El médico Carlos Presman y el pintor Carlos Alonso presentaron “Cuadernos de anatomía”, un libro que es también un objeto para atesorar, donde se cruzan textos del galeno con ilustraciones del artista que reflexionan acerca del cuerpo humano. Una obra exquisita y original, donde dialogan la ciencia y el arte.
Los libros, como los hechos, las personas, las emociones, las oportunidades, llegan no siempre cuando uno quiere, sino cuando es el tiempo indicado para que así ocurra. Los libros conllevan procesos, complejas interrelaciones primero entre quien lo escribe y sus ideas, sus deseos, sus espacios, luego con el universo editorial –las correcciones, la edición, la imprenta-, hasta que puede verse completo y acabado en nuestras manos.
“Cuadernos de anatomía”, dice Carlos Presman -uno de sus autores-, estuvo primero en el aire, luego en borradores, lienzos y pinceles durante años, para que se concretara finalmente en esta propuesta editorial, interesantemente difícil de rotular (es un ensayo, pero también un catálogo y un relato), que propone un diálogo entre un sus creadores, y –por lo tanto- entre el oficio de curar y pintar, y finalmente, entre la ciencia y el arte.
Cuentan en el prólogo que todo surgió por una invitación: la de Carlos Alonso–uno de los grandes referentes de la pintura contemporánea argentina-, a Presman para que ambos escribieran un libro. Propuesta que, además, estaba ligada a la lectura de “Los cuadernos de Bento”, del genial John Berger y que el mismo Presman le había regalado a Alonso tiempo atrás. Sin embargo, ante la invitación, sorprendido, azorado ante la confianza del tremendo artista hacia un sencillo galeno como él, Presman dijo que no. Años después, esa negativa que había quedado dando vueltas en la cabeza de Presman decantó y reconociendo sus propias limitaciones pero al mismo tiempo su enorme respeto hacia Alonso, dijo que sí. Comenzó entonces la desafiante tarea de enlazar los textos creados por un médico con oídos siempre abierto a los relatos de sus pacientes con las ilustraciones de un artista sensible al alma humana. El cuerpo sería el territorio a desarmar, descubrir, celebrar. Oído, ojos, nariz, tórax, pulmones, estómago, piel, las partes del todo que nos forma se observan con detenimiento por los autores y se leen de manera diferente, para narrarse de manera simbólica y quizás poder responder en algún momento donde habita el dolor, la pasión, la tristeza, la ansiedad, la memoria.
“Cuadernos de anatomía”, una belleza literaria que llega de la mano de EDUVIM fue presentado ya en Buenos Aires y Córdoba y se puede conseguir en las librerías de la ciudad. Es –sin dudas- una rara avis, uno de esos libros objetos que se atesoran no solo porque contienen ideas que quedan sobrevolando en quien las lee, sino también porque guardan la magia de esa idea original, de esos encuentros entre ambos autores y sus largas conversaciones, secretos y discusiones.
Desde Babilonia hablamos con el médico y escritor Carlos Presman (“Letra de médico”, “Vivir cien años”) quien nos contó cómo fue surgiendo este libro, hecho, dice él no tanto a cuatro manos sino a “cuatro orejas”, cocinado a fuego lento en horas y horas de charlas con Carlos Alonso en su atelier de Sierras Chicas.
-En la introducción se explica la génesis del libro: una invitación primero rechazada y luego de años, aceptada. ¿Qué aceptaste o soltaste o entendiste en ese lapso de tiempo para embarcarte en este Cuaderno de anatomía?
