Aunque hace ya varios años que reside en una gran urbe, Luciano Lamberti va y viene entre sus páginas a su San Francisco natal, quizás sin nombrarla, quizás cambiándole algunas de sus características, quizás sin pensarla demasiado. Como tantos otros artistas, nació en una pequeña aldea y se fue para mirarla de lejos, aunque sigue tomando de ella algunos puntos suspensivos como inicios para su creación.
Igual aclara, sin dudas, que esa Buenos Aires que eligió, aún enorme y anónima, tiene en sus veredas “grandes personajes” para llevar al mundo literario.
Halagado por la crítica – “El loro que podía adivinar el futuro” fue elegido como uno de los mejores libros del 2012 por la revista Ñ-, Lamberti se ha convertido de a poco en uno de los referentes de la nueva narrativa argentina, y por eso da orgullo saber que creció en tierras cordobesas.
En su haber cuenta con un libro de poemas, “San Francisco” (2008), tres de relatos “Sueños de siesta”, “El asesino de chanchos” y el ya nombrado, más la nouvelle “Los campos magnéticos”. Este año, y bajo un sello internacional como Random, desembarcó en el género de novela con “La maestra rural”, historia que cruza géneros, tiempos y espacios, hablando sobre una enigmática mujer que nunca jamás podrá ser entendida. Como ocurre a veces con el arte, o las tragedias, o la muerte, o la locura.
En diálogo con Babilonia Literaria, Lamberti cuenta un poco más sobre “La maestra rural”, y también sobre su forma de narrar, que marca un estilo totalmente diferente en la estética nacional.
– La historia de «La maestra rural» parte de un pueblo pequeño, y vos naciste y te criaste en una ciudad no tan grande, ¿crees que eso te inclina a desarrollar relatos mínimos, donde las atmósferas son más bien privadas? ¿Por qué?
– Creo que el enfoque de todas las historias debe ser privado, íntimo. Como lector uno tiene que sentirse cerca del personaje, sino la historia no cuaja, no funciona. Es lo que siempre preferí como narrador. A la razón de esa preferencia no la sé. A lo mejor es sociológica, como decís vos.
– Ahora que vivís en Buenos Aires, ¿añorás algo de esa magia de las pequeñas aldeas? ¿Esos personajes que se observan en cualquier vereda?
– En las veredas de Buenos Aires también hay grandes personajes. Incluso más que en una pequeña aldea. San Francisco, el lugar donde nací, más allá de todas las críticas que pueden hacérsele, es una ciudad hermosa, donde los chicos pueden ir al colegio en bicicleta.
– «La maestra rural» cruza diferentes momentos políticos y sociales, ¿cuál fue tu motivación al contar este paso del tiempo? ¿Creés en la literatura como una herramienta para (re)pensarnos a nosotros mismos?
– Creo que la literatura como una máquina de contar historias. Del sentido, de la reflexión, se ocupan los lectores y los críticos, yo no. Yo trato, en la medida de lo posible, de erigir símbolos, que son siempre objetos polisémicos y no cerrados. Nada más lejos que los escritores que trabajan con “problemas” o “temas”, no soy de esa clase, no sé cómo hacen.
– La mixtura de géneros es también protagonista en tu último relato, ¿qué autores te marcaron como lector?
– Un montón, de ahí la mixtura de géneros. Y lo paradójico es que, fuera de ciertos clásicos a los que vuelvo, no leo toda la ciencia ficción que cae en mis manos. Me gustan los que abordan la ciencia ficción desde el realismo, como el Cormac Macarthy de “La carretera” o el Kazuo Ishiguro de “Nunca me abandones”.
– Desde el principio hasta el final, «La maestra rural» invita al lector a sentir emociones mas bien tensas, de peligro, como en un estado de alerta, ¿es deber de los autores incomodar y no caer en una zona de confort para quienes los leen?
– No sé qué deben hacer todos los autores. Sé que la perturbación es un efecto que me interesa como narrador, como lector y como consumidor de series y películas. Me gusta cuando una experiencia estética es capaz de remover cosas en vos como consumidor. Me pasó con “Cabeza borradora” de Lynch, por ejemplo: cuando salí del cine la realidad me parecía hermosa, mucho más agradable que esa pesadilla en forma de película.
– Asimismo el humor aparece en la trama como una herramienta para descomprimir, ¿cómo funciona éste en tu vida?
– Tengo un gran sentido del humor y si está ausente en lo que escribo siento que algo falta.
– Después de poesías, relatos y nouvelle, es tu primera novela, ¿este camino fue hecho así por algo en particular? ¿se modificó algo en tu universo creativo a la hora de componer un relato quizás más coral que los anteriores?
– Con la escritura siempre busco desafíos. Y escribir una novela era uno, porque estaba acostumbrado al ritmo más intenso del cuento. La forma fue saliendo sola, a partir de un núcleo central de silencio. Obviamente el paso de un género a otro no es fácil, pero siempre hay algo tuyo en lo que escribís y es la marca de que vas por buen camino.
– En una parte del relato, hablás de que muchos «quieren ser escritores antes de escribir», ¿cuál es tu crítica al universo de la literatura en general y a los autores en particular?
– Es una crítica a los que piensan que escribir es fácil. Es muy difícil, detrás de cada libro con un mínimo de calidad hay mucho esfuerzo. Muchos quieren publicar un libro por enigmáticas razones, cuando el trabajo del escritor es solitario y muchas veces angustiante.
– Prensa y colegas te halagan, y fuiste elegido por la revista Ñ como uno de los mejores del año 2012, ¿Cuánto pesan las exigencias de sellos, medios y lectores?
– (risas) Nadie me exige nada.