtual que no se hubiese ganado de no haber estado en pandemia?
-Todo lo que pasó, ocurrió por la posibilidad eterna de comunicarnos entre nosotros y -a través del área virtual y difusión-, de comunicarse con la gente y prestar servicio. De poder descargar archivos para los investigadores o sacarse dudas con los bibliotecarios. Pero igual no hay forma de compensar la gestión perdida.
–Igual la respuesta fue muy buena, ¿cómo lo ven a ustedes esta mirada más federal del acceso al material de la BN?
-Fue muy buena, porque es cierto que la cosas virtuales están a la misma distancia de cada uno. Y está muy bien que asía sea porque la federalización es siempre una prioridad y una tarea pendiente. Nuestra tarea estaba en esa dirección, entonces mientras esperamos poder hacer otros planes más concretos, tratamos hacer lo que se puede.
–Sería bueno también que lo que abrió la virtualidad no lo cierre la normalidad.
-Totalmente, y en ese sentido recuperamos nuestro programa de radio y conseguimos pasarlo a Radio Nacional. Teníamos otro programa preparado que no pudimos hacer, lo mismo en la tele. En fin, son cosas pendientes para cuando se puedan hacer.
Democratización vs. acceso libre
–Por otra parte, durante la pandemia, hubo un gran debate acerca del trabajo de los escritores y sus derechos de autor, a raíz de una polémica generada por “bibliotecas virtuales” creadas por lectores que intercambian pdf de libros sin costo alguno en Facebook. El debate pareció dividir aguas entre aquellos autores que aceptaban sin problemas que sus libros sean “compartidos” por lectores y quienes lo objetaban por ir en contra de sus derechos como autor. ¿Tiene una posición tomada al respecto?
-Creo que hay que respetar los derechos de todos, los del lector y del autor. O sea, que los lectores puedan acceder a la literatura, pero que también los autores puedan ejercer la autoría. Entonces no es justo que se pueda disponer indiscriminadamente -por encima de las leyes vigentes de propiedad intelectual- a materiales que no están sujetos a una utilización libre. Tener en cuenta, sobre todo, que en la literatura, los derechos de propiedad Intelectual, rigen solamente para el último segmento de la producción de los últimos 70 años. Quiero decir, el mundo del pensamiento universal y de la literatura, si uno quiere, en internet está todo para leer gratuitamente. Pero las cosas que están sujetas a derecho de autor hay que respetarlas. Ese creo que es el pensamiento correcto.
–¿Habla de ajustar los márgenes legales para el acceso o distribución?
-Hay una legalidad, que como todo también se puede transgredir. Lo que pasa es que en nombre de la globalización se comentan tremebundos atropellos que van desde la economía hasta la cultura. Los espacios virtuales, globalizados, por un lado son democratizadores, pero también muy totalitarios y tienden a la concentración.
Entonces cuando hay concentración, la democratización pasa a un segundo plano y se convierte en pretexto para la dominación. Son interrogantes que atraviesan la totalidad que van desde la vacuna hasta las obras Borges (risas), porque estamos hablando de eso, del uso y abuso de lo común, lo público y lo privado.
–También es cierto que la digitalización arrasa y se convierte en un espacio donde todos, incluso los autores, pueden brindar sus obras.
-Eso me parece perfecto, ni hablar. Los derechos del autor son también las formas que elige el autor para comercializar su obra, y nadie puede cuestionar eso. Al contrario, es como el saxofonista que toca en la orquesta y también en el subte. El escritor que sube su material es extraordinario, y es un fenómeno maravilloso que atraviesa la cultura contemporánea. Pero es una decisión personal.
–En este sentido, ¿cree que la Ley Nacional del Libro puede traer respuestas a estos interrogantes?
-Totalmente, el debate por la Ley Nacional del libro es y será muy importante, y los escritores que se reúnen -no solo en la Sade sino en otros espacios- ya están trabajando sobre estos temas de legislación. En general la legislación como protectora siempre ha existido, el tema es qué hacemos después con las leyes.