-La historia comienza así: yo le regaló a Carlos “Los cuadernos de Bento”, y después de mucho tiempo él me llama para que hagamos un libro en ese tono, con textos propios y los dibujos de él. Yo ahí le dije “No, no no no” (cuenta retundo), y mi no se justificaba en el miedo; básicamente en la asimetría intelectual, cultural, artística y de edad entre él y yo. Además, yo tenía una admiración deslumbrada por Alonso, entonces me sorprendió que ante ese regalo me propusiera algo así a mí que soy –básicamente- su médico. Luego sucedió que en un viaje visité una muestra de arte, y un amigo pudo desentrañar lo que yo no podía ver que era mi miedo y mi baja autoestima. Esto que yo siempre digo que soy un médico que escribe, no un escritor. A partir de ahí el planteo fue otro, entendí que fue él que me invitaba a mí; por lo que –incluso- me pareció que hasta había sido irrespetuoso decirle que no. Entonces acepté, aunque igual hubo varios altibajos. Uno de ellos no está en el libro y lo confieso ahora, donde Carlos me presta el libro que hicieron Francisco Toledo con Borges sobre la zoología fantástica del autor. En ese momento ya estábamos trabajando hacía varios meses y yo me trabé de una manera impresionante.
Y creo que la continuidad de esto se fundó en que uno no debe compararse con Alonso, ni con Borges, ni con John Berger y simplemente iniciar el propio camino y sentir que la finalidad es esa, recorrerlo.
-En el libro plantean –con argumentos filosóficos, artísticos, ideológicos, mundanos- que la ciencia y el arte se necesitan. Sin embargo el sistema, la escuela, la academia siguen intentando dividir dos disciplinas que –juntas- ayudan a entender el mundo. ¿Por qué sigue ocurriendo esto? ¿Creés que en algún momento cambiará?
-Sin dudas hay una dicotomía ciencia y arte y una fragmentación aún más grande. Desde la perspectiva de la clínica médica están las especialidades: los gastroenterólogos, cardiólogos, o sea, fraccionamos el cuerpo hasta las moléculas. Entonces este pensamiento no humanista de integración del ser humano -no solamente a nivel físico, sino psíquico y sobre todo social- persiste. Y lo que se llama “transdisciplina o interdisciplina” cuesta incorporarlo. Desde la medicina hace unos años -tomando como referencia Rita Charon, de la Universidad de Columbia, EEUU-, surge lo que se entiende como Medicina Narrativa o Medicina Humanista que involucra el lenguaje, el síntoma, el discurso del paciente. Nosotros, en el Hospital Nacional de Clínicas, humildemente tratamos de incorporar a cada capítulo de los sistemas del cuerpo humano, un artículo que es la medicina narrativa, donde un caso clínico se representa como están representados los órganos en el libro Cuadernos de Anatomía.
Sobre la pregunta si esto cambiará, yo lo veo muy difícil pero a su vez inevitable porque la demanda de los pacientes, de la persona, es que sea vista íntegramente. Y creo que más tarde o más temprano, si bien la irrupción de la tecnología es monstruosa, va a ir rumbo a eso. La medicina hoy es atravesada por la tecnología, abre puertas a la medicina alternativa u otras técnicas no científicas, que hablan de esta falencia de ver solo la biología y no la biografía. En esto soy esperanzado.
Cuerpos que escriben
Eugenia Almeida en su libro “Inundación”, habla de que no hay un escritor, sino “un cuerpo que escribe”. Cuando se le pregunta a Presman sobre qué cuerpos construyeron este libro, él señala: “En realidad está claramente puesto en el libro que los textos son propios y que se basaron en horas y horas de escucha de consultorio y de historias de vida de Carlos Alonso. El libro es casi un homenaje a la obra del artista. Él, después, fue haciendo la búsqueda de su trayectoria de obras y estableciendo los nexos en los textos con los órganos. Pero los textos son propios y son la redacción de aquellas historias que perduraron en mi memoria, que no pude olvidar. Y esas son las que traté de plasmar en textos previos como “Letras de médico”, “Vivir cien años” y ahora en Cuadernos de Anatomía”.
Asimismo, Presman entiende que sin dudas su cuerpo de médico cordobés y argentino también está puesto en esas páginas. “Yo soy cordobés por eso aparecen la Reforma y escenarios locales, Carlos es Mendocino -o Universal para ser precisos-, y yo no sé si me atrevería a decir que somos dos amigos. Hemos sido compinches en esta aventura que sucedió hace mucho tiempo. Pero diría que sí, que fue escrito por las escuchas más que por las palabras dichas”.
Un eco de libros
Como dijimos, lo primero que surgió fue una invitación a partir de un libro de John Berger, pero ésta no es la única referencia que hay en “Cuadernos de Anatomía”, ya que también fueron dos cuerpos lectores los que hicieron de la suya, sumando frases y pensamientos de autores como Conan Doyle, Gelman, Borges, Cortázar, Duras, Arlt, entre otros.
– Los intertextos con la literatura y la referencia a la narración oral inundan las páginas del libro. ¿Fue también esta bellísima propuesta una excusa para contar lo que el cuerpo ha leído?
-Las referencias literarias eran alusiones que hacía el mismo Carlos Alonso o uno y también hay mucho trabajo de edición de la licenciada, Graciela Gliemo, que es una editora de la editorial Planeta que trabajó mucho los textos y aportó a las conexiones con obras de la literatura. Quizás ahí hay una referencia porque, digamos, la imagen del cuerpo siempre es universal. En cambio en los textos hay una escenografía literaria que nos da un marco y que sí quizás hay una pretensión, desde este humilde lugar, de la Córdoba del sur del mundo en otros textos, empezando por el John Berger y El cuaderno de Bento.
Y la verdad es que uno escribe lo que ha leído también, entonces se van filtrando historias y cuando identifica que esta idea no le pertenece sino que la expresó muchísimo mejor algún escritor o poeta, hay una honestidad de colocar ese texto.
-En un pasaje del libro hablás de que el cuerpo, entre otras cosas, “deja testimonio de nuestro tiempo”. ¿Qué testimonio de nuestra realidad (global, nacional, local) observás en los cuerpos de la actualidad?
-Esta pregunta es difícil de no responder de manera general. Yo creo que estamos atravesando una profunda crisis mundial, entre la guerra, los cambios meteorológicos, climáticos, la desesperación de las condiciones, no solamente ambientales sino sociales, la violencia, el hambre. El libro comienza con una frase de Alonso que dice “Pintar es romper el silencio” y una frase propia de que en la pandemia murieron 5.000.000 de personas y en igual período 7.000.000 de hambre. Ahí está la idea de denuncia y testimonio. Veo cuerpos pero más que cuerpos afectados por esta situación, veo estados de ánimo, hay mucha desolación, desesperanza, falta de futuro, una tristeza colectiva y una devaluación de palabras que nos hacían pertenecer a un cuerpo social. No escuchamos la palabra pueblo, la palabra patria fue alterada la significación que tiene para nosotros algo nacional, algo propio, que algo pueda tener un acceso popular.
Todos estos territorios que aluden a un cuerpo colectivo que te pertenece es lo que yo veo que está fuertemente dañado y voluntariado ultrajado.
-¿Cuál es la mayor anécdota que te queda de haber hecho un libro a cuatro manos?
-Más que a cuatro manos, este libro está hecho a cuatro orejas, porque él escuchaba mis relatos y yo escuchaba sus historias. Y la anécdota más importante fue aprender o tratar de moderar una patología propia que es la ansiedad, para graficarlo yo no como tostadas como pan caliente (risas). Y este libro que tuvo una cocción de 12 años me hizo atravesar distintos momentos donde lo principal fue aprender a que todo tiene su tiempo y que no hay que apurarlos. Después, la otra anécdota es que yo a veces tenía muchos prejuicios hacia Carlos y siempre era sorprendente su respuesta y su voluntad de generar este espacio que se llama “Cuadernos de anatomía”. Fueron tres años de mucha diversión. Yo estoy muy satisfecho y, sobre todo, muy agradecido con Alonso y su familia en primer lugar y con la editorial Eduvim porque ellos tuvieron un cariño especial con la edición. Soy un agradecido a mis amigos, mi familia que escuchó 400 veces los textos y las idas y venidas de diez años de historia.